Según demostró ampliamente el fallecido biblista José Severino Croatto en los años más difíciles de la búsqueda por actualizar el mensaje bíblico para nuestro tiempo, la emancipación de Israel de sus dominadores egipcios en el segundo milenio antes de Cristo es un episodio cuyo significado y proyección no se han agotado hasta la fecha.
1. EL ÉXODO DIVIDE LA HISTORIA DE LAS LUCHAS SOCIALES
El “excedente de sentido” del que hablaba Croatto es posible comprenderlo de manera sencilla en la vida cotidiana cuando en las charlas domésticas volvemos una y otra vez a determinados sucesos para realizar nuevos comentarios que le agregan otros matices a las interpretaciones acumuladas. De este modo, el suceso en sí se preserva con mayor intensidad en la memoria y proyecta otras visiones, además de acceder a la posibilidad de convertirse en paradigma o en modelo. Como explica Croatto su relevancia en el interior de la Biblia Hebrea:
El Éxodo es uno de los temas densos y fecundos de la tradición bíblica judeo-cristiana. Su fecundidad está evidenciada en el interior de la Biblia misma. Su “memoria” reaparece en los credos israelitas, en los textos legales, en los prólogos de las alianzas, en los himnos y cánticos litúrgicos, en los textos proféticos (tanto de acusación como de promesa) y en los sapienciales tardíos (cf. el midrás de Sap 10-19). También se recuerda en relatos históricos de liberación (véase, por ejemplo, Jue 6.8ss; 11.13ss; 1Sm 10.18; 12.6-8; Jos 9.9) y en el uso neotestamentario del léxico de “redención/liberación/salvación”. Esta permanencia y recreación del tema en la literatura bíblica ya es de por sí un fenómeno hermenéutico digno de atención. Por otro lado, el texto bíblico del Éxodo fue, debido a su importancia kerigmática y teológica, un foco iluminador de procesos históricos que se identificaron de alguna manera con la experiencia de Israel.[1]
Podríamos decir, entonces, sin temor a equivocarnos, que el Éxodo de Israel es “el evangelio del Antiguo Testamento”, puesto que su capacidad de evocación, movilización y transformación de las mentalidades fue desarrollada continuamente en cada etapa de la historia de esta nación y siempre otorgó a los nuevos sucesos vividos una dimensión distinta gracias a la manera en que el pueblo pudo profundizar en la comprensión de la intervención de Dios en la historia. Estas etapas fueron fecundadas por el episodio fundador del Éxodo y agregaron motivaciones críticas, pero siempre liberadoras a los nuevos momentos históricos experimentados por las personas.
Croatto agrega: “En efecto, no es la facticidad externa del hecho arquetípico lo que perdura en las relecturas, sino su sentido profundo, su capacidad de activar las reservas humanas de esperanza en nuevos procesos de liberación”.
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Cuando, siguiendo el modelo de los “llamamientos de profetas”, tan típicos de la tradición antigua, Yahvé irrumpe en la historia y anuncia al transterrado egipcio Moisés, quien vivía una severa crisis de identidad, que él sería el abanderado de la lucha de la liberación de las tribus hebreas esclavizadas por el imperio faraónico (Éx 3), comienza una auténtica lucha política, religiosa y cultural en contra de los dioses y diosas que justificaban el sometimiento que ejercía un grupo humano sobre otro en nombre de la superioridad de éstos/as. Eso explica la actitud orgullosa y arrogante con que el Faraón se entera de la existencia del dios de los esclavos, quien desea liberarlos y para ello envía a un par de hermanos, que muy recientemente se habían asumido como tales (Éx 5.1-21), ante la cual Moisés manifiesta una profunda decepción, al decir “¿Para qué me enviaste”? (5.22). La mayor aflicción inicial que consigue para el pueblo explotado por la reacción del monarca es parte importante de los inicios de este proceso emancipador y, por extensión, de otros movimientos y luchas similares.
2. YAHVÉ, DIOS DE LOS ESCLAVOS, SE REVELA COMO LIBERADOR
Las tribus hebreas no conocían a Yahvé como una divinidad liberadora, lo que recuerda los énfasis críticos sobre el potencial y la función legitimadores y opresores de algunas formas de religión. Ciertamente en la memoria del pueblo estaba presente, aunque ya corría el riesgo de perderse en los tiempos más remotos, lo que Dios había hecho en la vida cotidiana del patriarca Abraham y su familia.
Faltaba ahora que ese mismo Dios adquiriera otra dimensión ante los ojos de una nueva generación que no había experimentado aquellos encuentros. Si en Abraham y su clan, el pacto con Dios había sido estrictamente tribal, ahora Yahvé comienza a fraguar, en medio de una situación sumamente crítica, ligada posteriormente con aquellos sucesos originarios, una nueva manera de ser visto y creído como divinidad comprometida con la suerte de su pueblo. La insistencia del libro del Éxodo en subrayar que Dios “se acordó del pacto que había hecho con Abraham” (2.24-25) y de que escuchó el clamor del pueblo (4.31) destaca la toma de partido que el Dios creador, sustentador y, ahora, liberador, lleva a cabo en medio de la historia con una comunidad necesitada de libertad y todo lo que esto implicaba. Por eso el mismo nombre de Dios aparece (o reaparece) con un sentido esencialmente liberador. Pronunciarlo se volvería una afirmación, en conciencia, de la libertad realizada por él:
La conciencia nacional y religiosa de Israel estuvo marcada originalmente por experiencias de opresión y sufrimiento y de liberación y gozo. Su lectura, desde una óptica de la fe, fue constituyendo un lenguaje religioso que se hizo tan central como esas mismas vivencias históricas. Por concomitancia, Israel fue afirmando una conciencia de libertad como parte de su ser y reclamó la liberación toda vez que se encontraba oprimido, lo que fue frecuente en su historia. Por otra parte, fue definiendo a su Dios, Yahvé, como “salvador” y liberador. Por eso en Ex 3.13-14 el texto explica la significación de Yahvé como “yo soy el que estoy (contigo). No hay en este relato ninguna revelación del nombre divino, ya conocido, sino la conexión teológica de éste (Yahvé) con el éxodo, ya que hay una asonancia entre el mismo y la fórmula de protección “yo estaré contigo” del v. 12. De modo que el nombre mismo del Dios de Israel está indisolublemente ligado a la experiencia de opresión/liberación del éxodo. Así podemos también reentender la expresión de Ex 20,2, “yo soy Yahvé, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”. Además de “memoria” del éxodo, nada menos que en un prólogo de alianza, es una definición de Yahvé como “el que sacó de Egipto”. Dicho entonces en otras palabras: el éxodo está incorporado no sólo en los grandes textos, reflejo de múltiples experiencias históricas, sino en el nombre mismo de “Yahvé”. Y por eso toda expresión de fe y de culto es un recuerdo implícito del éxodo.
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Por todo ello, los procesos sociales posteriores, experimentados desde la óptica de la fe en el Dios del Éxodo y de Jesús de Nazaret, quien proclamó la continuidad entre la obra redentora antigua y la que él representó, son siempre una posibilidad de reactivar los motivos, valores y consecuencias del éxodo de Israel ejemplo descrito con minuciosidad por los textos, pero que al mismo tiempo es un estímulo para que siga contando, en clave liberadora, la manera en que Dios continúa guiando e inspirando nuevos procesos y movimientos que pugnan por la dignificación humana en todas sus formas y manifestaciones. En otras palabras, el Dios del éxodo antiguo sigue fomentando nuevos y sorprendentes éxodos.
[1] J.S. Croatto, “La relevancia sociohistórica y hermenéutica del éxodo”, en
Concilium, núm. 209, 1987, p. 155,
www.severinocroatto.com.ar/wp-content/uploads/2010/09/hermenutica_del_exodo.pdf.
[2] Idem.
[3]Ibid.
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