A las 6 de la tarde del viernes 2 de septiembre de 2011, hora de Chile; 5, hora de Miami y 11 de la noche, hora de España, mientras daba los últimos toques a mi artículo «Triple carta abierta», el CASA 212 de la Fuerza Aérea de Chile se accidentaba en el aeródromo del Archipiélago de Juan Fernández llevando a la muerte a sus 21 ocupantes.
Esa misma mañana aparecía en el matinal «Buenos días a todos» de Televisión Nacional de Chile y que dirigía Felipe Camiroaga, el predicador y motivador de origen serbio nacido en Australia, Nick Vujicic. Por supuesto, nadie sabía que dentro de unas horas, Camiroaga perdería la vida. Vujicic le habló de los valores eternos, le ofreció información ilustrativa sobre la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo. Y oró con y por él.
Nadie que crea en el poder de la oración podría dudar de la eficacia de ella. Mediante la oración y como respuesta a quien la formula con sinceridad, Dios responde. «La oración eficaz del justo puede mucho» (
Santiago 5:16).
En el caso de Felipe Camiroaga, como en el de los otros 21 pasajeros del avión de la FACH, desearíamos con la pasión más ferviente que todos estuvieran en el cielo. Tratándose de personas respetables «y buenas» ¿quién podría desear que no fuera el cielo su destino eterno? Lamentablemente, en ciertos casos y cosas, los buenos deseos no son suficientes.
Llevando la idea a un extremo, recordemos la parábola de Jesús acerca del rico y Lázaro, el mendigo. Pasando por alto en esta cita el hecho de que el rico hacía banquetes con esplendidez y el mendigo yacía en medio de su miseria más extrema a las puertas de la casa de aquél, concentrémonos en el pedido que desde donde se encontraba hizo el rico al «Padre Abraham»: «Manda a Lázaro que venga y con su dedo untado en agua, refresque mi lengua porque estoy atormentado en esta llama».
No way («No hay forma») fue la respuesta. «Entonces por favor mándalo a la tierra para que advierta a mis hermanos y no vengan a parar a este lugar donde me encuentro yo».
No way, otra vez. «Ya tienen allá quienes les están haciendo la advertencia de que me hablas. Que los escuchen a ellos». «No lo harán, Padre Abraham, porque no es lo mismo escuchar a alguien que vive entre ellos que a alguien que va de acá». «Lo siento, pero si no escuchan a los que están allá, tampoco van a escuchar si alguien va de aquí; me temo que vendrán a parar a este mismo lugar donde tú te encuentras. ¿Me he explicado con claridad?» «Sí, Padre Abraham; con toda claridad» (Paráfrasis de
Lucas 16:19-31).
Decíamos en nuestro artículo anterior, «Triple carta abierta», que los seres humanos somos dados a fantasear con las cosas de la fe y con demasiada frecuencia transformamos esas fantasías en supersticiones.Supersticiones que no conducen a ninguna parte, a no ser a auto engañarnos y a dar por hechas cosas que no lo son. Y que en esto a veces los cristianos somos tan dados a ello como cualesquiera otros.
Veamos dos ejemplos que saco de entre muchos otros que me ha tocado conocer de cerca.Tenemos un amigo. Muchacho joven, esforzado, trabajador, alejado de los vicios (con decirles que ni siquiera le gusta el fútbol). Gracias a su persistencia en surgir ha logrado establecer una pequeña empresa hasta ahora exitosa; ha formado su familia con una descendencia hermosa y amorosa; se ha comprado una casa de mucho valor en un barrio exclusivo y ahí va, trabajando sin descanso para pagarla y mantener el ritmo y estilo de vida que ha adoptado. Hasta aquí todo bien; sin embargo, le tiene una fe impresionante a las pirámides de todos colores y tamaños y muy especialmente a una que ha colocado en el piso, debajo de su sillón en la oficina. Para él, el éxito que ha logrado hasta ahora se lo debe a la buena suerte que le han traído las pirámides y no a su esfuerzo y a la bondad de Dios. Sospecho que si algún día, por la razón que sea, las pirámides llegan a desaparecer o él pierde su fe en ellas, tendrá que salir corriendo a ver qué otra cosa encuentra para que las reemplace.
Segundo ejemplo: Dos queridos amigos, matrimonio ellos, cada vez que pasan frente al edificio de una iglesia católica, acostumbran persignarse. Lo hacen por respeto, por devoción, por asegurarse la bendición de Dios, de la Virgen María o de algún santo de su predilección. No sé. Por lo que sea. Para ellos, persignarse en tales momentos es importante. Supongo que dejar de hacerlo sería motivo suficiente como para atraer desgracias a sus vidas.
En el campo de las supersticiones, lo uno va estrechamente unido a lo otro; algo que, por supuesto, no encontramos en la Biblia.
Después del accidente del CASA 212, el frontis del edificio de Televisión Nacional de Chile en Santiago se ha llenado de miles de personas que han acudido a expresar su dolor por la muerte de aquellos cinco queridos compatriotas.Y juntamente con las personas, han llegado las velas, las flores, las fotos, las pancartas al punto que todo el lugar se ha transformado en una romería que no para. Nadie podría condenar la forma en que la gente, especialmente la gente humilde del pueblo chileno, ha decidido expresar su dolor. De haber estado en Chile, posiblemente nosotros también nos habríamos llegado hasta allá a dejar nuestro mensaje. Porque
la muerte de estas 21 personas nos ha dolido tanto como la alegría que nos produjo el rescate de los 33 mineros de la Mina San José, en Copiapó hace de esto ya casi un año.
Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos en no transformar un hecho circunstancial en una prueba segura de que todos o algunos, están en el cielo.Me temo, en esta misma línea de pensamiento, que pronto a alguien entre los miles que lloran la muerte de Felipe Camiroaga se le va a ocurrir darle la categoría de santo milagroso. Y ya el acercamiento de la gente a su memoria no va a ser por lo simpático y agradable que era como animador de televisión, sino porque me sanó de una infección que tenía en un brazo, sanó a mi bebé de tos ferina o una foto suya que me coloqué en el pecho me sanó de un soplo en el corazón.
No estamos exagerando. Lo hemos visto muchas veces en Chile. Basta con que una persona atribuya poderes milagrosos a alguien que ya murió para que muchos lo imiten y dentro de unos meses ya tengamos a San Felipe Camiroaga haciendo milagros a diestra y siniestra.
Nick Vujicicoró por él. Lo vimos en la televisión. Creo que entre todas las experiencias a lo largo de su vida, ésta podría considerarse como una de las más importantes. ¿Por qué, precisamente, esa mañana, Nick estuvo en el canal hablando, testificando y orando por quien dentro de unas horas habría de morir? No lo sabemos. Tampoco sabemos hasta qué grado impactó en la vida de Felipe el mensaje que Dios le transmitió por boca de Nick. Hasta ahí podemos llegar. No tenemos la capacidad de pasar de este punto, lo que significa que no podemos propalar la noticia que Felipe está en el seno del «Padre Abraham». Ojalá esté y junto con él la pequeña
Carolina Fernández, una niña bella y de una capacidad profesional admirable, quien a sus 26 años estaba a punto de transformarse en comandante de la Fuerza Aérea de Chile. Y
Felipe Cubillos, un hombre bueno, buenísimo, que había dedicado su vida, su talento, su dinero, su corazón a ayudar a las víctimas del terremoto-tsunami del 27 de febrero de 2010. Y
Roberto Bruce, y
Silvia Slier, y
Carola Gatica y los otros 15 que perdieron la vida. ¿Quién podría desear algo que no sea lo mejor para ellos? Sin embargo, si nos dejamos llevar por nuestros sentimientos y nuestros buenos deseos, podemos entrar en conflicto con el Padre Abraham, quien dijo: «A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos; si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos».
De ahí la urgencia de hablar los que tenemos el deber de hacerlo del único que puede dilucidar y borrar cualquiera duda respecto al destino de las almas después de dejado este cuerpo mortal; de aquel que dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; NADIE viene al Padre, sino por mí».Y no solo hablar, sino «forzarlos a entrar» como recomienda Jesús en la parábola del gran banquete (
Lucas 14:15-24).
Sacándolo un poquito de su contexto, citemos a Jesús, quien dijo: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»(
Apocalipsis 3:20). Ese es Jesús, amoroso y respetuoso. Toca a la puerta y espera que se le abra y se le invite a entrar; cuando se le invita y entra a la vida de las personas, se establece esa comunión espiritual que no se destruye con nada. Y que da la seguridad más absoluta respecto a dónde iremos después de la muerte.
Cuando el carcelero de Filipos preguntó a Pablo y a Silas qué necesitaba para ser salvo, la respuesta de estos dos servidores del bueno de Dios fue clara, directa y categórica: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa».
¿Te sientes casi resuelto ya?
¿Te falta poco para creer?
Pues ¿por qué dices a Jesucristo:
«Hoy no, mañana, te seguiré»?
¿Te sientes casi resuelto ya?
Pues vence el casi, a Cristo ven,
Que hoy es tiempo, pero mañana
Sobrado tarde pudiera ser.
Sabe que el casi no es de valor
En la presencia del justo Juez.
¡Ay del que muere casi creyendo!
¡Completamente perdido es!
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