Pero hay otros libros que se escriben con la carne y la sangre del autor. Esos no son para ser leídos sino para ser comidos. “¡Come!”, fue la orden que el ángel dio al vidente de Patmos al entregarle un libro. Los libros escritos con carne y sangre hacen que la carne tiemble. Y precisamente, ese temblor de la carne es lo que nos dice que el libro que estamos leyendo fue escrito con la carne y la sangre de quien lo escribió.
[i]Rubem Alves
1. UNA GRAN METÁFORA DE LA APROPIACIÓN DE LA PALABRA
Dos veces en las Sagradas Escrituras se encuentra la orden divina de comerse un libro, de devorar y paladear el vehículo de la Palabra divina y la palabra misma. En la primera de ellas, un profeta procedente de familia sacerdotal que comienza su labor en los inicios del exilio del pueblo de Israel en Babilonia y recibe la presencia del Espíritu para realizar dicha labor, es conminado a “comer” un rollo al mismo tiempo que es enviado a sabiendas de que ese pueblo ha sido rebelde para recibir el mensaje divino.
Las implicaciones de una acción de esta naturaleza van más allá del mero simbolismoaludido en otros pasajes bíblicos, como los
salmos 19 y 119, que no dudan en utilizar metáforas culinarias para referirse a la exquisitez del sabor de la Ley o de la Palabra divina. Aquí, las circunstancias son diferentes: luego de una profunda crisis espiritual, social y política, el hombre enviado por Dios debe afrontar, literalmente, aunque se trate de una visión, la degustación de un rollo que contiene la voluntad de Yahvé para un pueblo que comienza su cautiverio como castigo por su rebeldía. La condición
sine qua non para desarrollar su trabajo es el acto mismo de comer ese rollo.
El trato con los libros y el conocimiento emanado de ellos es tratado por otro libro de las Escrituras hebreas se refiere a la dificultad de tratar con ellos, porque incluso el mucho estudio puede llegar a ser fatiga de la carne (
Ecl 12:12). La importancia de la lectura para acceder al mensaje divino, aun cuando ésta estuviera bastante restringida para la mayoría del pueblo, no lo eximía de la responsabilidad de apropiarse del contenido de los textos con familiaridad y profundo apego.
Ezequiel debía realizar este acto simbólico para comprender los alcances del mensaje, de ahí la ambivalencia del sabor del rollo, pues al profeta le sabe a miel (
3:3b), aunque su contenido es de “endechas, lamentaciones y ayes” (
2.10). Justamente, él tendría que ser el intermediario entre esos dos extremos: por un lado, debía comprender a Dios, quien su afán pedagógico, está por dar al pueblo una serie de lecciones acerca del proceso de la historia de la salvación, ya sin la existencia de un Estado, un territorio, un templo y un sacerdocio, lo cual no era poca cosa, y por el otro, debía valorar muy bien el contexto con que la comunidad enfrentó este inmenso drama nacional. Como explica Sicre: “Las amenazas externas y las revueltas internas fomentan en ellos la esperanza de que el castigo enviado por Dios sea pasajero; piensan que el rey Jeconías será liberado pronto y que todos volverán a Palestina. Lo que menos pueden imaginar es la destrucción de Jerusalén y el aumento del número de deportados”.
[ii] Incluso hay quienes han discutido sobre la salud mental de Ezequiel al momento de recibir semejante encomienda: su amor por la Palabra divina no debía estar reñido con la comprensión del momento que vivía su pueblo. Se trataba de u7na situación extrema y potencialmente dañina para la fe si no se transmitía adecuadamente el mensaje anunciado.
2. “COMAMOS EL LIBRO”: UNA ORDEN HISTÓRICA Y ACTUAL
Comer el libro hoy, como representó la repetición del acto simbólico para el vidente de Patmos (Ap 10.9-11), significa no cejar en la familiaridad con la Palabra divina, pero siempre con la disposición para responder a los desafíos históricos siempre diferentes.La lectura de los signos de los tiempos a través del conocimiento de la Palabra divina es una exigencia que debe producir un discernimiento que no siempre tiene un rostro amable. El encuentro con las realidades históricas, muchas veces contradictorio, contrasta con la manera en que se aprecia el valor de las Escrituras en la vida cotidiana, pues lo que en el nivel macroscópico puede resultar complejo para aceptar, dada la fuerza y la intensidad del mensaje profético, para el nivel microscópico o comunitario puede ser de gran bendición y promesa.
Lo mencionado era el caso para el desterrado en Patmos, quien vivía una experiencia similar a quienes fueron llevados a Babilonia, pero que al escuchar la orden de comer el libro, también recibe la admonición sobre lo que sucederá con su gesto profético: era dulce, pero amargó su vientre, como si la digestión histórica fuera el aspecto más delicado del suceso.
La visión histórica y simbólica de este apóstol lo coloca, igual que hoy y siempre, ante la disyuntiva de “disfrutar” del sabor de la Palabra, a sabiendas de su carácter dual:
anuncio esperanzador para los fieles que aman la voluntad divina, pero
denuncia profética sin concesiones para quienes se oponen a la actuación de Dios en la historia.
Coyunturalmente, como en el caso de Ezequiel y Juan, muchas situaciones parecen repetirse, aunque las exigencias divinas siempre serán nuevas.“Comamos el libro” para alimentar nuestra fe y nuestra esperanza y no temamos afrontar el aspecto amargo de esta deglución, esto es, la necesidad de ser fieles a proclamar un mensaje que en muchas ocasiones lastimará los oídos de quienes no escuchan y son rebeldes a la voluntad divina.
[i] R. Alves, cuarta de forros de
Saborear el infinito. Antología de textos. México, Dabar-Centro Basilea de Investigación y Apoyo, 2008.
[ii] J.L. Sicre,
Profetismo en Israel. El profeta. Los profetas. El mensaje. Estella, Verbo Divino, 1992,
.p. 330.
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