Tanto era así, que no sólo despertaba la más profunda admiración de sus contemporáneos, sino también las peores envidias, especialmente entre los miembros de su profesión. Su peor adversario era un músico que pretendía ser compositor, pero cuyo talento no sobrepasaba apenas en nada el de otros muchos músicos.
El director y compositor del que hablábamos al principio había creado muchas piezas, de muchos estilos, con temas diferentes, pero todas ellas bellas, únicas y exquisitas en grado sumo.
Sin embargo, en una ocasión, cierta obra por la cual él tenía especial cariño, que sobre la partitura aparecía grandiosa, alegre y llena de inteligencia, no fue bien interpretada el día del estreno por los maestros músicos que componían la orquesta y resultó, en cierta manera, un fracaso.
Corrió la voz de que el compositor trabajaba en una nueva gran obra.Para coro y orquesta. El primer movimiento empezaba en tragedia, y en él predominaban las percusiones e instrumentos de viento de sonido más grave. Seguían los violines, hasta apagar casi su sonido en un silencio del cual surgían las dulces flautas, que estallaban en alegría junto a la orquesta en pleno: a partir de ahí el coro irrumpía y llenaba en perfecta armonía todo el resto de la obra, hasta el movimiento final, en el que la majestuosidad y la solemnidad de la composición elevaban literalmente el corazón al cielo.
El rival y adversario no sólo se llenó de envidia esta vez, sino también de odio, y decidió destruir la obra.Así que una noche se introdujo en el estudio del autor: localizó la partitura, se colocó las gafas en la nariz, se acercó...
¡y cuál no fue su sorpresa ante lo que encontró!
Algunas de las notas estaban fuera de su lugar, formando un grupo que parecía más bien una mancha:
¡protestaban! Eran las de
la voz de contralto: que no había derecho; que ellas casi nunca figuraban en la melodía principal; que lo que sonaba era rarísimo al oído, sin gracia y de difícil memorización; que siempre tenían por encima a
las notas de soprano; que las notas de tenores les pisaban el terreno muchas veces... Había otra mancha un poco más adelante
: las notas de tenores y bajos no estaban de acuerdo con interpretar en clave de fa: la de sol era más vistosa; no entendían por qué se veían relegadas a las partes inferiores del sistema de pentagramas; las de tenores, por su parte, opinaban que se les pedía demasiado a la hora de los agudos, mientras que las de los bajos, que eso mismo, pero a la hora de los graves. Las notas de soprano, bien agarradas a su lugar para no caer, se hablaban a gritos, comentando que en qué cabeza cabía cuestionar su superioridad, belleza y acierto, ya que les parecía evidente que si de alguien no se podía prescindir era de ellas...
A las figuras de silencio ni se les permitía opinar:
"Callad, que es como mejor estáis: así, calladitas", les decían unas y otras.
A todo esto, había problemas entre
las notas de los trombones y las de las flautas traveseras; entre ellas y las del piano; entre las del piano y las de los violines y las violas; las del contrabajo se negaban a intervenir; los platillos, que si salían poco; los tambores que...
El enemigo y adversario contempló este panorama con satisfacción. La mitad de lo que se proponía estaba hecho. Pero, aún y así, le preocuparon unas cuantas cosas: había algunas notas que se empeñaban en mantenerse haciendo la melodía que el director había compuesto, tanto si la entendían como si no, tanto si les era agradable o más bien dura al oído.
Algunas de ellas, incluso, formaban parte de un acorde completo y, junto con otros grupos de acordes, distintos en colorido, distintos en ubicación, insinuaban bellas armonías a todas luces brillantes. Otras de las notas, situadas en lugares arriesgados, daban el toque de genialidad característico del autor. Otras más, que iban ligadas permanentemente, facilitaban el avance suave de la obra. Otras marcaban el ritmo...
Saltaba a la vista claramente la idea: muchas notas, muchas figuras, muchos instrumentos, muchos silencios, muchos ritmos, muchos movimientos... para una sola obra, perfectamente armónica, indiscutiblemente bella, sublimemente... perfecta. Y el éxito dependía solamente de que cada uno y cada una estuviera en su lugar sonando como debía y cuando debía hacerlo.
Yo estoy sentada en la segunda línea del pentagrama en clave de sol. Y por amor al autor y director, quiero que la sinfonía suene maravillosa.
Tú también, me imagino. Yo voy a cerciorarme de que éste es mi lugar. Haz tú lo mismo, y empecemos a sonar: en dulce melodía, en perfecta armonía.
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