En primer lugar preocupa la seguridad de los alimentos modificados genéticamente y las repercusiones que pueden tener sobre la salud humana.
Suelen formularse interrogantes como ¿se trata de comida segura? ¿tienen el mismo valor nutritivo que el resto de los alimentos normales? ¿pueden provocar enfermedades?
Después interesa la seguridad medioambiental.¿Hasta qué punto pueden los organismos transgénicos alterar el equilibrio de los ecosistemas o de las poblaciones humanas y animales? ¿Es posible que tales seres puedan transferir al medio sus genes alterados, pasarlos a otros organismos silvestres, reduciendo así de algún modo la diversidad ambiental?
En tercer lugar aparecen las preguntas de carácter ético o solidario,¿no contribuye tal tecnología a expoliar a los países pobres de sus recursos genéticos? Si realmente los beneficios de esta nueva disciplina son tan evidentes como afirman los tecnólogos ¿tenemos acaso derecho a no utilizarlos para curar enfermedades o para producir abundante alimento?
El cuarto nivel se refiere a los efectos sociales y económicos que puede tener la biotecnología sobre la industria agrícola mundial y sobre el comportamiento de las grandes multinacionales, en relación a las patentes y al control de cultivos clave para la alimentación.
Por último,
en quinto lugar, aparecen las cuestiones de tipo legal. ¿Habría que etiquetar convenientemente cualquier clase de alimento transgénico y sus posibles derivados? ¿contemplan las leyes actuales los intereses de los agricultores? ¿existe suficiente protección legal para los consumidores, el ganado y el medio ambiente?
Cada una de tales preguntas puede recibir una contestación diferente según sea el interlocutor que la responda.
No suelen opinar de la misma manera los directivos de las empresas que invierten en investigación biotecnológica que las asociaciones de ecologistas o de consumidores. Es evidente que, en el fondo, cada cual procura defender sus intereses particulares.
Incluso, en ocasiones, los medios de comunicación más interesados en las noticias sensacionales, tampoco contribuyen de forma imparcial a crear un estado de opinión equilibrado y real.
No obstante, lo cierto es que aquel riesgo casi prometeico con el que se veía la ingeniería genética en sus primeros tiempos, cuando se la acusaba de querer jugar a ser Dios, ha empezado a remitir y
actualmente, después de más de veinte años de manipulación genética sin que haya ocurrido ningún desastre importante, los viejos miedos han disminuido considerablemente.
Hoy las inquietudes se centran, más bien, en los asuntos éticos que suscitan las patentes de genes humanos, el respeto a las poblaciones indígenas o la explotación comercial de tales informaciones.
Resulta claro que las aplicaciones de la biotecnología a la agricultura y ganadería no revisten la importancia ética que aquellas que actúan directamente sobre el genoma de la especie humana. Sin embargo, desde la visión cristiana de la vida, esta genética vegetal y animal también debieran regirse por una finalidad humanizadora. Cuando la naturaleza es tratada con respeto y mesura, puede repercutir positivamente sobre el ser humano y favorecer a todas las sociedades de la tierra. Por supuesto que deben existir límites concretos frente a todas aquellas acciones negligentes que puedan causar desastres ecológicos o peligros para el hombre.
En la comercialización de los productos derivados de esta técnica debe respetarse siempre la dignidad de cada criatura humana y los gobiernos no deberían permitir actitudes que supusieran un evidente riesgo para la salud pública. Es verdad que todo investigador debe disfrutar de libertad de investigación. Sin embargo, en temas tan delicados como la energía atómica o este que nos ocupa de la ingeniería genética, tal libertad ha de tener una frontera clara, allí donde pueden lesionarse los derechos fundamentales de las personas presentes o futuras.
De manera que
toda intervención sobre la vida que tenga, como finalidad principal, el deseo de mejorarla, cuidarla, sanarla o que reporte un bien para el ser humano, está éticamente justificada. Por el contrario, las prácticas egoístas que vulneran la dignidad de la existencia humana o que contribuyen a degradar la vida de los demás organismos, son del todo inmorales ya que provocan destrucción y atentan contra la voluntad de Dios.
Los descubrimientos científicos acerca de la estructura íntima de la naturaleza no tienen porqué ser perjudiciales para la humanidad. No obstante, lo cierto es que desde que Caín se levantó contra su hermano Abel, el ser humano ha tenido siempre la posibilidad de utilizar sus conocimientos para bien o para mal. Y esto, por desgracia, todavía no ha cambiado.
Sobre la moralidad de las biopatentes y otros peligros de la manipulación genética hablaremos en las próximos dos artículos.
Si quieres comentar o