Se ve como un anacronismo que rompe la posición ecuménica de “valores cristianos”, quizás la más general e integrante de “valores religiosos”, que es la presentación mediática que estos días se hace en España con la visita del papa, y en la que todos estarán, por razones muy diferentes, de acuerdo. [Este proyecto de “valores religiosos”, sin definición específica, que abandona totalmente a la persona y obra de Cristo, el Mesías, se intenta inculcar en Estados Unidos para integrar también a cualquier grupo “espiritual” incluido el Islam. La confusión religiosa del futuro cada vez es más clara.]
Pensaba en esto cuando
leí en este diario que una emergente posible candidata del Partido Republicano, Michele Bachmann, había tenido que dar explicaciones por esa posición doctrinal de la iglesia a la que pertenecía. Y aparecían en el horizonte algunas indicaciones para orientarse en la situación presente, para ver algo de la relación entre el Vaticano y Estados Unidos.
De entrada nos encontramos con algo evidente: la formación, naturaleza y fines políticos y religiosos de los Estados Unidos es la negación histórica de la formación, naturaleza y fines políticos y religiosos del Vaticano. La libertad política y religiosa que encarna el nacimiento de esa nación es lo más contrario que pueda verse respecto al Vaticano. Son ideas irreconciliables. Eso de entrada, pero antes de salir, ya
hay que adelantar que cuando se da un beso idílico entre Estados Unidos y el Vaticano, como en la actualidad cercana, algo ha pasado. Algo se ha cambiado; y no ha sido el Vaticano precisamente. Hemos de deducir que el cambio se ha producido en la acción y conciencia de Estados Unidos.
Si algún candidato, como afirman algunos, quiere recuperar el honor y la dignidad de los Estados Unidos, no estaría de más recordar que eso no se puede hacer de la mano del Vaticano. Precisamente en la idea de libertades que los fundadores llevan a esa tierra está la liberación de lo que el Vaticano, como institución política y religiosa, supone. Querer retomar esa raíz, de la mano de lo que era su contrario natural, es una natural incongruencia. Pero eso es lo que se espera hoy, a menos que alguien despierte.
La existencia en el grupo de las trece entidades fundadoras de una que nace de la motivación “católica” de su creador: el estado de Maryland, no quita, sino que afirma la proposición de naturaleza opuesta entre el Vaticano y la nueva nación. Maryland es el resultado de la petición del ferviente católico George Calvet Baltimore, que solicitó carta al rey Carlos para constituir un lugar de acogida y protección para los católicos. Tras su muerte en 1632, al final se la conceden a su hijo, que forma una colonia en 1634.
El nombre tiene que ver con la católica esposa del rey, Enriqueta María, es decir, se refiere a su protectora la reina consorte. La presencia de la virgen María, siempre de referente, la toman luego en el nombre de la capital, Santa María (que más tarde se traslada a la actual Annapolis). El gobernador [realmente el “señor propietario”] promulgó una norma de tolerancia religiosa, pionera en su momento. No podía ser de otro modo, lo requería su supervivencia dado el contexto donde se movían. Esa carta de tolerancia era una ofensa para el Vaticano, aunque la promulgaran “católicos”. La colonización hispana y portuguesa, fue un regalo para el Vaticano; la que progresa hasta la formación de la nación de Estados Unidos, su peor pesadilla. Había que acabar con ella. Y se intentó de muchos modos. Desde luego no se le ocurriría “reconocer” la situación de Maryland, ni siquiera dándole un obispo. Es precisamente mucho después de que el cuarto Lord Baltimore, en 1715, se haga anglicano, y Maryland “deje de ser católica”, cuando se instala el primer obispo (más tarde arzobispo), John Carroll, en 1789. Antes funcionó como prefecto apostólico de las misiones católicas en Estados Unidos. Es en ese momento cuando el Vaticano reconoce por primera vez un territorio eclesiástico independiente en Estados Unidos, siendo Baltimore la primera diócesis. La filosofía que se mantiene es la de “protección” de los núcleos emigrantes católicos ante el peligro de las ideas religiosas y políticas de la nueva nación, las peligrosas ideas de libertad política y de religión. [Es evidente que con todos los errores y quebrantos de esas ideas que la propia nación produjo y produce hasta el día de hoy.]
Otro dato que se presenta como expresión de esa oposición natural entre los fines de una y otra entidad, es la circunstancia y decisiones que tienen que ver con el llamado Congreso de Viena (varios, 1814-1815) y la subsiguiente Santa Alianza para restaurar el absolutismo monárquico en Europa. España sufrió esa “solidaridad” de los poderes contra la libertad social.
Ese pacto era para intervenir militarmente en otros países para eliminar las libertades sociales y reponer las coronas absolutistas. Ya han cambiado los tiempos. En otra época las ideas y los textos escritos de pensadores protestantes europeos son la guía reconocida en la formación de Estados Unidos, ahora [en palabras del presidente Monroe en 1823] “mientras ésa [Europa] trabaja para convertirse en casa y domicilio del despotismo, nuestro esfuerzo debe de ser claramente hacer nuestro hemisferio casa y domicilio de la libertad. … Y [después de las tropelías de Bonaparte] ahora continuada por la también ilegal Alianza, llamándose a sí misma Santa”. Es decir, en ese momento el presidente Monroe considera (igual que el ya retirado Jefferson) que la acción propuesta por las naciones defensoras del absolutismo, suponen un peligro real contra Estados Unidos. [Que el Vaticano fue sustento, nutriente y gozoso impulsor de la Santa Alianza, no creo que haya que recordarlo, pero por si acaso, lo recuerdo.]
La relación del Vaticano y Estados Unidos queda definida por un hecho: sólo había en el Vaticano legación comercial de Estados Unidos, en algún caso, representante personal del presidente, nunca embajador. Hasta que llegó Reagan. Desde entonces ambos imperios forman una “santa alianza” contra otro imperio que anda por ahí suelto. [La confusión religiosa y política del futuro, cada vez es más clara.]
Sin atender a las advertencias contra el peligro que supone el Vaticano para la existencia de Estados Unidos, que tanto habían explicado años atrás pensadores, presidentes, y, por supuesto, pastores protestantes,
Reagan se dio un beso de amistad y se colocó en yugo de igualdad con los intereses vaticanos. Nombró por vez primera embajador ante el Vaticano, y su administración, en la sección internacional, estuvo copada por militantes católicos (incluida la CIA). En todo eso jugó un papel clave, que sigue funcionando hoy, la asesoría religiosa para las elecciones presidenciales, que le proporcionan un discurso [con el ojo puesto en el electorado católico] de “valores religiosos”, tal vez de “valores cristianos”, que llevó a su urna un voto católico que le otorgó la presidencia. La jugada del Vaticano fue redonda: porque luego la estética de reproche “religioso” de su administración (y la de Bush) se la llevó el “fundamentalismo” evangélico. [A Reagan tampoco le salió mal, porque de una manera pragmática, también consiguió sus fines políticos. Pero ya el Estados Unidos de la primera época, ha muerto; el Vaticano de la primera época, sigue vivo. El Mesías lo matará con la Espada de su boca, y a todos los que se cobijan bajo sus alas.]
Mal tiempo el nuestro, pero muy esclarecedor. Ya tenemos los avisos, las situaciones para aprender. Que Dios nos conceda ojos y oídos. Les propongo, d. v., para los próximos encuentros, un recorrido con la ética cristiana en el mundo por las iglesias de Apocalipsis.
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