¿Para saciar el hambre que hay en la tierra o para engrosar todavía más las arcas de la industria agrícola y ganadera? ¿Son peligrosos para la salud los alimentos transgénicos?
Estas preguntas están en la base del debate ético sobre la aplicación de la ingeniería genética a la producción agrícola y ganadera.Parece que el deseo de producir plantas y animales transgénicos para el consumo humano tiene como principal objetivo aumentar las cosechas, mediante vegetales que sean resistentes a las plagas, sequías, heladas y que toleren bien el uso de los herbicidas. Por lo que se refiere al ganado, la intención de la biotecnología es mejorar la calidad de la carne, leche, huevos, lana y también obtener animales que crezcan deprisa y sean más sanos. Para contribuir a todas estas metas se están llevando a cabo múltiples investigaciones. En este sentido se trabaja, por ejemplo, en la elaboración de leche de diseño que sea adecuada para producir yogur o que no posea lactosa y pueda así ser consumida por las personas con intolerancia a este producto.
A principios de los años ochenta se descubrió una bacteria,
Bacillus thuringiensis, que era capaz de producir insecticidas. Cuando un insecto comía accidentalmente una de estas bacterias, en su aparato digestivo se producían unas toxinas que le causaban la muerte.
En la actualidad se conocen ya los genes que sintetizan más de cincuenta tipos diferentes de tales insecticidas bacterianos. Lo que ha realizado la ingeniería genética es copiar esta idea de la naturaleza y utilizar estos compuestos contra las plagasde la procesionaria del pino, la oruga de la mariposa del tabaco, el escarabajo de la patata o la oruga de la mariposa del algodón.
La ventaja de tales insecticidas es que no afectan al hombre ni al resto de los mamíferos ya que en un medio ácido, como es el intestino, se fragmentan pronto volviéndose inocuos. Además no pueden contaminar el suelo, el agua, ni transmitirse a través de la cadena alimentaria ya que la luz ultravioleta procedente del sol los desnaturaliza rápidamente.
Las aplicaciones biotecnológicas al sector agropecuario son numerosas.
Actualmente, por ejemplo, ya se están explotando comercialmente procesos como:
- la utilización de enzimas para convertir el almidón en productos edulcorantes;
- la obtención de ciertos aromas y sabores;
- la fabricación de jugos de frutas;
- tomates que mantienen su tersura constante e impiden el proceso de maduración;
- alimentos fermentados con nuevas texturas;
- levaduras híbridas;
- petunias de color rosa o bronce y claveles azules;
- algodón transgénico que produce cápsulas mucho más grandes que las normales;
- producción de numerosas vacunas y medicinas para el ganado;
- fertilización “in vitro” de embriones animales;
- hormona del crecimiento para aumentar el peso y la producción de leche;
- animales genéticamente modificados para ser utilizados en el laboratorio como modelos para investigar ciertas enfermedades humanas;
- insecticidas microbianos;
- técnicas de cultivo de tejidos; etc.
Muchas de las críticas que se hacen a la nueva biotecnología esconden detrás argumentos contra el sistema neocapitalista y el enorme poderío de las compañías multinacionales, más que censuras concretas a la tecnología en cuestión.
Aunque algunas de tales críticas son ciertas y están bien fundadas, no parece correcto culpar siempre a la biotecnología y a los científicos de los males que son propios del sistema.En estas cuestiones, como casi en todo en esta vida, conviene ser moderados.
Cuando se afirma que la ingeniería genética es una agresión a la diversidad biológica, se olvida que la agricultura tradicional también lo es, ya que ha reducido notablemente la variedad y riqueza de los alimentos que se consumen a diario. Decir que la ingestión de genes nuevos y extraños sólo ocurre cuando se comen alimentos transgénicos es también faltar a la verdad, ya que cualquier gen que se toma habitualmente en la dieta es tan extraño como pueden serlo los que manipula la biotecnología. Lo único que esta técnica hace es tomarlos de otro ser vivo y trasplantarlos, no crearlos artificialmente a partir de la nada.
Es verdad que debe existir un protocolo de seguridad que estudie y regule el impacto alimentario y ambiental del empleo de los organismos genéticamente modificados para evitar errores y posibles peligros.En este campo de la ciencia en el que todavía tantos mecanismos biológicos siguen siendo un misterio, es menester ser prudentes y aplicar constantemente el principio de precaución.
Si hay alguna duda sobre la seguridad de cualquier alimento transgénico es siempre preferible no hacer correr riesgos a las personas y esperar hasta que existan las suficientes pruebas científicas que garanticen su consumo. Pero también es cierto que, según afirman numerosos hombres de ciencia, la biotecnología aplicada a la agricultura y ganadería podría aumentar la calidad nutricional de los alimentos, reducir el uso de productos químicos en la agricultura, así como abaratar los precios y eliminar el hambre del mundo.
Si se toman las medidas adecuadas, con el consiguiente respeto ético por el hombre y su entorno, los beneficios para la humanidad seguramente superarán los riesgos.¿Podrá, de verdad, la ingeniería genética erradicar algún día para siempre el temible fantasma del hambre? Esto también se conseguiría simplemente mediante una equitativa distribución de los alimentos que hoy ya existen. Algo que no depende tanto de la ciencia sino, sobre todo, del corazón del ser humano. De su espíritu solidario y de su amor al prójimo.
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