Para muchos es casi una leyenda urbana, algo de lo que se habla mucho pero de lo cual casi nadie se atreve a dar una definición ni, por supuesto, una explicación. Es como un ente abstracto del que se sabe su existencia porque otros lo han visto, pero es difícil de reconocer en primera persona aunque muchos, sin saberlo, hayamos pasado por ello.
Al igual que en los dos casos anteriores que hemos venido tratando en esta serie de Remedios Naturales, la depresión y la ansiedad, el estrés tiene mucho que ver también con la cuestión perceptiva.De hecho, me atrevería que tiene incluso más relación con ello que los dos anteriores, por las razones que iremos intentando exponer con la mayor claridad posible a lo largo de las siguientes líneas.
La razón, una vez más, de plantear este asunto relacionado con el periodo vacacional es que estas fechas son uno de los momentos favoritos del estrés para hacer su aparición estelar. Sí, me reafirmo en lo que acabo de decir, aunque pudiera parecer que lo que expongo es una absoluta contradicción.
¿Cómo va a manifestarse el estrés justo en el periodo en el que estamos más descansados? Pues precisamente por eso, porque tenemos un organismo diseñado inteligentemente y al milímetro y ello redunda en que escoja muy bien en qué momentos puede venirse abajo por agotamiento o desbordamiento y en cuáles no. Pero empecemos por el principio, que suele ser lo más clarificador.
El estrés tiene que ver con la sensación (e insisto en lo perceptivo, porque una sensación no tiene por qué coincidir con la realidad) de que la situación que uno tiene delante le desborda. Esto puede ocurrir porque las circunstancias verdaderamente sean muy demandantes e, incluso teniendo recursos variados y eficaces, al individuo le parezca que la situación es, simplemente, demasiado o bien porque, aunque las circunstancias no sean tan exigentes, las propias herramientas para afrontarlo se estimen insuficientes. En cualquiera de los dos casos, cuando el individuo se pone delante de su propia balanza de posibilidades y riesgos, por alguna de esas razones valora que no puede con lo que se le viene encima y aparece una clase de malestar a la que denominamos estrés.
Ante muchas de estas situaciones, sin embargo, aunque el individuo parte de ciertas dudas acerca de sus posibilidades reales de afrontamiento, termina haciéndolo francamente bien, aunque con un coste personal muy importante en términos de cansancio y agotamiento físico y psicológico. En esos casos, como en aquellos en que la sensación de incapacidad se vive con angustia, el cuerpo se ve sometido a unos niveles de presión difíciles de sostener por mucho tiempo. Por ello, y en aras de poder sacar el máximo partido a una situación difícil, el cuerpo hace un esfuerzo o, mejor dicho, un sobreesfuerzo para dar lo mejor de sí y resolver la demanda. Pero está igualmente muy pendiente de cuál sea el momento en el que pueda relajarse para pasar la cuenta de todos los excesos cometidos. Éstos pueden darse por una situación laboral complicada, por un problema familiar o por una catástrofe, por los cuidados que haya que procurarle a un enfermo o por un periodo de exámenes, pero en todos ellos el cuerpo va a procurar dar lo mejor de sí, aunque siempre, como decimos, pasando factura al final.
De ahí que las vacaciones sean un momento perfecto para que el cuerpo, en un intento por compensar los muchos excesos, nos obligue literalmente a frenar, a bajar el ritmo e, incluso, a parar en seco porque, simplemente, no puede más. En ocasiones, esto nos pilla completamente fuera de juego, especialmente cuando ni siquiera sabemos de qué estamos hablando. Pero en otros, y sobre todo cuando ya hemos sufrido alguna vez en carne propia los efectos del estrés, que son muchos y variados, la anticipación ya es mucha e intentamos que el estrés quede reducido a mínimos, bien conscientes de que, si se le da lugar suficiente, no perdona.
Lo notamos en ocasiones en forma de dolores de cabeza, de malestar gastrointestinal, tendencia a las infecciones por una bajada del sistema inmunológico, con mal humor, irritabilidad, sintomatología de ansiedad o depresiva, trastornos psicofisiológicos varios e, incluso, en ciertos casos más graves y prolongados (o en personas con tendencia a ello), incluso alteraciones hormonales o trastornos crónicos. Pero todos ellos, como decimos, por una causa u origen común: los excesos ante las situaciones que nos desbordan.
Una vez que el estrés ha hecho de las suyas y se presenta con todo su séquito de acompañantes, poco hay por hacer más que afrontarlo con calma y grandes dosis de descanso. Pero como en tantas otras ocasiones en la vida, la verdadera clave está en que no demos lugar a que el cuerpo sufra excesos. Por ello, sugerimos algunas recomendaciones que pueden ser útiles:
· Nuestro cuerpo necesita que aquello que afronta esté guiado por el sentido común.En ocasiones, damos más de lo que honestamente podemos afrontar y lo hacemos guiados por las emociones, no por la cabeza. Puede ser muy noble visto desde un punto de vista, pero desde otro, nos desgastamos de tal forma que, si la situación problemática se prolonga, no podremos hacerle frente. Por ello, intentemos no abarcar más de lo que podemos manejar.
· Yendo un paso más allá, intentemos no abordar, necesariamente, todo lo que nos resulta humanamente posible abarcar.Llevar al cuerpo al límite de las fuerzas no es algo recomendable ni trae los beneficios que nos gustaría. Más bien, en esos casos, todo son problemas añadidos.
· Intentemos desechar la preocupación y cambiémosla por ocupación.Lo que no puede abordarse ahora ha de posponerse hasta que sea manejable, así que no sobrecarguemos las tintas más de lo que la propia situación lo hace. Si no podemos más que preocuparnos, es decir, si no podemos ocuparnos, no hay nada que debamos hacer en ese momento más que dejar la situación en manos de Quien verdaderamente puede manejarla.
· Tengamos cuidado, por otro lado, con el exceso de ocupación.Aunque el alto grado de actividad es vivido por las personas con estrés como un calmante, esto puede ser un arma de doble filo, porque seguimos agotando las fuerzas del único cuerpo que tenemos. Evitemos los excesos, entonces, sean del tipo que sean. Demasiada actividad, como demasiada calma, pueden ser negativos y perjudiciales si no sabemos hacer buen uso de ellos.
· Ten siempre, ya sea en tiempo de trabajo como de vacaciones, un espacio dedicado al descanso y al ocio.Esto oxigena cuando uno está afrontando el día a día y debería ser innegociable. Estar sólo dedicado a la obligación es negativo. Nuestro Señor descansó y entre su planning siempre podía encontrarse tiempo para el reposo. No seamos nosotros, en nuestra opinión, más inteligentes que el Señor mismo.
· Tener presente que nuestro cuerpo es un don preciosonos ayuda a centrarnos y a considerar que hemos de darle un uso adecuado, correcto, que honre a Quien nos lo encargó para disfrutarlo, usarlo, pero también para cuidarlo. Es Su templo y no debemos descuidarlo.
· Aprender a decir NO a aquello que sabemos que nos es lícito abarcar pero que sabemos que no nos convieneporque fuerza la maquinaria es otro buen principio a tener en cuenta. Las vacaciones pueden ser muy bien enfocadas o, por el contrario, convertirse en una continuación de lo mismo que hacemos mal en el resto del año.
· Dejemos siempre tiempo para imprevistos.Si algo nos saca de casillas es que las cosas no salgan como habíamos planificado. Ello nos obliga a tener que buscar soluciones de emergencia, planes B para dar respuesta a lo que de repente se nos ha puesto por delante y esto es siempre, por muy buenos que seamos generando soluciones, una fuente de estrés.
· Ahora que te enfrentas al periodo de descanso, no frenes de golpe.La búsqueda del equilibrio es siempre una buena opción. Reserva un tiempo para la actividad, aunque estate pendiente de las señales que tu cuerpo y tu mente te envían diciéndote que necesitan descansar. Si eso ocurre, que ocurrirá, obedece y descansa. El cuerpo que el Señor creó es sabio y nos informa de su estado en muchas ocasiones, aunque a su manera, para bien y para mal.
· Por último, tengamos presente que no podemos controlarlo todo.También que no estamos ante los problemas y demandas del entorno simplemente en nuestras propias fuerzas. ¡Eso sí que sería estresante!
Disfruta de este tiempo. En él toca descanso y reposo. Hay un tiempo para todo. Yo haré lo propio, me obligo a parar durante un mes, buscaré mi huequecito de calma y recargaré, si Dios lo permite, energías para lo que viene después.
Como siempre, y así lo creemos en Sus promesas, lo mejor siempre está por llegar.
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