Especialmente porque tras considerar toda la barbaridad perpetrada en el Holocausto, uno puede serenar el ánimo al pensar en
los muchos, que aún a riesgo de sus vidas, salvaron la vida a tantos judíos. Como bien dice la Mishná, “quien salva una sola vida, es como si salvara un universo entero”, porque es lo que hay dentro del “salvador” lo que tiene gran valor, aparte, obviamente, de la vida salvada. Es este sentido de la justicia, este luchar por ella y contra la corriente imperante, en la mayoría de los casos aun a costa de grandes peligros para ellos y sus familias. Es lo que pude intuir, con calma y emoción a la vez, en la larga secuencia de nombres de este precioso Jardín.
La estadística es en muchos casos -como en éste- reveladora. Aprendemos de ella, en primer lugar, que en
Alemania no todos eran del mismo percal. Se han reconocido más de 475 justos en este país. Y podemos imaginar que no les fue fácil proteger, esconder, salvar a los que estaban amenazados con el exterminio por las autoridades de la nación, en medio de la vorágine a la que Hitler había sometido al país. En
Hungría, país que oficialmente pronto se adhirió a la doctrina Nazi y colaboró con el genocidio, hubo 740 justos. En
Italia, más o menos como en Alemania.
Lo que llama más la atención es considerar la larga lista de justos que exhiben países que sufrieron las penurias de la invasión del ejército Nazi, y lo que ello supuso para toda la población. En
Bélgicase contabilizan más de 1500 justos. En
Ucrania, 2200. En
Francia, 3150. En
Holanda, 5000. Pero lo que más conmueve es que el país que quizá más sufrió en esta guerra cruel, de cuya población se asesinaron más judíos, en el que se instalaron campos de exterminio de nombres inolvidables como Sobibor, Varsovia, Treblinka y sobre todo Auschwitz,
Polonia, es el que ofrece la lista más larga de justos: más de seis mil doscientos.
Todos estos justos hicieron lo que hicieron a título personal. En muchos países, como ya he dicho, incluso en contra de las autoridades –las propias nacionales o las impuestas- y de la mayor parte de la sociedad,
poniendo sus vidas en peligro. Y no solo las suyas, insisto, también las de los suyos. El riesgo que corrieron fue realmente grande.
Si en un artículo anterior hacía constar la actitud más o menos generalizada en España de indiferencia, cuando no de animadversión hacia Israel y los judíos, también es justo reconocer que al Yad Vashem le fue concedido en España el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2007. Tímidos actos estos que no llegan a compensar lo mencionado anteriormente, pero que si somos honestos no podemos obviar.
En este Jardín de los Justos hay cuatro españoles, dos de ellos matrimonio. Obviamente, la cantidad es en nada comparable con la multitud de justos habidos en otros países como ya hemos visto antes. Estos tuvieron que hacerlo contrariamente a la tónica del régimen político de aquel entonces en España, dirigido por el general Franco, de la tendencia social mayoritaria, es decir asumiendo individualmente las consecuencias. Como todos los demás, cada uno de ellos, si tan sólo ha salvado una vida ya es merecedor de reconocimiento.
En este año se cumple el centenario del nacimiento de Sanz Briz, uno de estos justos.Con este motivo, Televisión Española emitirá una serie -
El ángel de Budapest- que explicará los esfuerzos de este español en Budapest, para salvar salvando dificultades a tantos judíos perseguidos durante aquella terrible guerra en Hungría.
Me quedé contemplando en el jardín el monumento al justo desconocido. Si como hemos visto, hubo muchos en numerosos países que han podido ser reconocidos por su labor sacrificada para salvar a cuantos judíos pudieron, emociona pensar que hay otros que ya difícilmente tendrán un reconocimiento en esta tierra. La memoria de estos queda recogida en esta escultura.
Viene a mi mente la oración pronunciada por el rey Salomón en ocasión de la consagración del templo que construyó en Jerusalén: “Tú oirás desde los cielos, y actuarás, y juzgarás, dando la paga al malvado, haciendo recaer su proceder sobre su cabeza, y justificando al justo al darle conforme a su justicia”.
En un artículo anterior manifestaba mi confianza en que la maldad será retribuida con justicia. Como complemento, conforta saber que el justo también tendrá su recompensa, conforme a su justicia.
De la misma manera que no puede ser que los atropellos contra la humanidad queden impunes, no es posible que tales acciones humanitarias queden sin reconocimiento. Y no basta un monumento, debieran serlo también en nuestros corazones. Sólo así, quizás un día, nosotros lleguemos a ser dignos de un reconocimiento parecido, lo que no será sin sacrificio por nuestra parte.
Artículo publicado en Aurora Digital
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