En Estados Unidos
la multiculturalidad gana espacios por todas partes, con enormes reticencias tanto de intelectuales –Samuel Huntington destaca entre ellos- como de alcaldes fronterizos tipo el de Maricopa, Arizona, Joe Arpaio, quien tiene una enconada guerra personal contra los indocumentados.
Es cierto que los flujos migratorios iniciales hacia lo que sería Estados Unidos provinieron mayormente de grupos con trasfondo religioso protestante. Salieron de sus países en busca de libertad de creencias, aunque no nada más de ella, y visualizaron de distintas maneras el nuevo lugar en el que se establecieron.
Hubo en esos inmigrantes iniciales, siglos XVII-XVIII, diversas posiciones respecto a cómo relacionarse con la población indígena, y los medios para interactuar con ella.
La vertiente más conocida es la belicista y supremacista, que tiene episodios dantescos por las formas del despojo a que sometieron a los pueblos originarios.
Pero hubo otra corriente, menos conocida y que subsiste en la Norteamérica contemporánea, la de inclusividad y construcción de vías pacíficas en el interactuar de los grupos humanos.
Congruentes con su tradición pacifista, forjada en Europa a contra corriente de sus perseguidores,
cuáqueros y menonitas fundaron poblados como el de Germantown, a las afueras de la actual ciudad de Filadelfia.
Armados nada más con su conocimiento de la Biblia (“Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas”, Mateo 7:12), y su propia experiencia de oprimidos, en 1688 forjan el movimiento anti esclavista y critican decididamente el sistema opresivo que se va conformando en detrimento de los derechos de la población indígena y los esclavos de África.
Por otra parte, y precisamente en conexión con la religiosidad popular afroamericana, se ha fortalecido crecientemente en las últimas tres décadas el estudio de las raíces negras del pentecostalismo. Los investigadores afroamericano(a)s están recuperando el significado de que haya sido el epicentro histórico del pentecostalismo moderno una pequeña congregación multirracial, encabezada por el predicador negro William J. Seymour, en Los Ángeles, en 1906.
En una obra de reciente aparición,
Black Fire: One Hundred Years of African American Pentecostalism, la investigadora negra y pentecostal Estrelda Y. Alexander, subraya que obviamente hubo entre las comunidades afroamericanas pentecostalismo antes de 1906, pero enfatiza que con la irrupción en el marginal templo de Azusa Street número 312 de manifestaciones extáticas irrefrenables se inició la cadena mundial de difusión del pentecostalismo.
Arguye la autora que la globalización del pentecostalismo angelino imbuyó de ciertas marcas propias de la espiritualidad negra, haya sido intencionalmente o no, al conjunto de las comunidades pentecostales en el mundo. Incluidas las blancas norteamericanas que hacia la segunda década del siglo XX segregaron a la población “de color”. Por cierto que en los orígenes del pentecostalismo de Azusa Street hubo mexicanos, que fueron eficaces transmisores para con sus familiares a los dos lados de la frontera.
Una sección que me resultó muy llamativa en el libro de la doctora Alexander, es en la que expone las posiciones que hubo entre distintos líderes e iglesias anglo sajonas sobre la naturaleza humana de la población negra. Jonathan Edwardsaunque en su ministerio evangelístico se preocupó por los afroamericanos, e incluso entre 1735 y 1741 bautizó a once de ellos, fue propietario de esclavos y contemporizó con la idea predominante en Nueva Inglaterra en el sentido de que la población nativa y la afroamericana tenían capacidades intelectuales apenas poco mayores que la de los infantes.
George Whitefield, reconocido predicador salvacionista dentro del Gran Avivamiento, afirmaba que la esclavitud no era pecaminosa y tampoco inmoral. En 1749 apoyó el establecimiento de la esclavitud en Georgia. Por su parte, sostiene Estrelda Y. Alexander, “la singular e importante contribución del metodismo al contexto afroamericano fue su decidida posición anti esclavista. Ambos,
John Wesley y su hermano Charles, el prolífico autor de himnos, fueron abolicionistas [de la esclavitud]”. Por el lado de los bautistas también hubo mayor apertura hacia la población llamada “de color”, ésta hizo suya la creencia de tal manera que incluso en nuestros días la población bautista afroamericana supera numéricamente a la afroamericana que se identifica como pentecostal.
En el terreno del protestantismo latino (con mayor frecuencia es rechazada la etiqueta hispano por parte de líderes y estudiosos del tema), el universo numérico que alcanza en Estados Unidos es mayor de lo que se piensa en varias instancias. De acuerdo con cifras recientes, veinte por ciento de la población de origen latino es protestante/evangélica, mayormente pentecostal.Ese porcentaje sólo es rebasado, o similar, en países de América Latina por Guatemala, Brasil y Chile. En México la población protestante/evangélica es cercana al diez por ciento.
Antes de la separación de Texas en 1837 de lo que entonces era México, y su posterior anexión a Estados Unidos, hubo mexicanos que entraron en contacto con el protestantismo y vivieron un proceso de conversión a esa fe. Fuentes mexicanas así lo reportaron pocos años después de la consumación de la Independencia del país. De hecho la percepción de que se estaba transformando el panorama religioso en la lejana provincia texana, llevó a varios intentos por atraer a esa región inmigrantes de Europa, pero exclusivamente de países católicos. Los planes fracasaron rotundamente.
El libro de Juan Francisco Martínez (Los Protestantes: An Introduction to Latino Protestantism, in the United States) director del Centro Latino en el prestigiado Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California, que todavía no es publicado pero cuyo autor nos compartió algunos de sus contenidos, resalta el dinamismo del protestantismo de habla hispana en zonas históricamente con gran presencia de población de ese origen idiomático, pero también cómo se expande hacia zonas del país insospechadas hace tan sólo una o dos décadas. En no pocos lugares los Brown, Latino and Protestant rebasan a los tradicionales WASP y/o a los afroamericanos bautistas o pentecostales.
Un tercer grupo con gran dinamismo es el de los evangélicos asiáticos, con ancestros o ellos mismos provenientes de la diáspora china, de Corea del Sur, Japón y el sub continente conformado por la India. Sobre todo los coreanos están ampliando y visibilizando su presencia en el plural
evangelicalismo norteamericano. Su pujanza sobrepasa al del protestantismo blanco, cuyas espaciosas y muy confortables instalaciones, inicialmente en préstamo a los sudcoreanos terminan por ser adquiridas por éstos y con ello transforman el panorama cultural y religioso de su entorno.
El protestantismo misionero norteamericano de los siglos XIX y XX que se propuso ir al mundo para ganarlo a su causa, ha visto en las décadas recientes cómo el mundo llegó a los Estados Unidos y está reconfigurando religiosamente la sociedad estadounidense. El cristianismo evangélico estadunidense ha recibido vientos renovadores de donde no los esperaba.
Si quieres comentar o