Desde entonces, en el seno de la comunidad científica comenzó a despertarse una gran inquietud moral,
¿serían peligrosos tales experimentos? ¿podría ocurrir que cualquiera de estos microbios a los que se les introduce el gen de alguna enfermedad grave, como el cáncer, se escapara de los laboratorios y provocara una terrible epidemia? ¿acaso no existe la posibilidad de que algún “científico loco”, o subvencionado por cualquier organización terrorista, diseminara entre la población bacterias cargadas con genes que produjeran venenos mortales?
Los principales temores, suscitados en aquella época, se debían al desconocimiento de los posibles efectos patógenos que los organismos modificados podían tener sobre el ser humano o el medio ambiente.
Tales preocupaciones motivaron que en febrero de 1975 se realizara en California la famosa Reunión Internacional de Asilomar, en la que se debatieron todos estos asuntos.
Por primera vez en la historia de la investigación científica se produjo esta situación tan especial. Los hombres de ciencia se autoimponían una prórroga a sus propias investigaciones.La conclusión a que se llegó fue que, aunque la investigación del ADN recombinante debía continuar, ciertos experimentos requerían una moratoria.
El aplazamiento sólo duró 18 meses, hasta que un comité de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos confeccionó un proyecto para regular tales estudios.
Algunos de los principales problemas planteados por la ingeniería genética tienen que ver hoy con las alergias que ciertos alimentos manipulados pueden producir en el ser humano.
Si los genes extraídos de una planta son capaces de provocar alergias en determinadas personas, cuando sean manipulados e introducidos en otra seguirán conservando su alergenicidad para tales personas. Esto es, por ejemplo, lo que ocurrió con ciertas habas transgénicas. La compañía norteamericana Pioneer Hibred introdujo un gen de la nuez de coco del Brasil, que provocaba alergia a ciertas personas, en las habas de soja. Esto se hizo con la intención de producir habas de soja con mayor contenido proteico.
Sin embargo, al comprobar los efectos alérgicos la compañía decidió detener el lanzamiento de tal producto. Debido al peligro de los alimentos que pueden producir alergias a algunas personas, sería conveniente el adecuado etiquetado de tales productos o la eliminación total de su uso para la alimentación. Esto es precisamente lo que proponían organizaciones como Consumers International que apoyaban el principio de que los alimentos transgénicos deben ser tan seguros como sus equivalentes tradicionales y que no debería comercializarse ningún producto que no hubiera superado un examen amplio y adecuado de su seguridad.
Actualmente, después de casi treinta años de manipulación genética, parece que el riesgo no es tan grande como antes se pensaba. Se han realizado ya miles de liberaciones controladas de microorganismos manipulados al medio ambiente y, lo cierto es que no existen noticias de que se hayan producido desastres ecológicos.
En principio, cabe pensar que las medidas de control utilizadas son suficientes para garantizar la seguridad de estas prácticas. Lo cual no implica que no se deba continuar investigando el problema de liberar organismos modificados al ambiente, sino que es menester proseguir perfeccionando tales conocimientos. Pero, en contraste con lo que se pensaba durante los primeros años, hoy se cree que los beneficios de la ingeniería genética superan con creces a los riesgos y que gracias a ella la humanidad podrá solventar los principales problemas que tiene planteados.
No hay que cerrar la puerta al estudio científico de la vida en base a ciertas sacralizaciones falsas del mundo natural o del propio ser humano.
La enseñanza que se desprende de la doctrina bíblica de la creación muestra que la criatura humana tiene la obligación de conocer y descubrir científicamente la naturaleza en la que ha sido colocada como “imagen de Dios”. Y, más aún, debe procurar con todas sus fuerzas “humanizar” esa creación.
Frente a cualquier amenaza tecnológica el creyente debe intentar siempre servirse de la técnica y nunca convertirse en servidor de ella.
Pero también es verdad que cuando la manipulación genética se vuelve arbitraria y reduce la vida humana a un simple objeto, entra en el terreno de la degradación y puede despojar al hombre de su libertad y autonomía. Como afirma Hans Jonas: “los actos cometidos sobre otros por los que no hay que rendirles cuentas son injustos” (Jonas,
Técnica , medicina y ética, Paidós, Barcelona, 1996: 133).
Toda manipulación genética del hombre que traspase la frontera de la libertad del prójimo y pretenda programarle o diseñarle según criterios ajenos a él, será opuesta a la ética. Contra esto último siempre habrá que seguir luchando.
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