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Remedios naturales (I)
 

Reflexión en vacaciones… un mal necesario

Me dispongo a tratar en las próximas semanas algunos asuntos que creo que son del interés de muchos dado lo extendido de las problemáticas en cuestión.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 09 DE JULIO DE 2011 22:00 h

Pero he creído que éste, el periodo estival, sería una buena fecha para ello debido a que es precisamente a estas alturas del año, en las etapas vacacionales, cuando parece que aumenta en gran medida el malestar de muchos en varios frentes, no sólo a nivel individual, sino de pareja y también familiar. Si lo pensamos detenidamente, tiene cierta lógica. Durante el resto del año, en plena vorágine laboral y de actividad, nuestras atenciones están puestas en esos asuntos y no en otros. Eso es lo que acapara buena parte de nuestros recursos, y siendo así, lo demás queda, al menos mientras se pueda retrasar, en un plano secundario.

Pero el periodo de vacaciones trae consigo, no sólo días de playa y sol, de montaña y aire fresco, sino un sinfín de tiempo para pensar en uno mismo, en el punto de nuestra vida en el que nos encontramos, nos proporciona un contacto constante con quienes nos rodean y ello acarrea, lógicamente, mayor nivel de satisfacción cuando todo va bien, pero también mayor número de roces y malentendidos, de malestares y angustias, cuando las cosas van mal. No en vano septiembre es un mes terrorífico en las consultas de los profesionales de la salud mental. La gente llega en pleno punto de ebullición o bien ha estallado por completo en vacaciones. Si algunos habían pensado en separarse, las vacaciones han confirmado su hipótesis de que la situación no tiene arreglo y probablemente, de las frases más escuchadas en esta época del año ante el profesional en cuestión sea “Ya no podía más”.

Las vacaciones traen a nuestra vida algo con lo que ya casi no sabemos manejarnos: tiempo libre fuera de la actividad habitual. Y aunque lo que estoy diciendo a algunos pueda parecerles una frase de Perogrullo, tiene una lógica de fondo que me parece aplastante. Sobre todo aquellos que vivimos bajo el ritmo que marca una gran ciudad, estamos sometidos a un ritmo de actividad tal que, cuando intentamos frenar, o bien no sabemos y necesitamos llenar nuestro recién estrenado tiempo libre de actividad frenética, para no perder las costumbres, o bien frenamos en seco y la realidad se nos lleva por delante. Ni seguir la inercia es bueno del todo, entonces, ni la parada brutal tampoco. Es cierto que la actividad es, por mucho que la critiquemos y muy poco que nos guste trabajar, un potentísimo distractor. Mientras dedicamos nuestra atención a todas nuestras obligaciones no tenemos que pensar en nada más. Además, en nuestra mente está plenamente justificado y lo explicamos magistralmente con un “Es que no tengo tiempo” que nos hace quedar la mar de conformes y, simplemente, seguir adelante con nuestra vida.

Y probablemente es verdad. De hecho, en cuanto tenemos un poquito de ese tiempo del que andábamos tan escasos, nuestra mente se pone, rauda y veloz, a la tarea de abordar todos los asuntos pendientes, los que han quedado sin tratar, los que no hemos querido ni mirar, no sea que nos llamen a gritos para ser resueltos. Y lo peor de todo, esto pasa incluso aunque nosotros no queramos.Nuestra memoria empieza a funcionar a la velocidad del rayo y saca del baúl de los recuerdos todo lo que nos produjo daño, lo que no nos gustó que sucediera, lo que dejamos en la cuneta a la espera de que se resolviera solo… pero nuestra mente nos impele a resolver y principalmente a no olvidar ni descartar aquellas cuestiones que tienen que ser tratadas sin dilación, aunque duelan. Sólo en casos muy particulares nuestra mente olvida selectivamente ciertas cosas, pero en general no nos permite pasar por alto todo aquello que quisiéramos ignorar porque abordarlo, duele. Más bien nos obliga a volver sobre ello una y otra vez aunque no queramos, con la ilusión de ser resuelto, quizá, por ejemplo en vacaciones.

Pensar en sí mismos u en su situación crea, en muchas personas, estados de malestar difícilmente manejables a menudo si no tienen la ayuda necesaria. No nos gusta en tantos sentidos la vida que llevamos, las cosas que nos pasan, los roces que tenemos… pero mientras no tenemos que detenernos obligatoriamente en considerarlos, seguimos adelante, sin mirar ni atrás ni a los lados, sólo delante y cauterizamos nuestra conciencia respecto a aquello que nos desagrada. Pero, ¿qué sucede cuando no tengo nada ni nadie donde mirar en sustitución a mi situación real? ¿Qué ocurre cuando ya no puedo dilatar más lo que llevo tiempo y tiempo retrasando? Pues lo obvio: que tengo que afrontarlo, con todo lo que eso conlleva, también en vacaciones. Porque si algo descubrimos en el periodo estival es que la mente no descansa todo lo que nos gustaría.

En esta sección que nos ocupará varias semanas pretendo abordar tres de los cuadros más comunes que se presentan a la hora de afrontar situaciones, fuera o dentro del periodo vacacional. Hacemos, entonces, en cierto sentido, un intento de prevención para aquellos que aún no marcharon de vacaciones, un ejercicio de reflexión para los que están ya inmersos en ellas… pero principalmente una consideración crítica acerca de la manera que tenemos de percibir nuestra realidad, la que hay escondida detrás de nuestros casi enfermizos niveles de actividad y de la que intentamos escapar en tantas ocasiones porque no podemos soportarla.

Consideraremos estas tres problemáticas:
· El bajo estado de ánimoo lo que llamamos comúnmente DEPRESIÓN, no en el sentido diagnóstico estricto, sino como conjunto de síntomas afines y relacionados con ese estado de ánimo,
· La angustia, preocupación o, en términos generales, ANSIEDAD, un estado emocional muy cercano al miedo y que aparece ante situaciones que, si bien no son peligrosas, las vivimos como tales,
· La sensación de desbordamiento o ESTRÉSante una situación que nos parece que no tenemos capacidad para controlar, ya sea porque en sí es de grandes magnitudes o porque estimemos que nuestros recursos son insuficientes.

Me parece fundamental recalcar que, curiosamente, estos tres males son endémicos de nuestros países desarrollados y de nuestra civilización capitalista. Se dan en este tiempo y lugar cuando, por contraste, en áreas del mundo donde tendrían muchas más razones objetivas para sentirse deprimidos, ansiosos o estresados, no aparecen estos cuadros. Algo ocurre en nuestra forma particular de percibir la realidad que hace que, independientemente de la bondad de la situación que atravesamos, no seamos capaces de ver el vaso medio lleno, sino muy por el contrario, vacío y al borde del precipicio. Esto nos pone frente a una realidad que intentaremos considerar de cerca y es la de que las cosas, para nosotros, no son lo que son, sino lo que nos parecen y que actuamos, por tanto, de una manera muy poco lógica y de consecuencias dudosas, si no peligrosas: en función de nuestras emociones, de la realidad que interpretamos, no de la que vemos o de la que cualquiera a nuestro alrededor podría contrastar y comprobar.

Esta es una de las razones principales por las que a menudo la ayuda que nos brindan los demás en este sentido nos resulta tan poco útil: porque independientemente de cómo vean ellos nuestra realidad y con cuánta contundencia y vehemencia nos la quieran hacer considerar de otra manera, la cuestión es cómo la vemos nosotros. El problema es, entonces, de percepción e interpretación de lo que nos rodea y eso sitúa el asunto a resolver justamente en nosotros mismos. Eludir esta perspectiva es rehuir el quid de la cuestión, esto es, que hemos de ser cada uno los que analicemos en qué maneras estamos interpretando, entendiendo y enfrentando la realidad. Ese es un ejercicio que nadie más puede hacer por nosotros y que no podemos eludir por más tiempo, menos ahora que disponemos de él sin excusas.

Así pues, la primera recomendación contra el malestar en vacaciones es usar este tiempo para la reflexión y la consideración de nuestra situación real, sin maquillajes ni arreglos cosméticos que no son más que una tirita ante una herida sin desinfectar.Este alto en el camino puede ser doloroso en cierta medida, pero éste es un malestar sólo temporal. Es como el dolor del chorro de alcohol desinfectando la herida, pero que redunda en un bien para la curación de la misma, para el individuo en sí, y para el bienestar de los que le rodean. Este tiempo de reflexión es, si quieren, un mal necesario pero de incalculables beneficios. Porque recordemos que cuanto más tardamos en vislumbrar que tenemos un muro delante, más fácil es que nos demos de bruces contra él. Mirar hacia otro lado no hace que la pared desaparezca, sólo hace que acortemos distancias con él sin habernos preparado adecuadamente.

Primer remedio natural, entonces: no dejes pasar en vacaciones aquello que urge que atiendas y para lo cual ya no tienes la excusa de la falta de tiempo.Tratar tus asuntos es, al fin y al cabo, un mal necesario.
 

 


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