Entró en el estadio con las piernas sangrando, pues había caído y se había lesionado seriamente. Al verle llegar, y una vez atendido, varios periodistas se acercaron, y uno de ellos le preguntó: "
¿Cómo no abandonó usted la carrera?".
Su respuesta fue la siguiente: "
Mi país no me envió para que empezara la carrera, sino para que la terminara".
Cuando escucho una historia así, o en algún libro o en alguna película alguien muestra valor, bondad, coraje, perseverancia o valentía, por un momento yo quisiera ser el pequeño héroe de la historia. Y entonces
pienso que mi vida, que nuestras vidas, son también, en realidad, una película, en la que el argumento depende en gran parte de nosotros.
¿Recordáis la alegría allí, en la salida de nuestra carrera cristiana?
Teníamos por delante toda una vida, y la veíamos teñida de un nuevo color y un nuevo sabor. Sabíamos que ya no estábamos solos y, con la ayuda del Señor, íbamos a comernos el mundo.
Ha pasado el tiempo. Y en algunos casos no ha sido fácil llegar hasta aquí, ¿verdad? Y una se hace mayor. No sólo son las canas y las arrugas: es esta sensación de tener perspectiva de las cosas.
¿Sabéis qué me ha parecido observar? Que mientras que en la vida nos esforzamos, luchamos y nos sacrificamos por alcanzar las metas que nos proponemos, en las cosas del Señor tenemos a veces otra actitud.
¿No habéis estado trabajando duro más de un verano o en navidades, para conseguir el dinero que necesitáis para la cámara, o el viaje, o el primer plazo de la moto? Y merecía la pena, ¿no? ¿No habéis ido durante meses al gimnasio y, poco a poco, habéis conseguido poneros en forma, tal como deseabais? ¿No habéis estudiado durante años, para estar bien preparados y obtener el mejor trabajo posible? ¿No habéis tenido que sacrificar más de una posible comida en un restaurante, incluso un viaje entero, para poder pagar el piso? Y lo habéis hecho con ilusión, pues el piso en cuestión iba a ser el hogar compartido con la persona amada. ¿Y no os ha costado, todo eso?
La carrera cristiana, la vida cristiana, no es un camino de rosas. Ya lo sabíamos.El camino es largo y lleno de pruebas y obstáculos. A veces parece que el cansancio nos va a vencer. Otras veces son las heridas recibidas.
En ocasiones son los tropezones y las caídas que, por descuido o deliberadamente, vamos teniendo. A veces nos invade el desánimo. Otras perdemos las energías luchando en el bando equivocado, contra los nuestros...
Pueden ser mil cosas. Y, ¿sabéis qué es lo peor? Que asumimos, sin mucha resistencia, el fracaso. El fracaso que no admitiríamos de ninguna manera en otras áreas de nuestra vida.Y nos encogemos de hombros y pensamos:
"no hay nada que hacer"; “la vida es así”. ¡Pero bueno!
Volvamos a las películas, si me permitís.
Yo sé que no voy a ser la gran heroína de ninguna gran película. Pero, sin duda alguna, soy la protagonista de mi vida, la gran y única protagonista de mi película. Lo mismo que tú de la tuya. A mí me gustaría hacer un buen papel. Y ahora sé que la mayoría de héroes son anónimos; ¿lo sabías tú? Anónimos pero valientes; anónimos pero fieles; anónimos pero perseverantes; y bondadosos, sinceros y gozosos; anónimos pero parecidos a Cristo; anónimos para todos... menos para Él.
Los héroes de la Biblia eran personas muy parecidas a nosotros… ¡pero que muy parecidas a nosotros!Y a pesar de sus flaquezas, debilidades y pecados, el Señor, que mira el corazón, se alegraba de las vidas de muchos de sus hijos e hijas, por el empeño que ponían en agradarle, en seguirle, en obedecerle.
Yo no quiero ser el cobarde de la película. Ni el traidor. Ni el necio. Ni el malvado. Ni el imprudente, ni el renegado, ni el enemigo...
La percepción que teníamos al empezar la carrera era bastante correcta: no estamos solos, ¡el Señor sigue a nuestro lado... si no le hemos echado fuera, claro! Y es verdad que puede ayudarnos en todo lo que necesitamos... si se lo pedimos, y si nos interesa en algo el tema de la fidelidad, la fidelidad por amor, por supuesto. Si nos interesa el tema de la extensión del reino, y el de la gloria de su Nombre Santo, y el de la victoria espiritual.
Y hay algo estupendo: que podemos andar el camino juntos. Tú y yo. Y el Señor; que realmente es quien dice ser. ¡Pues venga! ¡Adelante!¡Que no hay más tiempo que perder... y el Amado nos espera con los brazos abiertos, con la mirada tierna y con su cariñosa sonrisa al final del camino!
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