Ahora que en México se viven momentos particularmente difíciles,
su voz se echa de menos grandemente, porque dejó un enorme hueco en el análisis y la observación de la realidad social, lo cual no significa, como algunos han señalado con cierta dureza, que sus lectores, admiradores e incluso seguidores se hayan quedado huérfanos con su partida. Lo cierto es que se le extraña por todas partes y que hace falta su mirada aguda y, sobre todo, su gran sentido del humor, con el que iluminaba los peores momentos que debía vivir y cronicar. Ha dejado una inmejorable herencia, sus textos, la mayoría dispersos por toda la prensa mexicana, y que necesariamente deberían reunirse para apreciar mejor la vastedad de intereses que manejó.
Parte de esa herencia ha aparecido ya en sus libros póstumos, un par de ellos conformados por artículos publicados previamente y, en especial, en Historia mínima de la cultura en México, acaso la verdadera summa de su trabajo cronístico. Allí, es posible pasar revista a la manera en que asumió la tarea de fagocitar cuanta realidad cultural se asomara en el horizonte y fuera digna de dialogar con ella, describiendo sus bordes, entrañas y consecuencias, mezclando las vertientes populares y exquisitas mediante el uso de un instrumental propio que quizá desquiciaba a los críticos más rigurosos y académicos, pero ante quienes después citaban al cronista de la colonia Portales. Los 39 capítulos de esa obra que creció sin remedio son a partir de ahora un referente ineludible para comprender lo sucedido en el México del siglo XX, pues lo atraviesa con singular alegría y muestra sus filias y fobias estéticas sin cortapisas.
Calificado por Adolfo Castañón como
el hombre-ciudad,
las más recientes generaciones de escritores han trabado con él una amistad singular, testimonio de la cual es el volumen colectivo La conciencia imprescindible, en donde se percibe cómo desde la hibridez de su escritura fue capaz de hacer cortes transversales de la vida social e, incluso en los temas supuestamente banales, encontrar puntos de contacto con los temas trascendentales.
Enemigo a muerte de los lugares comunes y del acartonamiento de los políticos, los fustigó con una ironía que se volvió sinónimo de su estilo y que no lo abandonó ni siquiera en los peores momentos.
Si, como sabemos bien, su pasado protestante tampoco lo abandonó, esa marca de agua‖ que llevó a cuestas toda su vida lo hizo ser, en muchos sentidos, un auténtico heterodoxo y, más allá de esta filiación que muchos insistieron en recordarle (los protestantes sólo me invitan para cosas serias‖, dijo en algún momento), se distanció de la iglesia, también, para criticarla sin piedad y, ya en el terreno de las luchas políticas, dejar bien claro el estatuto moral de sus aproximaciones a los fenómenos, algo que muchos no le perdonaron.
La recopilación que presentamos trata de dar fe de la forma en que sus amigos y enemigos, gente cercana y atenta a su producción periodística y literaria, así como los observadores de la vida cultural en México y fuera de él, se acercaron (y siguen haciéndolo) a ese conjunto escritural que, marcado por la lectura infantil y consuetudinaria de la Biblia y un cúmulo adicional de autores y obras, está a la espera de más y más lectores/as que sepan dialogar con un escritor que ejerció el principal compromiso de quien toma la pluma (o el teclado) para salir de sí y usar el lenguaje con una riqueza poco común. Cierto, Monsiváis se unió a ciertas causas (perdidas, la mayoría), pero nunca se permitió que eso le nublara su mirada crítica, que lo convirtió en uno de los mayores intelectuales que dio el siglo XX en México.
Queda pues, a consideración de los lectores esta visión apasionada sobre una obra indiscutible.
SELECCIÓN de Leopoldo Cervantes-Ortiz
Carlos Monsiváis, in memoriam… a un año de su partida
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