Desde la Cruz surgió el triunfo más pacífico de la humanidad.
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Tengamos felicidad por aquellas parábolas de Amor que nos alimentan.
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Estoy por tierras ecuatorianas, participando en un importante encuentro internacional de poetas procedentes de Chile, México, Brasil, España, Bolivia, Perú y del propio país anfitrión. Dentro del mismo se celebra un homenaje al poeta ecuatoriano Rubén Astudillo y Astudillo (1938-2002). Poco conocía de su obra, pero cuando empecé a leerla constaté su evolución, desde una irreligiosidad casi blasfema hasta una íntima búsqueda de Dios. Así, por ejemplo, cuando dice: “Señor/ es dura la condena y tu silencio explota/ como una eternidad/ en esta fría/ tarde del corazón”. En una de las primeras noches sin dormir, por obra y gracia del reloj biológico cambiado, pergeñé el poemita titulado ”Señor”, a modo de respuesta a Astudillo:“Por qué curva tan alta estás, Señor,/ si aquí hay un poeta que no te oye/ y sufre tu gran choque de silencio/ en su errante corazón necesitado.// Debes perder algo de cielo, Señor,/ hasta dejarle en su pecho tu huella/ junto a esos tiempos maravillados/ que merman el dolor y la blasfemia.// Repítele en su alma que sí hay lobos/ a los que se debe alimentar de amor/ en medio del fango de los violentos.// Señor, ven y quítale ya del calvario/ de estar congelado en un abismo/ al que no calientan tus entrañas”.
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En una larga entrevista realizada por el periodista y escritor colombiano René Arrieta, él me formuló esta pregunta: “Es recurrente en usted el tema bíblico, y algunas veces suele formar versos parafraseando textos de las Sagradas Escrituras. ¿Qué nos dice sobre el particular?”.
He aquí mi respuesta:
“Expuse mi espíritu a lo sagrado cuando traspasaba las primeras cuatro décadas de mi vida. Posiblemente necesitaba de tal madurez para entablar una relación entrañable con el mayor Poeta de los poetas: Jesús, el galileo condenado a la muerte de cruz por los poderes religiosos y políticos de su tiempo.
Y es que esa infamante muerte se destinaba, por lo general, a los esclavos desobedientes. A él, un pobre que denunció entre los pobres la mendacidad de los estimados Grandes, lo clavaron por revolucionar con el Amor y con la fuerza de su Palabra. Era un poeta profundo, profeta o apóstol de la no posesión, germen de todas las codicias que destruyen la humanidad. Lo colgaron como a un “don nadie”, burlándose de él, tal como hoy mismo suele hacerse, en el vulgo y en salones palaciegos, con los Poetas-Poetas cuyos desafíos éticos y estéticos desnudan las mentiras de los mandamases.
Los poetas, o quienes merodeamos el entorno de la Poesía, sabemos que sólo somos un eslabón de una larga cadena que viene desde el Principio. Jesús, Verbo hecho carne, tiene en la Biblia unos ancestros de enjundia, unos “poetazos” que superan de largo a ciertos rimbombantes versificadores de ayer o de hoy.
Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura de 1996 y mujer descreída de toda religión o ideología, en su discurso de recepción del premio dijo que, de tener delante de ella a Eclesiástes, se inclinaría ante él, pues lo estimaba como uno de los más grandes poetas de todos los tiempos. Ahí quería llegar para responder el meollo de su pregunta. Cuando en verdad me hice cristiano, quedé enmudecido, leyendo y absorbiendo la Biblia por entero, pero especialmente las parábolas del Evangelio y los asombros y revelaciones de poetas tan inmensos como Isaías, Job (o quien escribiera tal poema dramático), Jeremías (tan actuales son sus Lamentaciones), David (ah, el lírico salmista al que leo con fruición), Salomón (el Eros también es sagrado; los Proverbios también son poesía filosófica y sentencias para el existir del hombre), Miqueas, Habacub, Ezequiel, Zacarías, Oseas, Sofonías, Joel, Amós, Nahúm… y paro de contar. Quien todavía los ignora, bien merece ser un ignaro, literariamente hablando.
Después de cinco años de “mudez” escribí mi
Cristo del Alma. Ahí dentro está el Poeta de los poetas, pero también su linaje precedente ya nombrado. También está su epígono, Juan de Patmos, con las rotundas imágenes de su Apocalipsis. Y ahí estoy yo, mostrando ciertas purezas íntimas de esa cuarentena. Eso sí, en mi escritura nadie hallará ecos del incienso de una religiosidad abyecta, contraria al cristianismo, presta a utilizar el humo y el aroma del incienso para velar sus tropelías y para tratar de disipar la hediondez de sus perversiones o condescendencias varias. No olvidemos que ese clero corrupto de tiempos de Jesús ordenó dar muerte, por segunda vez, a Lázaro, para borrar huellas de las maravillas del Cristo. Y recordemos que Jesús siempre hablaba por parábolas a la gente, siguiendo así la senda iniciada por el poeta del salmo 78, cuando tan bellamente dice, en la incomparable traducción de Casiodoro de Reina:
“Abriré en parábolas mi boca;/ Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo”.
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