Junto a Nicanor Parra, era considerado uno de los poetas más notables del continente, especialmente desde que sus obras fueron publicadas en España y, sobre todo, por haber obtenido el Premio Cervantes en 2003. Luego de ejercer como profesor de literatura durante varias décadas en su país, se relacionó con el gobierno de Salvador Allende debido a su filiación izquierdista, al que representó en China y Cuba, aun cuando este aspecto ideológico no es muy visible en su obra.
Vivió exiliado en Venezuela y la República Democrática Alemana y volvió a Chile para, desde allí, proyectar su trabajo.Sus títulos, imprescindibles para comprender la evolución de una línea poética insobornable, son:
La miseria del hombre(
1948),
Contra la muerte (1964),
Oscuro (
1977),
Transtierro (
1979),
Críptico y otros Poemas (
1980),
El alumbrado (
1986),
Materia de testamento (
1988),
Desocupado lector (
1990),
Zumbido (
1991),
Río Turbio (
1996)y
Diálogo con Ovidio (1999), entre los más publicitados.
Heredero de la importante vertiente surrealista que en su país tuvo grandes nombres, aunque después se alejó de ella, al mismo tiempo continuó, a su modo, la gran tradición que viene de Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y, por supuesto, Pablo Neruda. Con un estilo personal que derivó en una voz sumamente ligada a lo coloquial,
Rojas desarrolló siempre en sus textos una relación muy lúdica, con tonos dramáticos, entre lo amoroso y lo religioso, pues, decía, era una persona “mística y concupiscente”.
En una entrevista de 1972 con Mario Benedetti, Rojas le confió, refiriéndose a su primer libro: “Acaso el libro podía haberse llamado como ese primer poema: ‘El sol y la muerte’. Que conste entonces que el amor es el sol, y que no se trata del amor fundado y ultimado en la eroticidad de lo génito femenino, etcétera, sino que se trata del amor en otra dimensión, en otro juego: un amor trasuntado, trascendido, del que no podría estar ausente cierta dimensión (¿por qué no decirlo?) mística, en cuanto cerrada, en cuanto misterio”. Unos versos del poema aludido dicen:
Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.
¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
lo
hondo,
¿de qué el Mundo?
¿De qué el cuerpo, este cuerpo que me obliga a comer,
a dormir, a gozar, a me desesperar,
a palpar los placeres en la sombra
de la sombra?
En
Obra selecta (Caracas-Santiago, Biblioteca Ayacucho-FCE, 1997, 1999)
, preparada por Marcelo Coddou, quizá la muestra más amplia y representativa de su labor poética, luego de otras recopilaciones como
Del relámpago (1981) y
Antología personal (1988) y
Antología de aire (1991) o
Las hermosas (1992), que reúne su poesía amorosa, la segunda sección lleva por título “Lo numinoso”. Allí refulgen sus impresionantes textos de naturaleza casi imprecatoria en los que da fe de un peregrinaje interrogativo profundo y poco común en el ambiente latinoamericano, comenzando con ese gran poema que es toda una declaración de fe, poética y total:
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
(
Contra la muerte, 1964
)
La militancia interrogativa en ese segundo libro lo estrella de bruces contra la enseñanza religiosa superficial que no responde a sus hondas ansias y preocupaciones:
Contra la muerte
Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio. […]
¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?
Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo. […]
Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.
Y en “Numinoso” las verdades dogmáticas se desdoblan como verdades poéticas y existenciales:
Numinoso
1
Al mundo lo nombramos en un ejercicio de diamante,
uva a uva de su racimo, lo besamos
soplando el número del origen,
no hay azar
sino navegación y número, carácter
y número, red en el abismo de las cosas
y número.
2
Vamos sonámbulos
en el oficio ciego, cautelosos y silenciosos, no brilla
el orgullo en estas cuerdas, no cantamos, no
somos augures de nada, no abrimos
las vísceras de las aves para decir la suerte de nadie, necio
sería que lloráramos.
3
Míseros los errantes, eso son nuestras sílabas: tiempo, no
encanto, no repetición
por la repetición, que gira y gira
sobre
sus espejos; no
la elegancia de la niebla, no el suicidio: tiempo,
paciencia de estrella, tiempo y más tiempo.
No somos de aquí pero lo somos:
Aire y Tiempo
dicen santo, santo, santo.
Continuaremos en esta veta poética de uno de los mayores creadores latinoamericanos de los siglos pasado y presente.
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