Es un intento por llevarnos a cierta reflexión colectiva, pero principalmente individual,acerca del problema que ya están suponiendo de manera real y para muchos las famosas redes sociales, así como el contacto con las nuevas tecnologías en general.
La revolución tecnológica ha traído a nuestra vida, sin duda, múltiples posibilidades. Pero no todas ellas son en positivo.
Si bien la informática e internet, a las que nos referiremos hoy principalmente nos abren un mundo de posibilidades informativas y prácticas, también tienen un lado oscuro del que muchos parecen no percatarse hasta que en sus vidas ya no queda atisbo de luz. Y ese es el verdadero drama y la verdadera esencia del problema: estos instrumentos se constituyen, de forma casi imperceptible, pero con un avance imparable en ocasiones, en verdaderos tiranos que nos esclavizan en términos literales y nada metafóricos. Quizá ese es el gran engaño, pensar que la esclavitud se abolió siglos atrás y que nosotros ya estamos muy por encima de todo eso. Pues para nuestra sorpresa, pero principalmente para nuestra desgracia, esto no parece concordar con la realidad que nuestra sociedad está viviendo a día de hoy en esta y en otras áreas.
Las esclavitudes más peligrosas son, probablemente, las que se nos pasan más desapercibidas. Participamos junto con el propio esclavista aunque ni siquiera somos conscientes de ello. Nos entregamos sin demora a la dosis diaria de lo que nos tiene enganchados y ya no sabemos si llamarle a esto esclavitud, adicción, enfermedad o, simplemente, pasatiempo. Vayamos por partes, aunque no por orden.
Llamar enfermedad a lo que constituye un acto voluntario sigue teniendo tintes claros de evasión de la realidad y la responsabilidad que nos pertenecen y que estamos llamados a asumir. Yo, sinceramente, me niego a llamar a esto enfermedad, perdónenme los que puedan opinar diferente. Un cáncer es una enfermedad, una esquizofrenia es una enfermedad, pero esto no. Acepto que se le llame problema, incluso trastorno, pero no enfermedad, que está más ligado a una base biológica en su etiología y su curso, algo bien alejado en el caso que nos ocupa. Esto es una cuestión de conducta, de hábitos, de falta de control sobre la voluntad.
Hablar de pasatiempo parece, simplemente y a la luz de los acontecimientos, bastante ingenuo. Es cierto que se invierte tiempo en estas cosas, pero no es inocuo su uso ni lo es esa gestión de tiempo. Más bien los efectos son claramente perjudiciales cuando se trasciende el uso puramente lúdico y, sin darnos cuenta, el contacto virtual empieza a suplir carencias o necesidades, y contribuye a la evasión.
Bastante más cercano a la realidad está el término adicción, que pone de manifiesto un enganche en el sentido literal de la palabra. La persona no puede apartarse, mantenerse alejada del foco que supone la red y se comporta como un auténtico “yonki” que necesita su dosis diaria bajo riesgo de sufrir un auténtico síndrome de abstinencia cuando no la tiene.Los contenidos son múltiples en lo que se refiere a las adicciones de este tipo, yendo desde cosas tan aparentemente inocentes como juegos, a las famosas redes sociales o la propia pornografía. Pero la forma que adoptan casi siempre es la misma: la persona mantiene un contacto cada vez más intenso, frecuente y duradero con la red, va teniendo cada vez más contactos virtuales, hasta el punto de superar incluso los reales, vive con angustia, irritabilidad o enfado el tener que apartarse temporalmente de su “pasatiempo” y sacia ese malestar reiterando el contacto con ello de nuevo, cubriendo con ese proceso, aunque sea precariamente, algunas de sus necesidades más primarias: la de contacto, la de afecto, la de atención, la de evasión de la realidad…
La esclavitud, sin embargo, va un paso más allá. En la esclavitud hay unas implicaciones más profundas, si cabe, que las del mero descontrol de impulsos. Hay un sometimiento de la voluntad, hay una obediencia a quien esclaviza y hay un señor a quien se sirve, en definitiva. Este elemento a menudo pasa desapercibido, y ese es el quid de la cuestión, probablemente.La sutileza de este tipo de esclavitud, frente a la obviedad con la que funcionaban los sistemas de esclavitud en siglos pasados.
Quien antes era considerado esclavo podía identificar con total claridad quién era su amo, a quién servía. Hoy no es así, aunque la realidad siga siendo la misma con un disfraz diferente. Al hombre moderno no le gusta sentirse y mucho menos admitirse esclavo de nadie. “Eso está ya superado”- piensa. Sin embargo, para el hombre que conoce a Dios, para el cristiano, esta es una realidad que no le es ajena. El creyente en Cristo sabe positivamente que ha sido liberado de una esclavitud terrible, la del pecado, que actuaba en él ajeno, incluso, a estar en conocimiento o conciencia de estar siendo esclavo. Pero es que esa conciencia no alteraba la realidad de estar siendo sometido al mal mismo, a una forma de vivir que nos mantiene apartados del Dios vivo y verdadero y de la que no podemos zafarnos a no ser que otro, Cristo mismo, nos libere.
En la Biblia el tema de la esclavitud es absolutamente reincidente, no sólo en la historia del pueblo de Dios, que se vio sometido repetidamente a otros pueblos de forma física y literal, sino que lo es como una realidad de la que ni siquiera podemos prescindir cuando hemos alcanzado la salvación en Cristo.Sí que en términos eternos hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, pero mientras estamos sujetos a este cuerpo mortal son muchos los elementos que tienen potencial para esclavizarnos y todos ellos están sujetos al mismo señor, al que se rebela como única razón de su existencia ante el Dios cuya bandera y estandarte es una salvación que nos hace completamente libres.
Ya en el Edén decidimos a quién servir. Eso nos une indefectiblemente a un señor que nos esclaviza al margen mismo de nuestro conocimiento al respecto. Hasta que Cristo y Su salvación gloriosa entran en escena, el hombre y la mujer no pueden ser verdaderamente libres (
Juan 8:36). Porque todo, absolutamente todo, personas, familia, riquezas, avances tecnológicos, instituciones, incluso ministerios eclesiales, son susceptibles de esclavizarnos cuando los usamos, no para gloria del Creador, sino para suplir los deseos propios y de quien gobierna este mundo temporalmente, Satanás mismo. Desde las líneas del Evangelio se nos llama a no hacernos esclavos de los hombres (
1 Cor. 7:23). Se hace un llamamiento constante a eludir los ídolos, no sólo como algo que Dios aborrece, sino como algo que nos esclaviza. Nadie puede servir a dos señores amando a ambos (
Mateo 6:24), ni una misma fuente hace brotar agua dulce y agua amarga (
Santiago 3:11).
La gran tragedia de este mundo es que se cree libre, estando absoluta y perdidamente sujeto a la esclavitud del pecado, tal y como la propia Palabra lo explica.Cree que sirve incluso a lo bueno, a Dios mismo en algunas ocasiones, y que desde luego lo malo poco o nada tiene que ver con ellos. Pero la misma abducción de la esclavitud a la que están sometidos les mantiene ciegos. No pueden ver las cadenas que les mantienen sujetos, tal y como nos pasaba a nosotros antes de entender y vivir la verdadera salvación y libración que Cristo proporciona. Los propios judíos le recordaban a Jesús, cuando les hablaba de la libertad que había venido a traerles, que ellos, como linaje de Abraham nunca habían sido esclavos de nadie, por lo que no entendían en qué sentido Él podía liberarles (
Juan 8:33). Les continúa explicando cómo todo aquel que hace pecado es esclavo del pecado y cómo Su pretensión hacia ellos era, igual que hacia nosotros, que no se conformaran con la condición de esclavos, sino con una mucho más gloriosa, que es la de hijos adoptivos del Dios todopoderoso, el único Señor que no necesita imponer una esclavitud sobre Sus criaturas, sino que aspira a relacionarse con ellas en una interacción de amor, de Padre a hijos, en la que la aceptación de Su señorío es completamente libre y voluntaria pero ante la que todos, sin excepción, algún día habrán de postrarse.
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