¡Le han dado como a pandereta pentecostal! ¡No le han dejado bueso hueno, digo, hueso bueno. Sus detractores estarían calladitos o lanzándole al campo de juego toneladas de confeti de alabanzas si es que el Real Madrid hubiera conseguido más de lo que consiguió tanto en la liga española como en el ámbito europeo.
Y como tal cosa no ocurrió, en Mourinho, entonces, se hace verdad de nuevo aquello que del árbol caído todos hacen leña.
No soy
mourinhista ni madridista; mi equipo es el Unión Temuco, de segunda división en el fútbol chileno que va por la mitad de la tabla y en el que Marcelo Salas está metiendo plata a manos llenas sin ninguna posibilidad de recuperar la inversión salvo que consiga que lo nombren presidente de la FIFA. Pues es allí donde está la gallinita de los huevos de oro. Pero ¿desbancar al omnipotente? ¡Sueño de opio! Tiene raíces demasiado profundas y hay una multitud de aduladores que comen de lo que cae de la mesa de su señor; o, si no alcanzan a comer, no pierden las esperanzas de hacerlo algún día.
Porque no soy mourinhista es que puedo decir lo que digo. Al pobre Mou (contratado por 10 millones de euros que, en la FIFA de Blatter es una bicoca) lo han agarrado, como al rábano, por las hojas. Porque algunas de sus quejas o acusaciones son, sin duda, válidas; o, al menos, dignas de ser analizadas con cierto grado de objetividad.
Una de las que a mi juicio merece la mayor atención por parte de la FIFA, y la FIFA la ha ignorado olímpicamente por alguna razón, seguramente de pe$o, es la que tiene que ver con las simulaciones. Simulando faltas se han ganado partidos y simulando faltas que no existieron se han ganado copas mundiales. No sé usted, pero yo tengo perfectamente identificados a algunos de los más grandes «teatreros» de la actualidad. Y, como yo y usted, me imagino que todos los espectadores que ven los partidos sin la camiseta puesta. Porque es curioso pero con la camiseta puesta se pierde la objetividad. Sea en deporte, en política, en religión. El que se pone la camiseta, en lo que sea, ve algo completamente diferente a lo que ven los demás. (*)
Como espectador, mi opinión es esta: Para terminar de una vez por todas con las simulaciones, bastaría que cuando un jugador se revuelca por el suelo dando la impresión que está a punto de expirar a causa de los golpes que recibió (en Costa Rica han inventado gritos tan «simpáticos» como simpáticos son los revolcones: «Péguenle un tiro para que no siga sufriendo», o «Tápenlo con hojas de periódico») lo sacaran del campo por sólo 5 minutos y se continuara con el juego sin él, se terminarían los revolcones simulados. Pero hasta ahora, nadie dice nada. Quizá sería por eso que Mourinho se lamentó diciendo: «estoy cansado que soy el único que defiende a mi equipo». En esto, también lo han agarrado por las hojas. (**)
A la FIFA pareciera que le conviene dejar las cosas como están. Ha rechazado recurrir a la tecnología digital para confirmar o desvirtuar alguna acción controversial durante un juego. Junto con esto, intenta mantener en los árbitros una calidad que no tienen: infalibles e intocables. Con el uso de las imágenes, los hoy semidioses descenderían al nivel de seres humanos comunes y corrientes y el poder omnímodo de la FIFA se debilitaría… un poco.
La manifestación del 15-M se desarrolló pacíficamente. No hubo desmanes ni tuvo que intervenir la policía. Una taza de leche; sin embargo, ese orden cívico se me parece mucho al estilo de las huelgas en los Estados Unidos. Lo he dicho otras veces: las huelgas aquí no ocurren todos los días, pero cuando se dan, se las mete dentro de un marco casi diría aséptico. Los huelguistas, armados con pancartas en las que escriben las razones de la huelga, tienen permiso para circular, en silencio, en un determinado espacio de la ciudad. Generalmente, es una cuadra o parte de ella. Pueden caminar como digo, en silencio, dar vueltas y vueltas el día entero, la semana entera, el mes entero, el año entero si quieren. Pero en silencio y sin perturbar el orden público. Todo muy bonito. Si hasta el grupo tiene su atractivo. No hay apuro. Algún día la manifestación terminará y todos contentos.
En España, habrá que esperar los resultados; mientras tanto, pareciera haber surgido la idea que Juan José Millás anota en su artículo «155 euros» en El País de hoy: «El próximo día 30, y en un solo movimiento bancario, saquemos de nuestra cuenta corriente 155 euros. Si lográramos que la operación fuera masiva, habríamos conseguido también votar en la urna auténtica, en la de quienes mueven las fichas de la realidad, que es el cajero automático. Se trata de seguir jugando la partida en el lugar adecuado, de dar un susto a los que de verdad mandan y que no salen, por cierto, en el folletín de las primeras páginas de los periódicos».
En Libia y en Siria los apalean. En Chile también. En Chile hacen destrozos. El gobierno los llama lumpen, delincuentes, terroristas, encapuchados porque se cubren el rostro con un pañuelo para que no los fotografíen y luego los identifiquen. Los que los llaman encapuchados, sin embargo, mandan a golpearlos a policías que, por su indumentaria parecen sacados de la guerra de las galaxias. Esos son los verdaderos encapuchados. Pero no hay que preocuparse, Chile quiere que las manifestaciones populares sean tan ordenadas, tranquilas y pacíficas como las de España y las de los Estados Unidos. ¿Lo conseguirán?
That is the question.
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(*) Los cristianos que miramos al mundo con la camiseta puesta, nos quejamos del «odio» que nos tienen los musulmanes pero no vemos lo que nosotros les hacemos y que, en buena medida, provoca esas reacciones que nos duelen tanto. Los invadimos, les quitamos el petróleo, les matamos a su gente, nos reímos de su Alá y luego esperamos que nos quieran. Aunque no está explícitamente en la Biblia, es válido aquel principio que dice «respeta para que seas respetado».
(**) El caso de Mourinho se parece a lo que ocurre cuando se trata el tema de la pedofilia. Toda la atención se centra en el «pobrecito» abusador, en el papel que juegan los abogados y el sistema judicial. Pero pocas veces se dirige la mirada al niño o a la niña que, con el abuso sexual que se ha cometido con él o con ella, se los ha «desgraciado» para siempre. Poner a un niño de 2 años a tener sexo con un adulto; o a un adulto haciéndolo con un bebé, es digno de muerte para el abusador porque ya ha matado una vida. Pero se quita la mirada de esas pobres criaturas y se desata la compasión por el abusador.
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