En el mismo
se animaba, entre otras “brillantes ideas”, a que los menores se hicieran con material pornográfico para “analizarlo” en casa, algunos simplemente no dábamos crédito. Yo, particularmente, pensaba “He debido oír mal”. Pero a medida que escuchaba a los contertulios del programa que informaba de la noticia participar dando sus propias opiniones al respecto, llegaba a la triste conclusión de que el problema no eran mis oídos, en este caso, sino que la noticia no había por dónde cogerla. El más vehemente de los participantes a la mesa no dudó en emitir como juicio la frase con la que yo he titulado la reflexión de hoy:
el problema de fondo es que la estupidez de algunos se ha terminado convirtiendo prácticamente en ideología. Y cuando eso pasa, ¿qué?
Que vivimos en una sociedad cada vez más liberal asumo que no pasa desapercibido para nadie.
A ninguno se le escapa que hay una nueva moral que nos mueve. Una que no todos suscribimos, obviamente, pero que se destila permanentemente en todo lo que nos rodea. Que esa nueva manera de vivir la vida estuviera al margen de todo principio que sonara mínimamente a cristiano o religioso tampoco es noticia. Lo sabemos porque bastantes esfuerzos ha hecho esta sociedad absolutamente anticlerical, más que laica, porque así fuera.
Pero el fenómeno ante el que estamos en estos momentos es mucho más que esto, particularmente en el terreno de la sexualidad, en que no sólo se descarta lo moral porque tiene tintes religiosos, sino que se ha caído en el terreno de la estupidez descartando a la vez cualquier atisbo de sentido común y buscando un único principio como objetivo y es que, respecto a este tema, no haya ningún tipo de límite. Dicho de otra manera, la norma es que no hay normas.
Pareciera que, a la luz de lo que se plantea desde los medios, en ciertas instituciones o, incluso, en los propios partidos políticos, especialmente cuando toca campaña electoral, como ahora mismo, la sociedad estuviera demandando esa plena y absoluta libertad sexual sin límite alguno por la cual ni siquiera nos damos cuenta de que lo que se está promoviendo es una absoluta tontería, por no decir una salida de tono o una salvajada directamente. Pero esto no es así, de hecho queda bien lejos de la realidad, y si no, pregunten a las familias, que alguna que otra sorpresa se llevarán. Y
lo peor de todo es que este tipo de actividades que, como digo, vienen muchas veces avaladas por las instituciones que nos gobiernan, forman parte del programa lectivo del centro, se dan en horario oficial de clase, muchas veces sin informar previamente a los padres y, por supuesto, sin ningún tipo de autorización para que los chicos participen de esas actividades. Eso si, si te niegas, doy por hecho que se te tachará de moralista desfasado, de retrógrado o directamente del adjetivo estrella: intolerante.
¿Dónde queda el derecho legítimo a que seamos los padres los que nos encarguemos de educar en cuestiones de moralidad y valores, creencias y fe a nuestros hijos como creamos conveniente? Porque a la vista está que, si vives en un país que se autoproclama laico por encima de todo, que renuncia a su historia y a sus raíces cristianas y en el que la clase política está más por la labor de salvar sus muebles, su ideología, aunque ésta linde o se meta de lleno con la más absoluta y flagrante estupidez, ya sea en temas de economía o sexualidad, estamos vendidos a lo que la pandilla de necios reinante quiera decidir en algo tan absolutamente vital como es la educación de nuestros hijos. ¿O quizá no es la sociedad la que clama por estos contenidos, sino que nos vienen de arriba, de otras instancias, poniendo deseos en nuestros labios que nunca hemos expresado? Quizá convendría que nos respondiéramos a alguna que otra pregunta en esta línea.
Pues sencillamente, la que les escribe se niega a dar por buenos estos programas “educativos”.
Me revuelvo ante la imposición para mí o para mis hijos de una obligatoriedad en aceptar una “ideología” o una moral que no respeta valores o principios que, además de ser cristianos, nos proporcionan una solidez, una estabilidad y una dignidad que no son sustituibles por ningún principio de los que estos programas de “educación” híper-tolerante promueven. Sigo posicionándome por un saber elegir lo bueno, lo que nos enriquece, lo que nos dignifique, lo que nos lleve más y más a ser personas, menos y menos a ser simples animales que se aparean según la necesidad les apriete. Y si los demás no quieren, en su libertad, asumir los principios cristianos, no tengo ningún problema. Pero, por favor, no me obliguen a mí por imposición rastrera a prescindir de ellos, o me hagan un adelantamiento ilegal por la derecha accediendo con su ideología a mis hijos inculcando sus principios como si contuvieran la verdad absoluta.
La sexualidad humana es un ámbito lo suficientemente importante, rico y precioso como para que nuestros hijos puedan ser educados en ella desde principios que no resten, sino sumen. La pena es que, para la sociedad híper-laica que nos rodea, a la que tanto le cuesta distinguir, todo lo que signifique tener algún tipo de límites (y más si son morales y basados en el cristianismo) le parece que le resta. ¡Craso error! ¡Tremendo peligro! Porque lo que vivimos hoy en día, los problemas que nos aquejan y que más nos preocupan, tienen su buena parte de raíz precisamente en que desde hace cierto tiempo aquí hemos prescindido de todo tipo de límite que pueda estrecharnos mínimamente el absoluto ejercicio de nuestro libre albedrío.
Libertad sin límites no es libertad, es libertinaje.Eso deberíamos saberlo. Es una lección que no ha de darse sólo a los jóvenes. Los mayores tampoco lo tenemos nada claro. Queremos hacer lo que nos dé la gana, al margen de normas, al margen de principios, al margen de Dios, por supuesto, y que eso no tenga consecuencias para nosotros. Pues la mala noticia es que una libertad no regulada invade las libertades y los derechos de otros e, insisto, no suma, sino resta de manera permanente desviándonos de lo que podríamos ser y condenándonos a mucho menos de lo que ya somos.
¿Qué tipo de valores, principios o ideales sostiene una sociedad que, al margen de cuál sea el nivel educativo de las nuevas generaciones que vienen, al margen de atender los problemas reales que le aquejan como comunidad, al margen de procurar un avance y no un constante retroceso en cuanto a cosas que deberíamos tener ya superadas, sólo se preocupa en ir de “progre” y dotar a sus hijos de una nueva moral sexual que sea tan dudosa y cuestionable que parezca justificar todas las demás carencias? Pareciera, a veces, que nos conformamos con que, en esta área al menos, hayamos superado nuestros complejos y nuestros fantasmas, al margen de que les estemos proporcionando en otras áreas una educación, si no nula, al menos más que deficiente.
¿Por qué tanto miedo a los valores cristianos? ¿Somos conscientes de que lo que rechaza la sociedad laica híper-extremista no es ni siquiera a Dios o a Su moralidad, sino a la tradición o a las instituciones que han impuesto tantas veces moralidades inventadas de forma partidista, opresiva, culpabilizadora?
La sociedad de hoy en muchas ocasiones no rechaza a Dios y Su moral respecto a la sexualidad porque no están de acuerdo. Simplemente lo hacen porque no la conocen en su total envergadura, de la misma manera forma que no conocen a Dios mismo porque han rechazado siquiera atender a lo que Él tiene que decir al respecto. No conocen el mensaje bíblico. Tampoco los objetivos y fines con los que la sexualidad fue creada y cómo es un reflejo de Dios mismo en nosotros, aunque muchos, insisto, no lo sepan.
Dios no aborrece la sexualidad. La creó para nuestro disfrute, pero dentro de unos parámetros sanos y de dignidad, no inserta en un circo absurdo en el que cada cual hace con ella lo que quiere para ir de liberal y anticlerical por la vida.
Si el progreso tiene que ver con avanzar y, por ende, progresista es el que tiende a ese avance, al progreso, a ir cada vez hacia un estado mejor por ser capaz incuso de ir contracorriente y superando obstáculos, explíquenme, por favor, en qué sentido estamos yendo hacia delante, ganando en derechos, dignidad y solidez a través de estos dudosos programas de educación sexual que nos ocupan(que, por cierto, no son los únicos, porque cada cierto tiempo, desgraciadamente, nos vamos encontrando con noticias parecidas que siguen poniéndonos la carne de gallina, por no hablar de los muchos casos en que ciertos profesores hacen uso de su puesto de trabajo y su posición para aleccionar a sus alumnos respecto a su ideología política o posición moral). ¿Somos realmente progresistas o somos “progres de pacotilla”, de los que convierten la estupidez en ideología y les dan a las masas simplemente lo que supuestamente quieren oír o lo que satisface sus deseos más inmediatos, aunque a largo plazo les estemos literalmente destrozando?
Quizá a los que promueven y diseñan estos programas les llamaría la atención conocer cuánto desagrado y rechazo generan en muchos padres que, lejos de estar relacionados con nada que tenga que ver con religión o moralismos tradicionales, muestran su preocupación por los cauces que están tomando las cosas.Ninguno de los padres con los que trabajo se muestran tranquilos por esto. Muy por el contrario, se dan cuenta de que sus hijos están recibiendo estas influencias al margen, incluso, de su propio conocimiento, y simplemente, no están de acuerdo, pero para cuando se enteran, les llega la información como hechos consumados. Si la familia media española no está de acuerdo con estas salidas de tono, ¿para quién, entonces, van destinados estos programas? Porque cualquier padre preocupado por sus hijos adolescentes quiere que los programas de educación sexual sean de todo menos esperpentos de liberalidad que en nada educan, sino que degradan y convierten algo íntimo y complejo como el sexo en algo comercial, barato y superficial, como si de animales se tratara. ¿Todo vale en aras de una supuesta ideología, aunque ésta sea vacía y sin fundamentos?
Jesús mismo fue un progresista de Su tiempo.Si alguien trascendió los imperativos de su época, los tradicionalismos vacíos, los fariseísmos hipócritas, fue Él. Su trato no discriminaba a nadie, abogaba por los derechos sociales como nunca antes se había hecho, suplía las necesidades primarias pero también más profundas de cada persona que se acercaba a Él y nunca rechazó a nadie por su condición social o personal. Su trato era con publicanos, con prostitutas y mujeres pecadoras, con personas de alta posición, con autoridades religiosas de Su tiempo… pero a cada uno de ellos supo verles desde el prisma necesario para enriquecerles, para darles, nunca restarles. Aunque para ello nunca prescindió de un mensaje completo, claro, directo, pero principalmente sujeto al Padre y a Sus principios de conducta en todas las esferas de la vida, también en la sexualidad.
Su mensaje no fue siempre bien recibido, no era un demagogo ni buscaba las masas.Lo que buscaba era agradar a Su Padre, a Quien se debía, y eso le llevó hasta la muerte y muerte de Cruz. Pero nadie como Él ha hecho trascender esos, Sus principios, hasta el día de hoy con la riqueza que Él nos los ha hecho llegar a nosotros.
Los valores cristianos siguen siendo hoy signo de crecimiento, de sabiduría y de progreso para quienes se guían por ellos, aunque no siempre sean bien recibidos. Jesús ya nos avisó de eso. Pero principalmente, esa cruz nos ha aportado una salvación sólida y estable, una que no varía con los tiempos ni se vende a “progresismos”. El cambio que Jesús trae a través de Su vida y Su muerte es un cambio profundo, tanto, que incluye cielos nuevos y tierra nueva, y que cambiará toda cosa vieja para hacerla nueva. Cuando Su reino venga y sea completamente establecido, para los que le aman y han depositado su confianza en Él, ya no habrá más llanto ni dolor, ni enfermedad que nos aqueje. Los que no habíamos conocido nos será revelado y entenderemos, en Su gracia, lo que hoy no alcanzamos a comprender.
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