Precisamente estos compañeros en muchos casos le pedían que compartiera la Palabra de Dios con ellos, así como las personas que iban a visitarlo. Entre estas últimas había numerosos ciudadanos de Amberes de todo tipo y condición social. Personas que arriesgaban sus vidas y posesiones al reclamar su liberación públicamente.
Algunos de los visitantes más ilustres de nuestro protagonista fueron dos nobles de la Corte que destacaban por su conocimiento y posición. Uno de ellos era borgoñón y el otro español.
Al principio Francisco desconfiaba de ellos, ya que no los conocía de nada y le costaba entender que dos personas tan notables se arriesgaran a visitar a un convicto de la Inquisición. Pero a medida que fue conociendo sus intenciones, la relación fue mejorando.
Desde las primeras visitas mostraron sus opiniones acerca de la injusticia que se había hecho con él y lo que les contrariaba esta situación.
Los dos nobles se describieron como personas afines a la Reforma, viendo en la traducción del Nuevo Testamento un gran bien para la República Cristiana.
El caballero español describió a Francisco, con todo lujo de detalles, el carácter de
Pedro de Soto. La descripción que hizo la resumimos para usted en unas pocas líneas: “Español de nacimiento, de humilde cuna, mediocre en su conocimiento, supersticioso y conspirador. Hacía tan sólo dos años que había sustituido al anterior confesor, el cual había muerto. Su influencia no solamente tiene sometida la voluntad del Emperador, ya que muchos otros personajes de la Corte, están persuadidos de sus engaños. Sus conocimientos de teología, donde él se cree un maestro, son nulos. Es uno de los hostigadores de la guerra en Alemania y usa la confesión como un medio para someter la voluntad regia”.
También le comentaron como desde hacía tiempo anima al Emperador para que hiciera guerra contra los alemanes, a los que llama “desertores de la Iglesia”. Usando su confesionario como verdadera arma política, asustando a Carlos V con castigos divinos y el Demonio, si no hace lo que él le dice. En este estado de sumisión, el Confesor Real saca a su Señor autorizaciones para sus fechorías. Granvela, el ministro principal del Emperador, también estaba bajo su influjo, ya que con la esperanza de que De Soto le apoyara ante Carlos V, consiente en sus engaños. Una de las pruebas que aducían estos nobles señores era el reciente nombramiento de un hijo de Granvela como obispo de Valencia.
En la conversación también salió a colación uno de los compañeros de Francisco,
Egido, por el que le preguntaron sus dos nuevos amigos, contándole nuestro protagonista todo lo que sabía sobre él.
El noble español tomó la palabra y empezó a describir con todo lujo de detalles algunos de los casos más escandalosos de la beata religiosidad de muchos de sus compatriotas. El primer personaje del que habló fue
del Arzobispo de Compostela, Don Gaspar de Ávalos. Después de una breve descripción de la condición y estado de la mayor parte de los obispos de la Corte, el noble español, comentó que el arzobispo de Compostela superaba a la mayoría de sus colegas en el odio al Evangelio y en su deseo de exterminar a sangre y fuego a todos aquellos que confesaran su adhesión a él. Entre los méritos de los que se enorgullece está su negativa a la lectura de las Sagradas Escrituras y su oposición a la traducción del Nuevo Testamento al castellano. En la visita que realizó dicho Arzobispo a la ciudad de Ulme, le dio un ataque al contemplar que la iglesia de la ciudad estaba desprovista de cualquier tipo de adornos. Junto a esta anécdota, el español le narró otras muchas que no reproducimos aquí porque nos desviaría del tema principal.
Los inquisidores y la Inquisición en España fue uno de los temas de conversación más prolongados entre Francisco y sus dos amigos. Entre otras cosas criticaban su inmenso poder, atribuyéndoles las autoridades eclesiásticas una total infalibilidad. Su interés a la hora de buscar a sus víctimas, prefiriendo personas con fortuna, para hacerse con engaños con sus haciendas.
Francisco menciona en sus memorias los casos de
Juan de Valdés y Juan de Vergara, acusados por su apoyo a las ideas de Erasmo de Rotterdam.
Una de las últimas cosas que hablaron fue sobre
Pedro de Lerma (tío de Francisco de Enzinas) del que ya hemos hablado anteriormente.
Pedro de Lerma, cuenta Francisco, rozaba los setenta años cuando cayó en desgracia. Burgalés de noble familia, rico y canónigo, predicaba en la ciudad con toda libertad y eran muchos los que se gozaban en sus doctrinas. Había sido profesor en la Universidad de París, obteniendo el título de decano de Teología. La lectura de los libros de Erasmo abrieron un nuevo mundo para él. Sus predicaciones se tornaron en exposiciones más dulces y evangélicas, lo que levantó las sospechas de los frailes. Se inicia un proceso inquisitorial contra él. Después de varios interrogatorios y amenazas, se le conminó a ir ciudad por ciudad, desdiciéndose de sus “malas enseñanzas”.
La triste figura de Pedro de Lerma fue recorriendo su personal vía crucis, retractándose de sus anteriores sermones. Cuando los frailes vieron en él un verdadero arrepentimiento, le dejaron ir libre.
Cuando Francisco volvió a España, encontró a su tío muy desanimado. Después de tan deshonrosa experiencia Pedro de Lerma decidió abandonar España y volver a Francia. Tras de sí dejaba riquezas y cargos, con la esperanza de encontrar en sus últimos años la paz que no tuvo en su país. El buen hombre sólo duró cuatro años más, dejando esta vida para ir a unirse con su Creador.
Además de estas cosas, los dos nobles personajes oyeron de boca de Francisco, varias narraciones del estado espiritual en que se encontraba España. Sumida en un verdadero océano de idolatrías y supersticiones.
Continuará
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