Una amenaza que parece cernirse sobre nuestra sociedad de manera implacable ante la sorpresa de los “terrícolas”, que ven con terror como estos seres no vienen de fuera, sino que llevan años viviendo entre nosotros y no sólo ENTRE nosotros, sino DE nosotros y aspiran, sin ninguna clase de remordimiento, a seguir haciéndolo.
La semana pasada iluminaba ese oscuro cielo un pequeño rayo de esperanza respecto a esta tan tratada últimamente “problemática ni-ni”. Asumo que los ni-ni, por definición, discreparán conmigo, pero eso, como digo, lo doy por hecho y es el menor de los males. Ya se sabe que no puede llover a gusto de todo. Para muchos se debe haber agotado esa ilusión de poder llevar su “ni-nismo” hasta los tribunales y que éstos les dieran la razón, pero
parece que, a partir de la sentencia de estos días atrás sobre el caso que en breve pasaré a comentar, nos queda aunque sea un ápice de sentido común y de cordura, que no es poco con todo lo que está cayendo. En definitiva, parece que no se nos ha ido la cabeza del todo y que no vivimos en un mundo de ciencia ficción, al fin y al cabo, sino que nos queda algo de contacto directo con la realidad, aunque desgraciadamente haya que llegar a estos extremos para que nos despertemos de nuestro largo letargo.
Situémonos. Málaga. Un joven de 25 años denuncia a su familia porque no están dispuestos a darle dinero. Sin embargo, los hechos dicen que sigue viviendo en el hogar y que le pagan incluso la letra del coche, 235€ al mes. Lo que él reclama ante la negativa de los padres de seguirle dando dinero: una paga mensual de 400€.Parecía que habíamos tocado fondo en este asunto, pero nos queda alguna que otra sorpresa por el camino, no nos quepa duda. La denuncia que muchas veces los padres directamente descartan se convierte en una opción absolutamente admisible para los hijos, que ven en su causa un asunto de estado por el que ha de llevarse a sus progenitores a sentarse en un tribunal.
Él, estudiante de Derecho con varios años de antigüedad en la Facultad y con pocas asignaturas que lo avalen como estudiante esforzado en el expediente. Más concretamente, tres asignaturas aprobadas, ni una más. Eso sí, con conocimientos bursátiles que bien le hubieran valido para ganarse la vida si el tal propósito le hubiera interesado en alguna medida. Ellos, tal y como reza la noticia del Diario Sur del 20 de Abril, “dos trabajadores si cualificación”, pero haciendo más de lo que es su obligación y teniendo que soportar incluso maltrato psicológico en su propia casa. Como moraleja, el hijo ha aprendido una curiosa lección que lleva hasta sus últimas consecuencias: “Mientras se pueda vivir a la sombra de otro, ¿para qué exponerse al sol?”.
Ante una denuncia de este tipo siempre a uno le tiemblan las piernas, porque sabe que de la sentencia judicial, que puede inclinarse hacia un lado o hacia otro, y eso siempre es un misterio, pueden desprenderse consecuencias fantásticas, sentando bases y precedentes positivos y constructivos, que buena falta hace, o bien consecuencias catastróficas, por las cuales se pudiera estar dando vía libre a que otros muchos “listos” tomen apuntes y se dediquen, como desesperados, a denunciar a sus padres por no permitirles durante más tiempo vivir de la sopa boba. En este caso, gracias a Dios, la sentencia parece contribuir más a lo primero, es decir, a que si alguno que otro tenía pensado denunciar a sus familias, ya no por haber querido hacerles gente de provecho (eso ya está superado), sino por negarse a que sus vástagos les sigan sangrando y explotando, pueda ir replantándoselo.
Este caso sienta un precedente fundamental porque, a pesar de lo que el denunciante probablemente esperara en su particular y egocéntrica visión del mundo que le rodea,
el juez ha dictaminado que, considerando seguramente que está plenamente capacitado para vivir por su cuenta, tiene un mes para abandonar el domicilio, medida que no es tan drástica como a algunos pudiera parecerles. A otros por bastante menos hace unos años se les “invitaba cordialmente” a abandonar su hogar y a convertirse, sí o sí, en personas de provecho, aunque sólo fuera para ellas mismas. Ahora en que los padres tienen como único objetivo, no la educación, sino llevarse bien con sus hijos y que no tengan nada que reprocharles, este tipo de medidas son consideradas por muchos, simplemente, como un despropósito.
A este chico no sólo se le ha venido encima la sorpresa (si es que verdaderamente eso es posible y creía firmemente que el mundo y los tribunales le iban a dar la razón) de que “tiene que irse de casa de papá y mamá”, sino que ha tenido que aguantar la correspondiente reprimenda del juez, que le reprochó su “mala conducta y la falta de respeto a sus padres provocando una convivencia insostenible que no están obligados a soportar”.
La diferencia entre que te lo digan tus padres y te lo imponga un juez, aunque te estén diciendo lo mismo, es que a los padres parece que se les puede tomar por el “pito del sereno”, pero al juez obviamente no porque no te lo va a consentir. La cuestión al final, (¡vaya sorpresa!), son los límites. Los que pone un tribunal son innegociables. Los de casa, muchas veces, son de papel cebolla. Y aunque me repita más que esa misma cebolla, pensarán algunos, he de volver necesariamente al antiguo argumento: el problema de los jóvenes ni-ni no son ellos en exclusiva, aunque no les voy a restar ni un ápice de la mucha responsabilidad que tienen ante las decisiones que toman como adultos que son, aunque sólo sea a nivel legal y moral.
Lo que quiero decir con ello es que
estos chicos no nacen con un gen ni-ni por el cual están sentenciados a comportarse como lo hacen. En algo se está fallando a nivel familiar y aquí los padres tenemos tanta responsabilidad como los hijos. Educar significa poner límites, por mucho que nos canse volver a escucharlo. No hay nada que los supla y que aporte a un hijo los beneficios que éstos traen, por muchas frustraciones a corto plazo que les generen. Mi abuela, como muchas abuelas, decía que “más vale ponerse una vez rojo que ciento colorado” y en este caso, merece bastante más la pena que el niño, el adolescente o el joven en cuestión patalee durante un rato por no haber podido conseguir de sus padres lo que quiere que el hecho de que toda la familia tenga que dolerse indefinidamente de tener un parásito en casa. Tendemos a pensar, ya desde bien pequeños, que si el niño llora o no se le da lo que quiere, explota en sentido literal. Y nos dedicamos a lo largo de todos los años de educación (que llegan no hasta la mayoría de edad legal, sino hasta que la persona se convierte en adulta), a cubrirle las espaldas, a evitar que llore o que se enfade, a darle todo lo que quiere, a vendernos con tal de que no tengamos que oír de su parte ciertas cosas que nos duelen, a permitirle, en definitiva, que nos saque los ojos cada vez que se le antoje como si fuera un derecho más del que puede disponer libremente y a su antojo. Sacarle la sangre al de al lado, que no se nos olvide, y mucho más si son tus padres, nunca es un derecho. Sólo pone de manifiesto tu inmadurez y tu falta de escrúpulos y principios.
Claro que nos fallan los límites. Pero no es lo único. Nos fallan los valores. Nos fallan los principios bíblicos que, mal que pese a esta mayoría laica en la que vivimos, garantizaban que, durante mucho tiempo, estas cosas que tanto nos escandalizan ahora, no pasaran en la medida que están sucediendo.Claro que siempre ha habido hijos que se han revuelto contra sus padres. La Biblia, de hecho, está llena de ejemplos, pero la diferencia era que en esos casos se convertían en lo peor de la sociedad, en unos auténticos parias que no eran dignos ni siquiera de ser tratados como los demás. El principio de “Honra a tu padre y a tu madre” es considerado en la Biblia como el primer mandamiento con promesa para que las cosas “nos vayan bien” (
Efesios 6:2-3) y se hace tanto énfasis en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, lo cual nos sigue recordando que Dios no se desdice de lo que ha establecido como bueno por muchos siglos que pasen. Él no muta y Sus principios tampoco.
Pero
esto que a nosotros literalmente nos sobra porque ya, como sociedad moderna, venimos de vuelta de valores cristianos, resulta ser uno de los pilares fundamentales del orden social establecido. De ahí que, cuando quitamos un pilar esencial, como en cualquier otra construcción, el edificio se nos venga abajo. Lo que sorprende, de todas formas y valga la repetición, es la sorpresa que nos produce. Pareciera que no sabemos nada de construcciones después de tantos años de evolución tecnológica y social como creemos tener. Nos fallan, después de los años, los mismos principios y no sólo a nivel familiar, sino a todos los demás.
El principio de honrar a los padres tiene implicaciones también de cara a la relación que tenemos con Dios mismo.La parábola del hijo pródigo (
Lucas 15:11-32) nos muestra nuestra relación con Dios como la de un hijo con su padre, la de un padre con su hijo. Y en esa relación, igual que aquí, el hijo hace mal uso de sus bienes, de lo que considera su derecho, para vivir de su padre como si él no existiera. El padre, como parte de su disciplina, le deja vivir como escoge, permitiéndole vivir las consecuencias de sus actos, algo que a día de hoy nos cuesta sobremanera. El padre de esta parábola no es un padre ni-ni. Es un padre que sabe que su hijo tiene que aprender y que no lo hará a no ser que viva en carne propia las consecuencias de sus decisiones, incluyendo el desear la comida de los cerdos, como relata la parábola, porque no tenía qué llevarse a la boca. No es un padre que no le quiera. Al contrario, le ama profundamente, como le demuestra cuando su hijo vuelve arrepentido. Pero es un padre que, por encima de todo, porque le ama, también le enseña.
Jesús, como ejemplo supremo para los que le tenemos como Señor y Salvador, lo es también en este aspecto. Su conducta como hijo es intachable.Su voluntad, sujeta a la de Su Padre hasta las últimas consecuencias, aunque éstas fueran de muerte y muerte de cruz. Y no porque no tuviera derechos. Como Hijo de Dios, Su derecho es sobre todo derecho imaginable. Es en Jesús en quien el Padre tiene complacencia y Su nombre es sobre todo nombre. Está sentado a Su diestra y es ante Él que toda rodilla se doblará. Sin embargo, el principio de la honra al Padre, a Su Padre, no faltó jamás y esto nos obliga a una clara reflexión a nosotros, a nivel personal, familiar, social y espiritual.
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