Pero
lo cierto es que sin embargo aquella fe en el racismo y el evolucionismo ha sido sustituida hoy por el mito de la ciencia. La fe en el progreso científico, tan característica de la modernidad y que a pesar de su notable disminución durante la época postmoderna, todavía subsiste, continúa poseyendo en el fondo ciertos planteamientos eugenésicos.
Durante las tres últimas décadas se ha producido un cierto despertar de la eugenesia como respuesta al miedo de estar estropeando el patrimonio genético de la humanidad.
El argumento sigue siendo el mismo de la época de Galton: el progreso de la medicina lleva implícito también el desequilibrio del mecanismo de la selección natural.
Los adelantos médicos consiguen que millones de pacientes portadores de genes defectuosos puedan sobrevivir y transmitir su deteriorada herencia a los descendientes. Lógicamente así no se mejora la especie sino que se perpetúan las taras genéticas.
A menudo se hace una comparación entre ecología y genética. De igual modo en que el equilibrio ecológico de la Tierra está amenazado por el excesivo desarrollo de la tecnología y la industria, también el patrimonio genético de nuestra propia especie se estaría deteriorando por culpa del progreso de la medicina.
Ejemplos claros de todo esto los constituyen ciertas enfermedades como la fenilcetonuria. Este trastorno genético se cura hoy mediante una sencilla técnica que se viene aplicando desde hace casi 40 años, permitiendo así que los genes portadores de tal dolencia pasen también a la descendencia. Lo mismo ocurre con la diabetes. Actualmente las mujeres diabéticas pueden dar a luz mucho más fácilmente que antes, pero al precio de transmitir esta enfermedad hereditaria a sus hijos y perpetuar así la existencia de factores genéticos defectuosos.
La nueva mentalidad de la eugenesia pretende solucionar en parte estos problemas por medio de medidas negativas, es decir, desaconsejando el matrimonio o la procreación a personas portadoras de graves taras hereditarias (consejo genético, cribado genético, diagnóstico prenatal). Así como mediante normativas o técnicas positivas, como la selección de gametos practicada en la inseminación artificial, o de embriones en la fecundación “in vitro”.
Las nuevas tecnologías reproductoras usan unos métodos que son en el fondo de carácter claramente eugénico ya que seleccionan a los mejores donantes de óvulos y espermatozoides, así como a los embriones humanos que se van a implantar.Tal como señala el doctor Javier Gafo: “Esta eugenesia positiva comienza hoy a ser posible y por cauces asépticos y menos hirientes a la sensibilidad que los usados en la época nazi” (Gafo, J.,
Problemas éticos de la manipulación genética, Ediciones Paulinas, Madrid, 1992: 56).
La competitividad propia de las sociedades occidentales, el elevado coste que supone para la medicina el cuidado de ciertos enfermos, así como la concepción hedonista y utilitarista de la vida que se ha venido desarrollando en la llamada sociedad del bienestar, hacen cada vez más difícil la aceptación de personas con graves deficiencias.
Los individuos que a causa de sus dolencias no alcanzan determinadas cotas de rendimiento o productividad tienden a ser marginados o infravalorados por esta sociedad de consumo. En un ambiente así, resulta cada vez más difícil para las familias asumir la responsabilidad de un recién nacido con minusvalías crónicas y el aborto eugenésico se contempla como la mejor solución.
La existencia de personas deficientes suele verse como algo erróneo e impropio de la actual tecnología biomédica, que debería evitarse a toda costa. Resurge así, casi de forma imperceptible, el viejo fantasma de la eugenesia y en determinadas argumentaciones vuelven a escucharse aquellos antiguos cantos de sirena nazis que pretendían convencer acerca de las “vidas sin valor vital”. ¿No se estará formando de esta manera un mundo sin espacio para los más necesitados?
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