La primera impresión de 1.200.000 copias en veintiún idiomas (y también algunas ediciones en libros electrónicos) hacen que sea un buen negocio, tanto para el autor como para las editoriales. Su lanzamiento, a tiempo para ser un regalo ideal para la temporada de Semana Santa, hará que probablemente se venda más que el primer volumen, que se publicó en 2007 y del que se vendieron 2 millones de copias.
El primer tomo contenía la vida de Jesús desde su nacimiento hasta los grandes milagros y sermones, mientras que este segundo
relata el ápice del ministerio de Jesús, o sea, su pasión, muerte y resurrección. Aunque los dos libros presentan diferentes partes de los Evangelios, hay una estrecha continuidad y coherencia en el acercamiento de Ratzinger a la vida de Jesús.
LA HERMENÉUTICA DEL VATICANO II
Una característica importante del retrato que de Jesús hace el Papa tiene que ver con la hermenéutica bíblica. ¿Cómo leemos los Evangelios?
Ratzinger sabe que la escuela histórico-crítica ha alimentado el escepticismo, por no decir el agnosticismo, hacia los Evangelios como relatos fiables de la vida de Jesús. El resultado ha sido el presunto abismo entre el Jesús de la historia (desconocido en lo principal) y el Cristo de la fe (basado en una “mitología” teologizada por los autores). Sin renunciar a los métodos histórico-críticos y después de dialogar extensamente con los exegetas liberales (principalmente alemanes), Ratzinger desea recuperar el “elemento-fe” inherente a los Evangelios, tanto desde el punto de vista de un componente esencial de su formación como de un principio fundamental de su interpretación.
Ratzinger
reclama un enfoque hermenéutico de los Evangelios desde ambas tendencias, o sea, abierto a las lecturas crítico-históricas, pero dentro del contexto de una hermenéutica de la fe. En el prefacio, aduce que este bosquejo de la vida de Jesús es un ejercicio que el Vaticano II destinó a la interpretación bíblica. En realidad
Dei Verbum “La Palabra de Dios” (la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación del Vaticano II) nº 12 dice que la lectura de la Biblia debería descubrir las características múltiples del texto dentro de la totalidad de la Escritura y bajo el “juicio de la Iglesia”, cuya tradición viva es la corriente incesante de la Revelación.
Hay un detalle que vale la pena comparar. El erudito evangélico I.H. Marshall identifica tres formas en las cuales la erudición bíblica contemporánea se concentra en áreas más afines a los evangélicos: el reconocimiento de que todos los libros bíblicos son documentos teológicos con un mensaje teológico; que todos son textos literarios para estudiarse en su forma definitiva más que en términos de procedencia; y que deberían ser estudiados canónicamente como parte de la Biblia como un todo (
“Beyond the Bible. Moving from Scripture to Theology” [Más allá de la Biblia, desde la Escritura hasta la Teología] Grand Rapids: Baker 2044, pp. 19-20).
La orientación de Dei Verbum (La Palabra de Dios) y (por lo tanto de Ratzinger) se acerca a este sentir, especialmente en su énfasis en la unidad de la Escritura y el lugar verdadero de la fe en el proceso de la lectura.
No obstante, es diferente en temas igualmente importantes. Primero: quiere mantener los métodos histórico-críticos modificándolos en lugar de denunciar sus presuposiciones anti-sobrenaturales y su pretensión de sustituir a la Escritura.
Segundo: mientras deja de lado al juez definitivo de una “razón” universal autoproclamada, sitúa otro juez definitivo en el magisterio de la Iglesia (ICR).
Tota Scriptura (la totalidad de la Escritura) es reconocida, pero no se le permite ser la Sola Scriptura (la Escritura sola), en tanto que la Escritura se ve siempre como una parte de una garantía más amplia de la Revelación que es auténticamente guardada y enseñada por “la” Iglesia (ICR).
PUNTOS FUERTES INTERROGANTES
Consideremos primero los puntos fuertes. Tiene tendencia a practicar lo que Juan Calvino llamaba la “armonía de los Evangelios”, o sea, el intento de leer juntos los Sinópticos y el Evangelio de Juan tanto como sea posible; de este modo se complementan unos a otros en lugar de dar versiones contradictorias.
De cara al exterior, las discrepancias entre los Evangelios son generalmente tratadas como diferencias en el énfasis, en la perspectiva y en la intención. Si se toman en conjunto, los Evangelios dan una imagen más completa en lugar de una fragmentada. También es admirable la constante referencia al Antiguo Testamento como el marco general para las palabras y los hechos de Jesús. Asimismo, afirma la historicidad de la resurrección de Jesús y enérgicamente aboga por su importancia fundamental para la fe cristiana. Todos estos son los aspectos positivos del libro de Ratzinger.
También cabe señalar algunos puntos con los que disentimos. Por ejemplo, una evidente concesión a los métodos histórico-críticos, empuja a Ratzinger a decir que el discurso escatológico del Señor se ha construido a través de diferentes etapas de redacción y que no son las palabras reales de Jesús tal como fueron dichas. Igualmente, hay una persistente lectura sacramental de los episodios de la vida de Jesús como si éstos estuvieran naturalmente conectados al entendimiento CR de la Eucaristía como un sacrificio de Jesús y de la Iglesia. Esto es verdad, por ejemplo, en lo que respecta a las narraciones relativas a la entrada en Jerusalén y al anuncio de la destrucción del templo. Luego, en los comentarios sobre la oración sacerdotal en Juan 17, Ratzinger encuentra indicios claros para justificar la sucesión apostólica según la manera CR.
Por último, referente al sensible tema de la responsabilidad de los judíos en la muerte de Jesús, niega que tengan alguna y sigue diciendo que los cristianos no necesitan preocuparse por la evangelización de los judíos porque “todo Israel” será salvo; de este modo deja al lector con la idea de que la evangelización no es para los judíos.
LA EXPIACIÓN Y EL UNIVERSALISMO
Pero posiblemente, el problema más serio del relato de Ratzinger tiene que ver con la expiación. Puesto que la cruz ocupa un lugar central en la narrativa del Evangelio, el libro reflexiona sobre ella extensamente, exponiendo la doctrina más allá de los mismos Evangelios.
Su tratamiento se asemeja a lo que ya comenté sobre su encíclica del 2005
Deus Caritas Est (Dios es Amor) e intenta equilibrar la justicia de Dios con el amor de Dios, mirando a la cruz como el misterio en el cual se combinan los dos. Sin embargo, incluso en sus profundos comentarios
se encuentran a faltar dos puntos: la propiciación y la sustitución penal.
Mientras hace frecuentes referencias a la justicia de Dios, no hace ninguna en absoluto a la ira de Dios (p.e. Lucas 3:7; Juan 3:36) ni a la función que desempeña la cruz para apaciguarla. Las duras palabras de Jesús sobre el juicio de Dios se presentan un tanto sentimentales.
Además, si bien se hace la exégesis de la expiación en su aspecto “cubriente”, no se presta ninguna atención al intercambio jurídico que tuvo lugar en la cruz. Aunque Isaías 53 se utiliza como una narración de fondo para explicar el significado de la cruz, no es entendido en términos de sustitución penal.
El significado de que el sacrificio de Jesús es para “muchos” o para “todos” complica aún más la cuestión. El tema aquí es muy diferente al debate calvinista-arminiano acerca de la extensión de la expiación. La preocupación de Ratzinger, al especificar cuidadosamente estas palabras, está más en línea con el punto de vista “católico” (o sea, universal); es decir inclusivista, como que toda la humanidad está vinculada a la cruz de Jesús, tomando, por lo tanto una inclinación universalista.
El Papa Benedicto XVI ha escrito admirablemente un retrato del Jesús de Nazaret de los Evangelios que desea presentar el Jesús “real”. No obstante,
más que “real”, la imagen que surge del libro es la de un “San” Jesús, o sea, una figura que es asombrosamente incondicional a las expectativas católico-romanas.
Traducción: Rosa Gubianas
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