Esta denominación se ha convertido ya en un clásico sobre el que todo el mundo quiere saber y que
recoge entre sus filas a aquellos que han decidido “ni estudiar, ni trabajar”, de ahí su apelativo. Lo que clama al cielo es que nos siga produciendo tanta sorpresa el dato y que a algunos se les abran las carnes, no dando crédito a algo que tampoco es tan increíble en el fondo, teniendo en cuenta que la nueva generación ”ni-ni” lleva veinte años tomando apuntes de la generación “ni-ni” anterior.
Así pues,
esto de ser “ni-ni” no es un fenómeno nuevo ni mucho menos, aunque sea recientemente que le hemos puesto nombre. Yo, de hecho, estoy cada vez más inclinada a pensar que ciertos sectores del país en el que vivimos son un gran cúmulo de “ni-nis” y no todos son de última generación, como quisiéramos pensar para tranquilidad de nuestras conciencias. Muchos son padres, tíos y abuelos, de “ni-nis” oficiales, aunque eso cueste reconocerlo, porque como queda reflejado en el decálogo del buen “ni-ni” que presentamos hoy, echar balones fuera es una cuestión definitoria y de prioridad. Los “ni-nis” nunca somos nosotros. Por definición, “ni-ni” siempre es el otro.
Muchos tenemos la sensación permanente de que a la identidad de “español” le ha acompañado como una sombra una cierta dosis de complejo que durante años nos ha hecho mostrarnos ante los demás como poco confiados en nuestras propias posibilidades como país, nos ha hecho percibir a los demás como los únicos que lo hacían todo bien y hemos, más que avanzado en la línea de despuntar y salir de ese supuesto estatus de inferioridad, asumido sin patalear que ese es el rol que nos toca desempeñar. ¡Qué le vamos a hacer! Muchos también hemos luchado con ese fuero interno nuestro -que por tendencia natural se inclinaba a ese sentimiento de inferioridad- y le hemos repetido hasta la saciedad que no, que no había que ir de acomplejado por el mundo, que lo que otros dicen de nosotros lo dicen desde la ignorancia y que eso era lo que nos habíamos acostumbrado a pensar, pero que no era cierto. “El español no vive tan bien, no se dedica a prestarse a las tapitas del bar, sino que trabaja más que ninguno de los que le critican”.
Hoy, a la luz de ciertos acontecimientos, sin embargo, ya no luchamos con nosotros mismos y ese supuesto complejo, sino que decimos “A lo mejor toca pensar que algo de lo que nos vienen criticando desde fuera pudiera ser cierto”.
Vivimos en un país en el que una buena parte de la población (que no toda, ¡nada más faltaba!) bien podrían ser catalogados como “ni-nis”,porque encajan en su perfil a la perfección. Y uno pudiera pensar que nos referimos sólo a esos cuantos a los que se ha llamado “generación perdida” (para el empleo y para otras cosas), pero nada más lejos de la realidad.
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Tenemos tendencia aquí a vivir, como muchos artistas, de un solo éxito.Nos agarramos a momentos gloriosos de nuestra historia (véase, por ejemplo, la transición democrática) como a un clavo ardiendo, no motivándonos para repetir capítulos parecidos en sucesivas ocasiones, para tomar ejemplo o inspirarnos para mejorar, sino para vivir de rentas todo el tiempo que se pueda y dar, encima, lecciones a otros sobre cómo han de hacerse las cosas.
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Vamos a la cabeza de todos rankings dudosos posiblesy somos, en cierta medida, como aquella cigarra que se dedicaba a cantar, tocar y bailar mientras la hormiga se deslomaba a trabajar. No contenta con aquello, además, le criticaba y cantaba de las bondades de su propia vida relajada, olvidándose de que, en la fábula, como en la vida real, el que ríe el último a menudo ríe mejor. Aquí en España, país al que amamos, hay muchas hormigas también, pero ni con todo su esfuerzo consiguen tirar de una nave en la que la mayoría no reman, sino que se tienden al sol esperando a que lleguen mejores tiempos.
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Qué duda cabe de que la crítica y el no estar contentos con nada se aproxima bastante a ser nuestro deporte nacional.No somos precisamente gente fácil los españoles. Pedimos medidas de cambio, pero que cuando llegan, a cualquier nivel y vengan de quien vengan, nunca nos gustan. Y esto no necesariamente a nivel político, que también, sino en todas las áreas de la existencia. Nos hemos hecho expertos en ver los toros desde la barrera, eso sí, criticando al torero que se juega la vida y aportando poco (por no decir nada) más allá de esa crítica.
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El sueño del español medio suele ser una pronta jubilación y seguimos sin entender, al contrario que muchos otros países que nos rodean, que el trabajo tiene un alto valor, que nos dignifica, nos construye, nos da calidad de vida, nos permite crecer y también da lugar a que la sociedad que todos componemos se desarrolle. Sin embargo, seguimos sintiéndonos como pez en el agua anclados en la ley del mínimo esfuerzo. “El trabajo –según parecen pensar algunos, y no sólo pertenecientes a la nueva generación “ni-ni”, sino a la antigua también- es para los tontos”. Los más listos son, a la luz de sus actos, los que se quedan sentados a la espera de que otros vengan a resolverles la vida. Y luego, claro, nos sorprende la imagen que proyectamos fuera.
A la luz del decálogo del buen “ni-ni”, que muchos no sólo suscriben, sino que aplican con dedicación, ¿qué imagen si no ésta podemos proyectar de fronteras hacia fuera?
Qué se puede esperar de nuestros hijos si durante los últimos veinte años hemos ido sembrando, frase a frase, crítica a crítica, queja a queja una serie de valores que ellos no han hecho más que interiorizar y, cuando han tenido la edad para hacerlo, aplicar?
DECÁLOGO DEL BUEN NI-NI
1. Ni estudies ni trabajes. No malgastes tu tiempo en cosas que perfectamente pueden hacer otros sin que tú tengas siquiera que despeinarte.
2. Mantente permanentemente cerca de quien no tiene otra cosa que hacer más que trabajar, preferiblemente intentando que sean personas allegadas a quienes les pueda costar alejarse de ti o dejarte de lado, porque así podrás vivir a su amparo indefinidamente mientras no se te ocurra algo mejor que hacer.
3. Si por alguna razón eres de los que trabajan y te quedaras en el paro, échate a dormir durante todo el tiempo que dure la prestación, tómatelo como unas merecidas vacaciones, ni se te ocurra buscar trabajo y mucho menos formarte, no sea que en vez de seguir siendo un “ni-ni” te conviertas en una persona de provecho y ayudes a la sociedad de la que te alimentas a ir adelante y superar cualquier tipo de bache que pueda producirse.
4. Si en algún momento se te quisiera imponer desde fuera que te formes como condición para percibir algún tipo de prestación económica añadida, niégate como si te fuera la vida en ello. La formación produce seria urticaria en aquellos acostumbrados a vivir del cuento permanentemente y no puede consentirse que alguien con una tradición relajada vaya a ponerse a formarse a estas alturas de la vida.
5. Si alguno intentara hacerte ver que tu postura pudiera ser errónea, tómatelo a risa. El problema es de ellos, que te envidian, y no tuya, que has sido el más inteligente de todos.
6. El dominio del balón es absolutamente imprescindible para ser un buen “ni-ni”. De hecho, para mantenerte en tu estatus el tiempo suficiente, deberás echar balones fuera constantemente, y ser muy convincente al culpar a los demás de tu situación.
7. No puedes permitirte ni una pizca de autocrítica. Sería probablemente tu perdición, así que por más que escuches que se pone en duda tu posición, sigue tapándote los oídos, que así llegarás más lejos y ellos se cansarán antes.
8. Ante cualquier oportunidad de que las cosas mejoren, intenta no aportar demasiado. Más bien, incluso, boicotea todo intento de los que te rodean por sacar adelante el país. Invéntate lo que quieras. Todo medio está justificado con el fin de seguir viviendo de las rentas de otros.
9. Acógete a toda frase que pueda inspirarte a seguir haciendo tu labor como hasta ahora: “Ni para delante, ni para atrás”, “Ni frío ni calor”, “Ni sí, ni no, ni todo lo contrario me gusta” o “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”… Cualquiera vale, siempre que te ayude a seguir en tus objetivos.
10. Échate a dormir cada vez que tengas oportunidad, es decir, mientras avistes a otro que esté trabajando en tu lugar y, por supuesto, no se te ocurra hacer hoy lo que puedas hacer mañana.
¡Qué ingenuos somos al pensar que los “ni-ni” siempre son los otros, las nuevas generaciones! Los “ni-ni”, queridos amigos, en cierta medida y mientras nos veamos reflejados en alguno de los puntos de este decálogo, somos también nosotros.
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