Entre los amigos y colegas que escriben en las letras protestantes hay tres a quienes admiro por sus profundos conocimientos y su memoria infalible: César Vidal, José de Segovia y Alfonso Ropero. Son unos empollones. Además de saber de todo y tocar todos los géneros de la literatura, son capaces de recitar con el solo auxilio de la memoria el libro de Levítico o la guía telefónica de Nueva York. ¡Qué portentos! ¡Qué noble envidia causan!
El sujeto de este artículo es Alfonso Ropero. No porque lo aúpe por encima de los otros dos, no, sino porque estoy comentando un libro del que él ha escrito muchas páginas.
Primero he de decir esto:
Alfonso Ropero es un intelectual completo. Su curriculum honra al protestantismo español. Nacido en el corazón de la Mancha (Tomelloso, provincia de Ciudad Real), hace 55 años, ha destacado como un autor minucioso. El material de sus libros está muy investigado y puesto al día con esmero. Colabora estrechamente con el Instituto Superior de Teología y Ciencias Bíblicas que montó en Tenerife ese canario inquieto y luchador que es José Manuel Díaz Yanes. Alfonso es doctor en Teología por el mismo Instituto y doctor en Filosofía por una Universidad de Inglaterra. Ha sido editor de voluminosos compendios sobre el pensamiento de llamados Padres de la Iglesia, como Agustín de Hipona, Cirilo de Jerusalén, Clemente de Alejandría, Juan Crisóstomo, Juan Clímaco, Justino mártir, Ireneo de Lyon y Tertuliano, a los que añadió un volumen sobre los Padres apostólicos.
Centenares de artículos suyos han sido publicados en revistas de España y del extranjero. Es autor de una veintena de libros, entre los que yo destacaría LOS HOMBRES DE PRINCETON; TRADICIÓN Y DESAFÍO (1994), FILOSOFÍA Y CRISTIANISMO; PENSAMIENTO INTEGRAL E INTEGRADO (1979), INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA; UNA PERSPECTIVA CRISTIANA (1999). Ha dado conferencias y seminarios en países de Europa y América.
En la carrera que Alfonso Ropero emprendió desde joven para llegar a la cúspide de la cultura nadie le ha regalado algo. Ha sabido vencer obstáculos y su mente de gladiador ha conocido el triunfo que ahora disfruta y que nuestro protestantismo, siempre tan menguado en reconocer méritos individuales, no ha sabido distinguir aún.
John Fletcher Hurstfue obispo metodista norteamericano, autor de un gran número de libros y obras de ensayo. En la segunda parte del siglo XIX (murió en 1903) publicó HISTORIA GENERAL DEL CRISTIANISMO, una obra que aumentó su fama. Existía una versión en castellano, que ahora Ropero ha actualizado y completado con 150 páginas, las cuales obedecen “a nuestra peculiar situación de españoles”.
Los lectores que siguen esta sección de literatura en Protestante Digital puede que hayan percibido lo que suele ser habitual en mis comentarios: Los amplios espacios que concedo al contenido del libro que trato. No lo hago por falta de opinión propia, tengo la cabeza bien amueblada, Dios me la conserve. Es que para mí la labor del crítico literario no es asombrar al lector con lo que sabe, sino informarle de lo que otros saben y dicen.
La obra que escribió Fletcher Hurst consta de cuatro largos capítulos, 319 páginas.
Este abundante y enriquecedor material lo distribuye entre diecinueve siglos de Historia.Desde el año 33 de nuestra era, que inicia con el ministerio de Cristo, hasta la rápida propagación del Cristianismo en el siglo VIII. Para el autor, “antes de consumar su pasión, nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo tres obras admirables: Anunció su Evangelio al género humano, dio al mundo el ejemplo de una vida sin mancilla y, con su muerte voluntaria, obtuvo la redención universal”.
El segundo capítulode la obra arranca con los tres períodos de la Edad Media y llega hasta la división del papado en el siglo XIV. Capítulos interesantes en esta parte del libro son los dedicados al Islam, Mahoma, el Corán y las conquistas musulmanas.
La tercera secciónde la obra, que comprende desde el 1517 al 1557 está casi toda ella dedicada a la Reforma luterana. Cómo surge, como se expande, quiénes fueron sus hombres más influyentes, las batallas que hubo de sostener. En opinión de Fletcher, la Reforma fracasó en España porque no tuvo arraigo popular. “Los que aceptaron el protestantismo eran, en su gran mayoría, literatos y pensadores…eran varones eruditos, autores pacíficos, que con su pluma esperaban alcanzar victorias para la Reforma”.
La última parteescrita por Fletcher Hurst en el libro que comento abarca un largo período de tiempo, desde el 1558 al 1900; aquí trata de las reacciones vaticanas a los movimientos reformadores y del nacimiento de las grandes denominaciones protestantes en Inglaterra, Alemania y Estados Unidos.
Es en este punto donde entra Alfonso Ropero en HISTORIA GENERAL DEL CRISTIANISMO. Comienza en la línea cantada por Carlos Gardel cuando definió al XX como un siglo cambalache, confuso y convulsionado, en el que “la teología cristiana se vio desquiciada por entender en su rápida transformación”, dice Ropero.
Acto seguido escribe admirablemente, con precisión, con rigor, con abundante documentación sobre el reto de las revoluciones socialistas, las principales denominaciones protestantes en España y América Latina, el fenómeno pentecostal, la Iglesia de Filadelfia, el Ecumenismo y cinco páginas repletas de datos y de argumentos sobre creación y evolución.
Suscribo plenamente un reclamo de los editores en la contraportada del libro: “He aquí una obra imprescindible para todo estudiante y toda persona culta que quiera estar informada sobre la historia y el desarrollo del Cristianismo”.
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