lunes, 1 de julio de 2024   inicia sesión o regístrate
 
Protestante Digital

 
2
 

Traductor traidor

Cuando Bialik, uno de los primeros sabios de la lengua hebrea moderna, se propuso traducir el Quijote al hebreo, el mayor problema que encontró fue cómo hacer que una lengua moderna aparentara ser vieja.
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 12 DE MARZO DE 2011 23:00 h

La razón es que don Quijote hablaba en antiguo, algo de lo que los lectores modernos hispanos tampoco nos damos cuenta porque a nosotros todo el Quijote nos suena a viejo. Aunque nunca, desde los tiempos bíblicos más pretéritos, se dejó de hablar hebreo (ni en la tierra de Israel ni en la diáspora), no era más que una lengua litúrgica, desprovista de la efervescencia, la rapidez y el brillo de las lenguas vivas. Durante siglos los poetas se esforzaron por desencorsetar la lengua, por introducir neologismos y avivar la sintaxis, y hasta finales del siglo XIX no lo consiguieron del todo. Lo que acabó haciendo Bialik con su traducción, por asombroso que parezca, fue hacer que el don Quijote hebreo hablara con una extraña mezcla de hebreo y arameo, porque el arameo, hoy lengua casi muerta, a los hebreos les suena a viejo: les suena a esos viejos rabinos que leían solemnemente el Talmud en la sinagoga. Y funcionó.

Bialik conocía bien que las traducciones no dependen de la literalidad ni de la libre interpretación, que no solamente se traduce la lengua, sino también la cultura. Traducir es el arte de saber transportar las ideas, lo más indemnes posible. Y al igual que si quisiera transportar el agua en el hueco de las manos, como dijo un sabio, el traductor es un traidor (traduttore, traditore) que nunca tendrá la opción de hacer un trasvase perfecto, porque es humanamente imposible, porque las lenguas tienen un defecto en su raíz que las hace incompatibles entre sí. Y el traductor lo sabe, a pesar de todo, y sigue traduciendo. Y por eso es un traidor.

Pero aún así, un buen traductor, aquel que sabe de las dosis justas de literalidad e interpretación, es un bien demasiado preciado como para minusvalorarlo o dejarlo en la sombra. No solamente son los responsables de gran parte de la cultura a la que tenemos acceso, también son indispensables en cosas mucho más mundanas: el comercio, las comunicaciones o la política.

En un mundo cada vez más globalizado, los traductores son cada vez más indispensables. Y el mundo editorial moderno están mal pagados y mal reconocidos.Son muy pocas las editoriales que ponen en sus portadas el nombre del traductor de la obra, y muy pocas las que reconocen y aprecian su labor más allá de su nombre en minúscula cursiva en la página del copyright. Solamente he visto un libro editado que haya utilizado como reclamo que ganó el Premio Nacional de Traducción (aunque quizá sea que yo he buscado poco). Aún así, el asunto con el tiempo va mejorando, y desde aquí le doy las gracias a las decenas de locos que deciden estudiar y dedicarse a esto.

¿Qué sería de nosotros sin los valientes que se atrevieron a traducir a Dostoievski, a Balzac, a Poe o a Rilke? ¿Y qué haríamos sin los locos que hoy se atreven con Banville, Littell, Perec? Sin traducciones no tendríamos gran parte de la literatura de la que disfrutamos, no porque no podríamos leerla, sino porque muchos autores a los que leemos no la habrían leído, y entonces no habrían escrito, inspirados por nada.

No tendríamos El nombre de la rosa, de Umberto Eco, si alguien no se hubiera atrevido a traducir a Borges al italiano (¡a Borges, nada más y nada menos!) en los años 50. Ni podríamos leer Un cuarto propio de Virginia Woolf si el mismo Borges no lo hubiera traducido al español conteniendo de manera asombrosa su propio ímpetu creativo. Sin traductores habríamos sucumbido ante la confusión de Babel (Génesis 11:1-9), y de la confusión al caos a penas hay un traspiés. Por cierto, el magnífico George Steiner (un cascarrabias épico) habla tan bien de la cuestión de Babel y de los límites de la traducción en Después de Babel (1980) que sobra un poco cualquier cosa que haya dicho cualquiera después, a excepción quizá de Paul Ricoeur, que en Sobre la traducción (2004) plantea sobre las tesis de Steiner una de las preguntas más inquietantes que se haya hecho el hombre jamás sobre su creencia o descreimiento de Dios: «…¿por qué no una sola lengua? y, sobre todo, ¿por qué tantas lenguas, cinco o seis mil, según los etnólogos? Todo criterio darwiniano de utilidad y de adaptación en la lucha por la supervivencia es burlado; esa multiplicidad innumerable es no sólo inútil, sino también perjudicial». Y ciertamente, pensándolo un poco, ya que la multiplicidad de las lenguas no trabaja a nuestro favor como especie en la carrera de la supervivencia, ¿acaso no podría entenderse como una evidencia real de la existencia en el mundo del pecado del hombre contra Dios? ¿Y no fue precisamente el primer problema de Babel la falta de buenos traductores?

Precisamente, volviendo a nuestro tema, el problema de que los traductores estén tan mal reconocidos es que entre las rendijas que deja este sistema corrompido se puede colar cualquiera. Y un mal traductor es capaz de arruinarte el día. Y es capaz de montar grandes líos.Paul Watzlawick pone algunos buenos ejemplos en ¿Es real la realidad? (1976). «Traducir es un arte, lo que implica que incluso un mal traductor es siempre mejor que una máquina traductora», dice Watzlawick en su libro, lo cual implica que tenemos un serio problema en este mundo computarizado en el que todos creen que el traductor de Google y el corrector ortográfico de Word pueden resolvernos todos los problemas.

Traducir es un arte, y además, es un arte silencioso, porque el que traduce debe pasar desapercibido, tanto así que el lector, al terminar el libro, apenas haya percibido su presencia como un leve hálito fantasmal sobre la faz del texto. Un traductor que hace lo contrario acaba siendo una desgracia. Hay malos traductores que imponen, que se hacen notar, que no quieren pasar desapercibidos. Tan malo es un traductor sin pasión, indolente y dejado que traduce literalmente sin importarle refranes, frases hechas, juegos de palabras o cuestiones culturales, como uno que tergiversa y manipula, que consciente o inconscientemente se cree en la obligación de mejorar el texto del autor. Casi es más peligroso el que decide que lo que dice el autor no se entiende y lo manipula, lo presenta con otro orden, otras palabras y otro ritmo: esos traductores, aun con toda su buena intención, están mancillando el texto. No hay nada más frustrante que descubrir que no estamos leyendo la versión más honesta y aproximada a las auténticas palabras de un autor, sino que hay un señor en medio, un desconocido, un anónimo traductor, que ha decidido dejar plasmada para la posteridad su propia opinión que a nadie le importa.

En realidad, cuando el sistema editorial funciona como debe, estas traducciones tergiversadas no llegan a ver la luz. Pero de vez en cuando alguna se cuela. Los que a veces leemos obras de tintes evangélicos sabemos de lo que estoy hablando. Por desgracia, de entre todos los libros de temática espiritual cristiana que podemos encontrar en una librería, de vez en cuando nos encontramos con algunos (principalmente esos que vienen de EE.UU.) cuya traducción nos chirría los oídos como si nos estuvieran retorciendo los tímpanos por dentro. Y ojo, no estoy hablando de que las traducciones hechas en América sean malas, estoy hablando, sencillamente, de malos traductores. De esos traductores sin oficio que escriben como hablan (ortográficamente correctos, pero incapaces de cambiar de registro). A eso, de toda la vida, se le ha llamado incultura.

No estoy potenciando ese mal prejuicio de los que dicen que solamente es válido el español peninsular. Eso es mentira. Estoy hablando de que muchas editoriales prefieren ahorrarse dos duros antes de invertir en buenos traductores, sean españoles, colombianos o argentinos. Porque no es lo mismo que en el (malogrado) doblaje del cine y la televisión: al leer es nuestra voz la que habla en nuestra cabeza, es nuestro propio acento y nuestro propio tono. Pero a veces, en ciertas traducciones, empezamos a notar que no nos resulta familiar, que no es nuestra lengua: la han forzado tanto que ya no es elegante, es como si estuviera dada de sí. Empezamos a distanciarnos de lo escrito y ya no nos cala tan hondo. Llega un momento en que dejamos de escuchar nuestra propia voz: es entonces cuando chirría, y no es un sonido agradable.

La literatura nos permite ensanchar los horizontes del lenguaje, y el español de América es una fuente inagotable de horizontes. En la literatura evangélica estamos demasiado mal acostumbrados a tragarnos textos que quizá en su original nos ayudarían a ensanchar esos horizontes, pero que el poco agraciado traductor ha convertido en una carrera de obstáculos. Y sé que todos los que están leyendo esto tienen ejemplos en la cabeza. No hablo de vocabulario, ni hablo de sintaxis. Hablo de eso sin nombre que nos separa del texto y que todos conocemos.

Porque parecen dos mundos demasiado lejanos, unidos únicamente por la línea que divide a las buenas editoriales de aquellas a las que no le importa: ni les importa el texto original, ni los autores, ni los lectores. No les importa la calidad de sus traductores. Aquellas que creen que el mensaje cristiano que contienen sus libros no importa que se transmita de manera pobre y deslucida, porque «eso a Dios le da igual». Siento mucho tener que discrepar, porque precisamente Dios es un gran fan de la belleza: él lo hizo todo hermoso, y espera un poco de eso de nuestra parte. Y no hay nada más bello que terminar de leer un libro traducido, el que sea (un cuento de Flannery O’Connor o Chejov) y sentir el peso liberador de la revelación bajo nuestros párpados. Haber pasado por allí sin habernos dado cuenta de que hubo alguien leyendo e interpretando por nosotros, susurrándonoslo al oído. Descubrir las ideas de los que las imaginaron como si no existiera Babel, como si todos habláramos el mismo idioma, como si todos pudiéramos volver a la ilusión de que aún tenemos una lengua común con la que todos nos entendemos y con la que podemos acercarnos a Dios.
 

 


1
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 
Respondiendo a

Pablo W.
15/03/2011
14:28 h
1
 
Gracias por tu artículo, Noa, sobre todo ahora que tengo que comprobar la traducción de un libro al español.
 



 
 
ESTAS EN: - - - Traductor traidor
 
 
AUDIOS Audios
 
La década en resumen: teología, con José Hutter La década en resumen: teología, con José Hutter

La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.

 
Intervalos: Disfruten de la luz Intervalos: Disfruten de la luz

Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.

 
2020, año del Brexit 2020, año del Brexit

Causas del triunfo de Boris Johnson y del Brexit; y sus consecuencias para la Unión Europea y la agenda globalista. Una entrevista a César Vidal.

 
7 Días 1x08: Irak, aborto el LatAm y el evangelio en el trabajo 7 Días 1x08: Irak, aborto el LatAm y el evangelio en el trabajo

Analizamos las noticias más relevantes de la semana.

 
FOTOS Fotos
 
Min19: Infancia, familia e iglesias Min19: Infancia, familia e iglesias

Algunas imágenes del primer congreso protestante sobre ministerios con la infancia y la familia, celebrado en Madrid.

 
X Encuentro de Literatura Cristiana X Encuentro de Literatura Cristiana

Algunas fotos de la entrega del Premio Jorge Borrow 2019 y de este encuentro de referencia, celebrado el sábado en la Facultad de Filología y en el Ayuntamiento de Salamanca. Fotos de MGala.

 
Idea2019, en fotos Idea2019, en fotos

Instantáneas del fin de semana de la Alianza Evangélica Española en Murcia, donde se desarrolló el programa con el lema ‘El poder transformador de lo pequeño’.

 
VÍDEOS Vídeos
 
Héroes: un padre extraordinario Héroes: un padre extraordinario

José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.

 
Programa especial de Navidad en TVE Programa especial de Navidad en TVE

Celebración de Navidad evangélica, desde la Iglesia Evangélica Bautista Buen Pastor, en Madrid.

 
Primer Congreso sobre infancia y familia, primera ponencia Primer Congreso sobre infancia y familia, primera ponencia

Madrid acoge el min19, donde ministerios evangélicos de toda España conversan sobre los desafíos de la infancia en el mundo actual.

 
 
Síguenos en Ivoox
Síguenos en YouTube y en Vimeo
 
 
RECOMENDACIONES
 
PATROCINADORES
 

 
AEE
PROTESTANTE DIGITAL FORMA PARTE DE LA: Alianza Evangélica Española
MIEMBRO DE: Evangelical European Alliance (EEA) y World Evangelical Alliance (WEA)
 

Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.