Por ello hago un paréntesis en la serie sobre Colombia iniciada la semana pasada. Haré un primer comentario sobre las cifras de la adscripción religiosa declarada por mexicanos y mexicanas.
Los indicadores del Censo 2010 confirman el crecimiento de confesiones religiosas distintas al catolicismo romano. La tendencia en la disminución porcentual de católicos se intensificó, con variantes regionales que, en algunos casos, revelan una
descatolización que debe preocupar a la jerarquía de la Iglesia católica en México.
Primero es necesario aclarar lo del término descatolización. El catolicismo mexicano, como en general el de toda Hispanoamérica, es muy dado a los rituales y festividades. La asistencia a esas expresiones de religiosidad popular católica suele ser masiva. Pero otra cosa es el compromiso consuetudinario con el credo y sus enseñanzas doctrínales y éticas. Por lo tanto hay que ser cuidadoso a la hora de escribir que México se está descatolizando, porque ¿cuándo lo fue realmente?
En la década que va del 2000 al 2010 el catolicismo mexicano, el nominal que declararon seguir las personas, declinó cuatro puntos porcentuales, pasó del 88 por ciento al 84. Fue la baja porcentual más pronunciada desde 1930, año desde el que disponemos de cifras sobre la identidad religiosa de la población.
La media nacional tiene extremos muy dispares. Mientras en Guanajuato prácticamente el 94 por ciento de los censados respondió ser católico; en Chiapas lo hizo el 58 por ciento. La diferencia es abismal: 36 puntos porcentuales, que nos hablan de dos realidades socio religiosas muy dispares. Es en la región que Carlos Monsiváis llamó
El Cinturón del Rosario (el centro y bajío de México), donde el catolicismo tiene porcentajes superiores, o cercanos, al 90 por ciento. Todas las demás regiones del país tienen mayor diversificación religiosa.
Distintos y primeros análisis de los números que en el aspecto religioso muestra el Censo, comienzan a comparar las cifras con prácticas que demuestran que
mucha gente respondió que nominalmente es católica, pero en su vida cotidiana tiene una pronunciada desvinculación de las creencias católicas que supuestamente debieran normar su conducta ética.
En un sugerente artículo Javier Flores (“La Iglesia en las uniones conyugales”,
La Jornada, 8/III), correlacionó los números censales del rubro religioso con porcentajes de mexicanos y mexicanas que realizaron enlaces matrimoniales bajo el manto de la Iglesia católica: “la Iglesia apenas participa en la mitad de las uniones conyugales, lo cual resulta sorprendente tratándose de una población que es […] mayoritariamente católica. Una proporción importante de las personas que deciden casarse o unirse lo hacen al margen de una intervención religiosa, ya que 23 millones 377 mil 94 personas establecen relación de pareja por la modalidad de unión libre o se casan sólo por lo civil, lo que en conjunto representa 27.5 por ciento del total. Por su parte, los matrimonios en los que existe alguna participación de la Iglesia representaron 27.4 por ciento (el porcentaje restante agrupa a las personas solteras, separadas, divorciadas, viudas o con datos no especificados)”.
Al desagregar los datos por grupos de edad, anota Javier Flores, “la mayoría de las personas de más de 60 años encuestadas se casaron por la Iglesia católica (43.4 por ciento), mientras en las uniones de menores de 30 años la participación religiosa ¡sólo fue de 7.1 por ciento!, lo que muestra que los más jóvenes están optando por las uniones conyugales en las que esta institución no participa”. Por lo anterior es posible afirmar que la práctica de enlaces matrimoniales en los que está ausente la institución religiosa nos revela una mayor, y creciente, autonomía valorativa de la mayoría que se identifica como católica pero que tiene vínculos muy débiles con las enseñanzas oficiales de su credo.
Otros números, analizados junto con los del Censo 2010, evidencian que las minorías religiosas tienen en su favor diversos indicadores.En números redondos hay en México 21 mil sacerdotes católicos y 40 mil pastores y pastoras protestantes/evangélicos. Es decir, a cada sacerdote le corresponden cuatro mil cuatrocientos veinticinco feligreses; mientras que cada pastor(a) tiene a su cargo doscientas diez personas. Si sumamos los protestantes/evangélicos con los adventistas del séptimos día, mormones y testigos de Jehová (que el Censo llama denominaciones bíblicas diferentes de las evangélicas), entonces cada ministro religioso cuida de doscientas setenta y tres personas.
La brecha ministro religioso/número de feligreses es todavía más desfavorable para la Iglesia católica al considerar que un alto número de pastores y pastoras evangélicos carecen de registro ante el gobierno mexicano. Son quienes cumplen funciones que la legislación reconoce como de ministro de culto, pero que por varias razones optan por desarrollar su ministerio al margen del reconocimiento gubernamental.
A la enorme diferencia que en teoría cada sacerdote católico debe atender, es importante agregarle que la mayoría de ellos están cerca de una edad en la que es necesario jubilarse. Adicionalmente las vocaciones sacerdotales están en crisis, no ingresan a los seminarios católicos aspirantes suficientes como para disminuir el contundente déficit sacerdotal. Pero si el ingreso es insuficiente, todavía lo es más el egreso de quienes logran concluir su preparación y son ordenados al ministerio.
La desagregación de los números censales nos permite afirmar que el rostro predominante en el protestantismo/evangelicalismo mexicano es pentecostal.De los 8 millones 400 mil personas (en números redondos) que se identificaron como protestantes/evangélicos un diez por ciento pertenece a las iglesias históricas (anabautista/menonita, bautista, metodista, del nazareno, presbiteriana). Casi 22 por ciento son pentecostales o neo pentecostales. De los dos tercios restantes no queda clara su adscripción denominacional. Sin embargo me aventuro a considerar que se trata, en su mayoría, de movimientos independientes de corte pentecostal y carismático. Lo hago por las tendencias observadas en las dos últimas décadas, que muestran la proliferación de grupos pentecostalizados incluso dentro de las iglesias históricas.
Tres denominaciones protestantes históricas, cuya presencia en México viene desde el último tercio del siglo XIX (presbiteriana, metodista y bautista) tienen 716 mil integrantes. Mientras que los testigos de Jehová alcanzan 1 millón 561 mil adherentes. Es decir, más del doble, y con ello se fortalece la tendencia creciente de esta confesión. Los testigos han encontrado en el país un terreno particularmente fértil para su causa.
De acuerdo con el Censo la población protestante/evangélica en México alcanza el 7.5 por ciento. Si le sumamos los números de quienes se reconocieron como adventistas del séptimo día (que en México se identifican como evangélicos y forman parte de organismos de esa confesión) el porcentaje se eleva a 8 por ciento. ¿Cuántos de los poco más de tres millones de ciudadanos que respondieron no tener religión, en realidad sí la tienen y son de alguna vertiente neo evangélica?
Hay que recordar el crecimiento de iglesias que dicen no ser iglesias y que adiestran a sus congregantes para decir que no tienen religión, sino una relación viva con Cristo y que Cristo no es religión. Si respondieron así a quien les censó, entonces bien pudieron ser colocados en el casillero sin religión. Por lo anterior hay base para calcular que en México la población protestante/evangélica (incluidos los neo evangélicos) está cercana al 10 por ciento.
No hay vuelta atrás en la diversificación religiosa del país. Cuando por su parte la Iglesia católica decrece, las confesiones protestantes/evangélicas tuvieron su mayor crecimiento porcentual desde 1930, ya que en la década que va del dos mil al dos mil diez aumentaron su población en tres puntos porcentuales. La tendencia se robustece al tratar de diseccionar las cifras de aquellos grupos que siendo en sus creencias protestantes/evangélicos han decidido registrarse como asociaciones civiles.
Las identidades religiosas divergentes de la históricamente tradicional siguen ganando terreno en el panorama confesional mexicano. Un primer acercamiento al Censo realizado el año pasado no deja dudas al respecto. Estudios más detallados por regiones, grupos de edad, condiciones socio económicas y otras variables nos indicarían matices importantes y tendencias sobre la diversificación religiosa y sus distintos ritmos.
Los números sobre la pluralización religiosa del país debieran servir para dejar de hacer generalizaciones que obnubilan la realidad del cambio confesional de millones de connacionales. La pluralidad es hora más intensa que nunca antes y perfila una intensificación en ese sentido en las décadas por venir.
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