Al parecer Francisco no era el único español estudiando en la ciudad, pero hasta aquí no nos ha quedado noticia de la cantidad de estudiantes hispanos, que cursaron estudios de teología en la primera mitad del siglo XVI.
Melanchthon recibió al joven burgalés con tal agrado, que llegó a hospedarle en su casa. Las relaciones entre los dos debieron ser estrechas y amistosas.
Melanchthon era, al contrario de Lutero, un pacificador. Nacido en Bretten en 1497, era sobrino nieto de un famoso hebraísta llamado Reuchlin. A la edad de 21 años fue nombrado profesor de griego y hebreo en la Universidad de Wittemberg, donde conoció al agustino y también profesor Martín, con quien enseguida entabló una gran amistad.
Su espíritu mediador le empujó a buscar una reconciliación entre protestantes y católicos, que las posturas políticas y las intransigencias doctrinales hicieron imposible. Pero
la labor más fecunda de su carrera fue la creación de la Confesión de Augsburgo, en la que haciendo un verdadero encaje de bolillos, intentó contentar a todos, aunque al final no consiguió contentar a nadie.
Francisco aprendió de su querido mentor el deseo de “Paz Cristiana”, la tolerancia y la intención de casar la fe con la razón.Seguramente la traducción del Nuevo Testamento de Enzinas al castellano, estuviera inspirada en los consejos de Melanchthon.
Mientras sucede todo esto, su hermano Diego sigue los pasos de Francisco y como él estudia en las universidades de Francia y los Países Bajos.El 20 de Febrero de 1541 escribe una carta a Cassander, en Brujas, donde le refiere que por indicaciones de sus padres ha dejado la universidad de Lovaina para estudiar en París, aunque el cambio no le gusta. Además de este comentario, Diego critica la situación de la universidad de la Sorbona, la prepotencia de sus profesores, la carestia de la vida y la mala calidad del alumnado.
Poco después parte para Lovaina. El tiempo que paso el joven Diego en la ciudad no lo sabemos, pero al parecer partió para Roma animado por sus padres, que veían con malos ojos las influencias de las ideas protestantes en su hijo.
La Roma que se encontró Diego debió impactar al inexperto joven.Es difícil de imaginar con nuestra mentalidad actual la impresión que en el visitante debía producir la “Ciudad Eterna” y la Península italiana en general.
Por un lado las ruinas romanas hablaban de un pasado glorioso, evocando la sabiduría pagana, que halló en la capital imperial su mejor vehículo. La Italia de Cinquecento, no lo olvidemos, era un compendio de pequeños ducados, principados y reinos. Su prosperidad económica traía de cabeza a los Reinos hispanos y franceses, que pretendían poseer su riqueza, pero la mayor riqueza de Italia era su legado cultural.
El Renacimiento había conmovido los cimientos de la adormecida Europa medieval, lanzando al hombre al centro mismo del Universo. El ser humano se convertía en medida de todas las cosas, desplazando a la divinidad. Aunque al mismo tiempo arrancaba al ciudadano, al campesino, al religioso y al noble del corporativismo asfixiante, que le impedía tomar conciencia de si mismo. Deteniendo de esta manera toda posibilidad de encontrar a Dios de una manera personalizada, alejada de ritos y celebraciones populares.
Ver en el Renacimiento solamente el exponente del paganismo, del racionalismo y en definitiva, la reafirmación de un hombre que empieza a tener conciencia de sí mismo y se aparta de Dios, limita, o por lo menos, dificulta la explicación del cómo y el porqué de la Reforma Protestante. El encuentro personal con Dios debe tener cómo premisa principal la división del ser individual frente al ser colectivo.
La Curia Romana, embebida en su propia problemática, estaba lejos del sentimiento de angustia que embargaba a las masas torturadas por las guerras, hambres y plagas. Por eso no es de extrañar que Diego se sintiera sorprendido por el relajo moral de la Corte Papal, que en muchos sentidos tan sólo imitaba las costumbres cortesanas de su tiempo. La institución papal, que durante tanto tiempo había sido manipulada por unos y otros, se centraba de lleno en los problemas temporales, dejando de lado los espirituales o sólo atendiendo a ellos, en tanto y cuanto afectaran a los materiales y políticos.
Roma era un verdadero laberinto de intrigas palaciegas, de embajadores imperiales y artistas. Carlos V, que siempre favoreció en la medida de lo posible los intereses católicos, no dudó en atacar Roma, cuando el Papa se opuso abiertamente del lado de su eterno rival, Francisco I de Francia. Arrasó la ciudad y amenazó al Papa con la muerte, si no se mantenía neutral en la política Imperial en Italia.
Paulo III, el Papa a la sazón durante la estancia de Diego en Roma, era hijo de unas familias patricias de la ciudad, la famosa dinastía Farnesio. Después de una próspera carrera eclesiástica fue nombrado obispo de Parma por el papa Julio II y enviado por Clemente VII, como legado ante el emperador Carlos V. Su vida de lujo y derroche era la costumbre habitual de la mayor parte de los altos cargos eclesiásticos. Tuvo cuatro hijos ilegítimos. Accede al pontificado en octubre de 1534. Sus cualidades como diplomático suavizan las relaciones entre la Santa Sede y el Imperio. Desde su posición privilegiada impulsó a varios familiares a los mejores cargos eclesiásticos, escandalizando a la nada puritana Roma.
Fue este el Papa que decidió convocar el deseado Concilio y reorganizó la inquisición romana en el año 1542, extendiéndola más tarde a todos los territorios italianos.
Curiosamente
tras el acuerdo de Crepy, entre franceses y españoles, se pudo convocar el Concilio de Trento, seguido por una inusitada persecución contra los protestantes en los Países Bajos, de la que ya hablaremos más adelante.
Una ciudad mundana, pero al mismo tiempo bella y repleta de cosas que aprender para una mente abierta. Para Diego, una oportunidad como otra cualquiera de predicar el Evangelio entre sus compatriotas y los romanos.
Continuará
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