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El hombre más viejo del mundo

Cuando la comitiva presidencial llegó a la casa destartalada, el silencio reinante pareció hablarles de muerte. Le hallaron dormido en la butaca, pálido y ajado, cual momia inerte.
OJO DE PEZ AUTOR Julia Jiménez Echenique 05 DE MARZO DE 2011 23:00 h

El audífono desconectado no le permitió advertir la presencia de los visitantes.
- Ramírez, acérquese usted y certifique si respira.

El agente de seguridad se quitó las gafas de sol y avanzó, en tres pasos titubeantes. Le colocó dos dedos bajo la nariz y, al contacto, lo halló tibio.

Urbano Mansilla, el hombre más viejo del mundo, abrió los ojos y soltó un leve alarido que se ahogó en su pecho.
- Señor, venimos de parte de…
- ¿Cómo? – Don Urbano encendió su audífono y se incorporó torpemente.- ¡Esto es ilegal! ¡Nadie puede entrar en mi casa sin mi permiso! ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?
- A usted, don Urbano.- El Ministro de Interior se abrió paso entre los agentes.- Venimos de parte del presidente.

Le tendió una carta con membrete del gobierno y sonrió condescendiente. Don Urbano leyó, tembloroso el papel entre sus manos, tras las gruesas gafas.
- ¿Y qué quiere hablar conmigo este señor?
- Es todo lo que estoy autorizado a decirle. Si es tan amable, acompáñenos por favor al Palacio de Gobierno, están los coches en la puerta.

Don Urbano se acicaló con parsimonia, para desesperación de los que aguardaban en el salón. Hacía más de ocho años que no salía de las fronteras de su suburbio, y las ajetreadas calles del centro de la ciudad le resultaban amenazantes.

Al bajar de nuevo las escaleras, los agentes no supieron si el crujir incesante provenía de sus huesos o de la madera añeja.
- Dios mío, cuántos somos ya.- Comentó con la nariz pegada al cristal del Mercedes.

Nadie respondió.

Don Urbano sólo conocía al nuevo presidente por sus excentricidades y escándalos amorosos, aunque, en realidad, la Historia reciente de la República de Yotama contaba con pocos gobernantes serios en su haber.

El coche se detuvo ante el Palacio Presidencial. Las rodillas de Don Urbano parecían a punto de claudicar en cada paso, a lo largo del pasillo de alfombra roja. A pesar de que jadeaba agitado, una gran expectación le embargaba.

Cuando cumplió los cien años, apenas recibió visitas de un par de curiosos. En su ciento cincuenta cumpleaños, la afluencia de medios de comunicación y reportajes se incrementó. Y, en aquel momento, apenas un mes antes de alcanzar las dos centenas de años, sabía que los representantes de Guinness le inscribirían en el Gran Libro de los Record.

Tal vez el presidente quería hablarle de aquello, tal vez.
- Bienvenido a esta casa.- El presidente salió a su encuentro con los brazos abiertos.- Que es también su casa y la de todos los ciudadanos. Pase, por favor. ¿Cómo se encuentra?
- Cansado, demasiados metros para mí.- Don Urbano apenas podía hablar.
- Tome asiento por favor.- Cerró la puerta y apretó el interfono.- Lilian, un vaso de agua para don Urbano. Y consigue una silla de ruedas, así le facilitaremos la salida cuando acabe nuestra charla.

En apenas un minuto, una escultural mujer entró en el despacho con una bandeja y le tendió a don Urbano el vaso. El anciano, impresionado por su belleza, apenas atinó a asirlo y llevárselo a la boca.
- ¿Mejor?- El presidente mostraba una perenne sonrisa.
- Mejor, gracias.
- Entiendo que debe ser duro llegar a los doscientos años, aunque he de decirle que se conserva usted estupendamente.
- Muchas gracias, señor presidente. Pero supongo que no me ha hecho venir hasta aquí para hablar de mi aspecto ¿verdad? Le agradecería que fuésemos al grano, fuera de mi entorno me siento bastante incómodo.
- Es usted directo.- El presidente soltó una leve carcajada y se sirvió un whisky on the rocks.- Tiene razón, el motivo por el que solicité su presencia es de alta importancia, no es precisa mayor dilación.
- ¿Alta importancia? No entiendo cómo puede un viejo como yo ayudar a…
- ¡Claro que puede! Pero quiero que entienda que lo que le voy a confesar ahora es secreto de Estado por lo que, si lo revelara a cualquier fuente, estaría incurriendo en un delito grave.
- Comprendo. Continúe.- A Don Urbano ya estaba comenzando a atacarle el sopor.
- Bien, hemos recibido comunicaciones no oficiales de que uno de nuestros países vecinos, Gastania, tiene previsto colonizar el suroeste del país para hacerse con los pozos de petróleo que allí tendremos.
- ¿Tendremos o tenemos?
- Tendremos, presumiblemente, cuando acaben las excavaciones y demás investigaciones en la zona. Los expertos dicen que el hallazgo es altamente probable.
- Así que creemos que tal vez, si las informaciones son ciertas, los Gastanienses nos ocuparán para robarnos los pozos que no sabemos si tenemos.
- ¡Exactamente!
- Demasiadas conjeturas, presidente. ¿Y qué tengo yo que ver con todo esto?
- Necesito su consejo, ¿Quién mejor que la memoria viva de nuestra nación para aconsejarme sobre cómo actuar en este tema? Usted ha vivido dos intentos de golpe de estado, más de doce presidentes, una guerra civil y una insurgencia. La vida le ha capacitado para opinar con cordura y yo estoy dispuesto a escucharle y tomar muy en serio sus recomendaciones.
- Déjeme pensar.

Aquellos instantes se tornaron eternos. El ingente reloj de pared resonante bajo la atenta mirada del presidente. Al otro lado de la puerta, el rumor de las voces de los asesores y de los faxes imprimiéndose. Un teléfono. Y don Urbano continuaba ajeno a todo, fija la vista en la ventana, buscando los recuerdos, criterios y defensas que dejó de usar hacía tiempo.

- Mi opinión.- Exclamó al fin.- Es que sería absurdo el ataque. Movilizar una guerra, con el coste humano y económico que supone, cuando no se tiene claro ni siquiera el objetivo, no resultaría serio. Nuestra imagen internacional se afectaría y nuestras relaciones con los otros países vecinos también, quizás se sentirían amenazados sin razón. ¿Por qué llevar a la muerte a nuestros jóvenes por algo que aún no se conoce con certeza?
- ¿Y si es demasiado tarde cuando la certeza llegue?
- No sería la primera vez que expulsamos a ejércitos de nuestras tierras, ya lo hicimos en 1879 y 1906. Además, jugamos con el tiempo a nuestro favor, utilice la diplomacia y aclare intenciones desde ahora. La paz es la mejor inversión, para todos.
- Estudiaré su propuesta, ha sido usted muy amable.
- No, gracias a usted, esta va a ser una de mis mejores anécdotas en la partida de dominó.

El interfono. La mujer escultural. Una silla de ruedas brillante, nueva. El pasillo de alfombra roja. El Mercedes. La casa destartalada. La butaca. A don Urbano le costaba trabajo creer que aquello había sucedido realmente.

Dos semanas después, la voz del locutor de radio enmudeció al anciano:
- “Noticia de última hora. Según último comunicado oficial, nuestro ejército ha lanzado una ofensiva al sur de Gastania como respuesta a los planes de este país de ocupar la octava región de Yotama. La respuesta del ejército enemigo no se ha hecho esperar, hemos perdido dos tanques con tres ocupantes cada uno. El presidente pide calma a la población, pues la victoria está cerca.”

Una semana más tarde, se conoció que, en realidad, era la República de Yotama la que estaba interesada en las minas de cobre que los Ganadienses tenían en la zona atacada. Don Urbano vivía de mal humor.No le apetecía ir a la partida, ni encender la radio, ni salir de casa. Cada nueva noticia en relación a la guerra, le robaba salud. La noche del 22 de Abril, la víspera de su cumpleaños, se despertó a las tres de la madrugada aquejado por el insomnio. Bajó al salón, con pasos chirriantes, y se sentó en su amada butaca.

- Señor.- Exclamó al cielo que se colaba a través de los visillos.- Bien sabes que no suelo pedirte nada ¿Acaso me ha faltado algo? Si quisiera enumerar todos tus favores, necesitaría otra vida tan larga como la pasada. Pero hoy quiero rogarte que me lleves contigo. Estoy aburrido de la arrogancia y el materialismo, del mal uso de la voluntad y capacidad de decisión de los poderosos. No hay nada nuevo, sólo generaciones de insensatos que se suceden. Me he hastiado de la falta de visión, quiero descansar.

A la mañana siguiente, cuatro representantes de Guinness tocaron la puerta sin recibir respuesta, rodeados como estaban de camarógrafos y reporteros ávidos de plasmar la noticia. Tuvo que ser el equipo médico de ambulancia el que derribó la puerta, hallando a don Urbano muerto, sentado como de costumbre, justo el día que habría cumplido doscientos años.
 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Juan
18/04/2011
20:57 h
1
 
Hola hermana, ya hace tiempo que no encuentro nuevos articulos tuyos, que está pasando, quiero que sepas que me encantan tus articulos y me gustaría poder seguir leyendote. Dios te bendiga. Juan
 



 
 
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