Contra el actual Presidente del Gobierno italiano se ha querido abrir un juicio por presunta prostitución de menores; y su vida está marcada por una cadena de actuaciones rodeada de escándalos y sospecha en todo tipo de cuestiones morales, legales, y políticas.
Pregunta.- Se oye a menudo que Berlusconi sigue recibiendo un apoyo social importante porque los ciudadanos lo identifican como “uno italiano más”, con sus manías y sus errores. ¿Es un argumento válido para apoyar a un dirigente político el hecho de que sea ‘como todo el mundo’?
Respuesta.- La democracia para muchos es el gobierno de la mayoría, sin más. Probablemente un gran número de italianos es condescendiente con la conducta sexual de su primer ministro porque harían lo mismo si pudiesen y, por tanto, Berlusconi les representa coherentemente.
Pero en la perspectiva protestante la democracia es algo más y requiere un código ético básico, un código en el que no todo vale aunque lo apoye una mayoría electoral; la democracia no es consistente si no se asienta y no se rige por elevados valores éticos; pues sí, somos unos “moralistas y puritanos” en nuestro concepto de la actividad política, pero fue la sociedad puritana la que generó con sus valores el sistema occidental de libertades en los países con más profundidad democrática. Berlusconi puede mantener su autoridad en un país como Italia; Bill Clinton no pudo mantenerla en los EEUU.
P.- Los evangélicos (bautistas) italianos han pedido al primer ministro que recapacite fijándose en el ejemplo de David, rey de Israel, que también se excedió en su forma de entender el poder y sus privilegios. Qué puede aprender Berlusconi de David?
R.- David tuvo en un momento de su vida una conducta sexual miserable, acompañada de abuso de poder; sus maniobras para tapar lo que había hecho tuvieron una eficacia inicial, pero el resultado final fue catastrófico para él personalmente, pero también para su pueblo. ¿Podría encontrarse un paralelo en la vida de Berlusconi? Las conductas de los dirigentes no afectan sólo a su vida privada, sino repercuten de una manera u otra en la vida pública del país.
Parece que David no tenía conciencia de culpa y cuando Natán le contó la parábola del rico que había robado y matado la oveja del pobre, se enfureció y dijo que aquel hombre merecía la muerte. Así sucede con muchos dirigentes: consideran inaceptable en otros lo que disculpan en sí mismos o en los suyos; sólo ven la paja en ojo ajeno; necesitan escuchar a Natán decir: “Tú eres ese hombre”.
El
salmo 51 nos presenta a un rey David sinceramente arrepentido y restaurado. Muchos dirigentes políticos creen que pedir perdón es muestra de inconsistencia y debilidad, pero lo cierto es que un dirigente que sabe pedir perdón gana credibilidad, sobre todo cuando lo hace antes de ser cazado.
Es bueno y ejemplarizante arrepentirse y pedir perdón en la vida pública, pero no es bueno ver sólo la paja en ojo ajeno. Contextualizándolo en la actualidad, es bueno que el PP pida ahora a HB(Sortu) que se arrepienta públicamente de su pasado; no es coherente que no se lo pida a su propio fundador, Fraga Iribarne, que jamás se arrepintió de su participación activa en el gobierno opresor de Franco.
P. ¿Cuál es el problema de fondo cuando un cristiano (católico) confeso como Berlusconi no es capaz de evitar comportamientos que en su propia fe son considerados inaceptables?
R.-Que, por extensión, los cristianos pierden autoridad para presentar sus propuestas: su imagen pública colectiva se deteriora y parece que “son como los demás” y no creen consistentemente en lo que dicen, lo que dicen creer semeja que se queda en un rinconcito de su privacidad. Sucede como con el intrusismo en una profesión: cuando hay mucha gente que lo practica sin reparos, la propia profesión pierde credibilidad aunque existan profesionales que la ejerzan con rigor.
P.- La sociedad internacional suele mirar a Italia con estupor, sin entender por qué la popularidad de Berlusconi es tan resistente a todos los escándalos. ¿Por qué tanta diferencia en la alarma con la que valoramos casos como el de Berlusconi y la pasividad con la que observamos muchas veces en España otros casos también graves como los escándalos de corrupción urbanística, por ejemplo?
R.- Por el criterio de la doble moral, el doble rasero. Por ejemplo, los medios de comunicación del entorno de la izquierda rasgan con razón sus vestiduras por los escándalos sexuales de Berlusconi y claman por su dimisión; aducen correctas razones éticas y muestran pasmo ante una sociedad italiana que mantiene el apoyo a un personaje inmoral.
Cuando Berlusconi se llamaba Bill Clinton y la Sta. Ruby era la Sta. Lewinsky, el clamor de estos mismos medios no se levantaba contra el inmoral y mentiroso presidente, sino contra esa sociedad americana “moralista” y puritana, y esos mismos medios de comunicación defendían con denuedo el respeto a la vida privada de los dirigentes políticos, separando ética privada de idoneidad política. Bueno, “la sabiduría es justificada por sus propios hijos”. No se puede desligar moral personal de conducta política: yo siempre dije que un tipo que es capaz de engañar a alguien tan inteligente como Hillary Clinton, ¿cómo no va a ser capaz de engañar a toda una nación?
La sociedad española, incluida la izquierda, tiende a mantener la diferencia entre pecados veniales y pecados mortales; consideran un pecado venial la conducta sexual inmoral (incluso es una virtud teologal si sabe llevar “con señorío”) y un pecado mortal la corrupción urbanística del partido de enfrente, porque la nuestra propia no lo es hasta que se demuestre en los tribunales.
P. ¿Qué crees que ha podido llevar a Berlusconi a considerarse por encima de la obligación de rendir cuentas de sus acciones, en un contexto público como lo es la política?
R.-Vive en un país de cultura católica, en el que se piensa que las cuestiones trascendentales de la salvación o el poder se han de delegar en una clase sacerdotal o, en el caso de la política, en la clase política.
Los ciudadanos no confían en los sacerdotes ni en los políticos, pero delegan en ellos el poder pasivamente, sin exigirles rendición de cuentas. En Italia el problema no está tanto en que Berlusconi se sienta por encima de la obligación de rendir cuentas de sus acciones, como en que el electorado se lo tolera. La oposición brama, pero tengo dudas de que si estuviese en el poder rendiría cuentas de la forma que le exigen a Berlusconi. Me temo que no es una cuestión de ideología, sino de mentalidad general, de valores compartidos que deben ser cambiados. En un país de valores protestantes la situación estaria resuelta ya hace tiempo.
P.- En Italia, los medios de comunicación han ayudado a partir la sociedad en dos: los que apoyan y los que odian a Berlusconi. ¿Cuál debería ser el papel de un diario o una televisión ante un liderazgo político como el del primer ministro italiano?
R.-El cuarto poder tiene el reto de informar desde la independencia, sin tapar a Berlusconi ni demonizarlo, aportando información contrastada que permita que cada ciudadano elabore su propio criterio en libertad. El problema es que la sociedad civil tiene mecanismos –aunque no los use a fondo– para controlar la acción del poder ejecutivo, del legislativo y del judicial, pero no los tiene para hacerlo con los medios de comunicación; tampoco sería deseable, pero hay instancias que tienen poder efectivo para incidir sobre los medios, y esas instancias escapan al control democrático.
Si fuese cierto que el primer ministro compra voluntades en los medios, esos medios deberían comprender que esto es pan para hoy y hambre para mañana, porque el día que cambie el gobierno tendrán que decidir si siguen la misma estrategia de sometimiento al poder (y entonces les será difícil vender con credibilidad que lo que antes apoyaban ahora lo denunucian) o continúan dependiendo de Berlusconi, que para entonces tendrá pocas posibilidades de seguir sosteniéndoles.
P.- El Vaticano, según el comentarista Sandro Magister, tiene que decidir entre mantener un gobierno favorable a su moral con un político que rompe el testimonio cristiano o arriesgarse a tener un gobernante con más ética personal pero menos favorable a la moral cristiana a la hora de hacer leyes. Desde un punto de vista bíblico, como se puede resolver el dilema, es decir: ¿qué es más importante, el acierto moral o no de las leyes que un gobernante impulsa o su integridad personal como líder?
R.-El Vaticano tiene problemas de autoridad moral para opinar sobre este tema. En primer lugar, debe aclarar si ejerce como estado o como institución religiosa, no puede estar al mismo tiempo en la misa y en el campanario; si pretende emitir su opinión como estado, debería inhibirse porque supondría una injerencia en asuntos internos de otro estado soberano; puede hacerlo como institución religiosa, y entonces debe hablar con la claridad pero también la humildad de quien tiene entre sus filas innumerables casos de escándalo sexual por pederastia con abuso de poder, no muy diferentes de los que son motivo de acusación contra Berlusconi.
No me pidas que escoja entre integridad personal del dirigente o acierto moral de las leyes que promulga, porque supondría en el fondo volver a separar moral de práctica política. El ejercicio de la política tiene una inevitable componente ejemplarizante, algo evidente en los países protestantes, pero que también supieron entender en España los dirigentes de la I y II República; de ellos deberían aprender los políticos españoles actuales.
Pr 29:2 dice:
Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; Mas cuando domina el impío, el pueblo gime.
Quienes tienen una ética personal elevada deberán diseñar leyes más justas. Las leyes justas se construyen siempre desde valores éticos elevados, no existe tal cosa como ética neutral. Desconfiaré siempre de quien dice defender leyes justas y mantiene una incoherente moral personal. En este tema el valor de la confianza es fundamental y la confianza está en el meollo de la vida política de las sociedades democráticas.
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