Comentando otro libro de este autor el año pasado dije que Mario Escobar es maestro en el diálogo y maestro en el estilo narrativo. Primero coloca a los personajes de la trama en escena, luego los mueve en un sistema de diálogo, versación a dos o en grupo, que logra atrapar al lector y hasta entusiasmarlo. Esta manera de relatar le permite decir sólo aquello que cree necesario contar, utilizando los recursos de los que dispone, con referencias útiles y el engaste requerido. Se diría que en Mario Escobar hay dos corrientes, una periodística, que conduce a sus artículos de prensa, y otra de creación, que funciona en el rincón madrileño desde el que escribe.
En primera página de EL PAIS DE LAS LÁGRIMAS, una nota advierte: “Los hechos que se narran en este libro son ciertos. Algunos nombres de personas y lugares han sido cambiados para preservar la intimidad de los protagonistas”.
¿Cuáles son esos hechos ciertos? Otra vez tenemos aquí el manuscrito perdido y hallado, que va siendo tema repetido en grandes y en menos grandes novelistas, desde que aquél fantasmagórico de Gog entregara a Giovanni Papini “un envoltorio de seda verde”, en el que había “un grueso paquete de hojas sueltas escritas en tinta verde”, a principios del pasado siglo.
Febe Jordá, amiga de Escobar y de quien escribe, encontró en una vieja maleta papeles del abuelo.
Al personaje de Escobar lo invade “una tormenta de papeles” cuando visita la tumba de su esposa. Le faltaban manos para recogerlos todos –apunta el autor. Pero tras mucho sudar logra aplastarlos contra el pecho. Aquellas hojas eran un libro escrito a máquina. Constituían la piel de una vida. Al paseante entre tumbas se le implora que “no permita que la descarnada historia de sus páginas se pierda”.
Siguen dos personajes: Juan y Pedro. Juan trascribe las hojas y forma un libro en el ordenador. Lo manda a Pedro, supuesto editor. Este lo lee y le parece interesante. Pedro quiere que el libro salga en un aniversario de la guerra civil. Pero no las tiene todas consigo y decide mandar el libro a un par de críticos literarios. Estos no son del todo favorables a su publicación. Finalmente, Pedro se decide: “Vamos a por todas. Publicamos el libro”.
Con sólo cuatro novelas en la calle, en plena juventud existencial y literaria, Mario Escobar se está convirtiendo en un maestro de la narrativa. Una narrativa que va de lo mágico a lo fantástico, de la confrontación verbal a la plástica lírica. Léase esta descripción a la entrada del cementerio: “El viento sacudía los cipreses, removía el polvo y en algunos rincones remolineaba levantando hasta los tallos secos de los claveles”. ¿Cortazar? ¿Borges? Nada que envidiar a la Argentina.
En esta novela, además, como ya hizo en SOL ROJO SOBRE HIROSHIMA, el autor confirma su solvencia como historiador. Aquí se trata de los años que siguieron a la guerra civil española. El extraño viaje de una mujer y su hija, siguiendo rumbos inciertos y paisajes desolados. En el largo itinerario la imaginación de Escobar agranda los pequeños objetos, los hechos y las personas. Nos hace sentir las cosas como si las estuviéramos protagonizando. En la novela, la imaginación de su autor es la principal fuerza constructora, aún cuando parta, como advierte, de personas y secuencias reales.
Aquellos a los que apasionan las historias de la posguerra española gustará este libro. La brutal represión de un bando contra otro, las mujeres humilladas y maltratadas, los niños a la intemperie emocional, los hombres encarcelados y fusilados sin juicio ni misericordia, los personajes femeninos que luchan sin dimitir, que sufren y callan, que odian y perdonan, que fracasan, que se levantan del polvo, que se yerguen orgullosas ante sus verdugos, constituyen un caudal de información sabiamente novelada.
Los amantes de estas historias tienen en EL PAÍS DE LAS LÁGRIMAS “una novela que nos hará reconciliarnos con nuestro pasado”.
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