Según declaraciones del propio autor, había comenzado a elaborar LES MOTS (LAS PALABRAS), diez años antes. Guillermo de la Torre escribió en su día que “se trata de la mejor obra, considerada literalmente, la más pulcramente escrita de toda la bibliografía sartriana”. En LAS PALABRAS, Sartre recuerda las desordenadas lecturas de la infancia, la atmósfera sombría de un hogar marcado por la ausencia del padre, la influencia del abuelo que pretende moldearlo a su antojo, la pasión por la literatura y el ideario propuesto, junto a una deslumbrante tarea de memorialista.
Ahora, la Editorial Gallimard ha publicado LOS CUADERNOS DE GUERRA, que en cierto modo suceden a LAS PALABRAS. Cuatro especialistas en la obra del genio francés han trabajado en la elaboración de los textos: Jean-Fracois Louette, Gilles Philippe, Arlete Elkaim-Sartre y Juliette Simont. Dice Henry Levy que en las páginas de LOS CUADERNOS “vemos vivir y reír a ese Sartre stendhaliano, literario, egoísta, a menudo silenciado por un compromiso siempre estruendoso”.
Jean Paul Sartre nació en París el 21 de junio de 1905 y murió en la misma capital el 15 de abril de 1980, minutos después de las nueve de la noche. Hacia 1928 inicia su vida de pensador y revolucionario de la filosofía moderna. Un año después se une sentimentalmente a Simone de Beauvoir, con la que permaneció hasta el final de sus días terrenos. No tuvieron un mismo domicilio conyugal, no engendraron hijos, pero se amaron más allá de todas las exigencias y las conveniencias sociales. Esta unión dio motivos a Sartre para una profunda y discutida tesis sobre la antipareja.
Su primera obra importante fue LA NÁUSEA, publicada en 1938. Luego seguirían otras, que obtuvieron un éxito rápido y universal, tales como EL MURO, sobre la guerra civil española; EL SER Y LA NADA, que junto a LA NÁUSEA contiene lo esencial del pensamiento sartriano; varios tomos con el título genérico de LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD, EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO, CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA, en dos volúmenes, etc. En teatro destacan LAS MANOS SUCIAS, EL DIABLO Y EL BUEN DIOS, LOS SECUESTRADOS DE ALTONA y otras más.
En la última entrevista concedida por el escritor a un estrecho colaborador suyo, Benny Levi, y publicada en el semanario francés LE NOUVEL OBSERVATEUR un mes antes de su muerte, el escritor confesaba: “He dicho a menudo que era un fracaso en el plano metafísico, ya que no he hecho obras como la de Shakespeare y Hegel, pero algunas de mis obras han tenido éxito y eso me basta”.
¡Y qué éxitos! Solamente de LA NÁUSEA y EL MURO se han vendido más de dos millones de ejemplares. El conjunto de sus ensayos, libros de memorias, entrevistas, obras teatrales, etc., está traducido a casi todas las lenguas habladas del mundo, incluido el esperanto. El catedrático de literatura Joaquín Benito dice que la muerte de Sartre supuso un “profundo vacío difícil de llenar no sólo en la literatura y en la filosofía francesa, sino en el pensamiento occidental”.
Como revolucionario social, militante en todos los movimientos de reivindicación obrera y luchas estudiantiles –tuvo un papel activo e importante en la revolución estudiantil de mayo de 1968 en Francia-, Sartre estuvo siempre en primera línea de combate. En este sentido, el poeta y crítico de literatura española Antonio Domínguez dice que Sartre “fue la conciencia del vómito europeo, la purga de las malas aguas que anegan una civilización ya corva”.
Jean Paul Sartre fue para el siglo XX lo que Voltaire para el XVIII. La luz de sus escritos iluminó a una Europa hundida entre la penumbra de dos desastrosas guerras mundiales y, aun cuando se rechace su ateísmo, estuvo acertado al afirmar que el hombre es responsable de su propia existencia. Lo contrario supondría un fatalismo condicionador que privaría al hombre de su libertad interior y de sus facultades decisorias. El hombre se hace más hombre cuando entiende, con Machado, quien nos dio en versos las mismas ideas que Sartre en filosofía, que en la tierra no está el camino hecho, que el hombre es dueño absoluto de su destino, que se hace camino al andar: haciendo surcos, sembrando versos y dejando huellas.
En el capítulo trece del libro que relata “los hechos de los Apóstoles”, escrito en el curso del primer siglo cristiano por el médico-misionero Lucas, se habla de cinco profetas y maestros que componían la jerarquía dirigente de la Iglesia en Antioquía de Siria. Uno de ellos era Manaén, del que el escritor afirma “que se había criado junto con Herodes el tetrarca”. ¿Quiere esto decir que Manaén y Herodes fueron hermanos de leche o simplemente compañeros de estudios desde la niñez? En cualquiera de los dos casos, impresiona el hecho de que dos hombres que crecieron juntos, compartiendo confidencias, sentimiento y experiencias a lo largo de muchos años, eligieran caminos tan desiguales en el plano religioso. Manaén llegó a ser cristiano fiel, dirigente en la Iglesia fundada por Cristo, en tanto que Herodes se convirtió en un anticristiano incrédulo y sanguinario; teniendo a Cristo ante sí, sólo se le ocurrió vestirle de ropa burlesca y escarnecerle ante sus soldados.
¿Estaba Manaén destinado a creer? ¿Estaba Herodes destinado a no creer? Ambos tuvieron las mismas oportunidades. Manaén encaminó su libertad individual hacia la fe y Herodes usó de la suya para optar por el ateísmo activo, vergonzoso y agresivo.
Con Sartre ocurrió algo parecido.
La madre de Sartre era católica practicante, pero su abuelo Charles Schweitzer, con quien Sartre se crió, era protestante y abuelo también del célebre Albert Schweitzer. Toda la familia era oriunda de Alsacia. Albert Schweitzer nació en 1875, de forma que sólo era 30 años mayor que Sartre.
El mismo año que se publicó en Argentina la versión española de EL DIABLO Y EL BUEN DIOS, donde Sartre reafirma el ateísmo radical que ha venido manteniendo desde LA NÁUSEA, a Albert Schweitzer entregaban en Estocolmo el Premio Nobel de la paz 1952 por su dedicación total a favor de las necesidades materiales y espirituales de los habitantes del África negra. No es aventurado creer que el famoso médico, musicólogo y misionero presentara a su primo, el filósofo ateo más importante de la Europa viva, el plan de redención personal tal como se encuentra en la Biblia. Añadamos a todo esto que el padre de Albert Schweitzer era pastor protestante y concluiremos que la permanencia de Sartre en el ateísmo ideológico no fue, precisamente, por falta de oportunidades para conocer al Dios de la Biblia ni por carencia de testimonios personales.
Con todo, la figura del abuelo no sale bien parada en los recuerdos infantiles de Sartre. En su obra autobiográfica LAS PALABRAS, Sartre está muy cerca de atribuir su incredulidad al rigorismo académico y a la frialdad emocional y espiritual del abuelo. Muerto el padre cuando Sartre apenas tenía once años de edad, el paternalismo huero del abuelo no le benefició y le perjudicó en sus primeras inquietudes religiosas. El niño le veía como una caricatura de Dios.
“Se parecía tanto a Dios Padre –dice Sartre en LAS PALABRAS-, que con frecuencia se le tomaba por él… Este Dios de cólera se rehartaba con la sangre de sus hijos. Pero yo aparecía al término de su larga vida; su barba había encanecido, amarillenta por el tabaco y la paternidad ya no le divertía”.
Si quieres comentar o