El pueblo español ha sido anticlerical, traducido en anticatólico, en muchas etapas de su Historia. No hay más que repasar la literatura desde el Siglo de Oro hasta nuestros días, deteniéndonos en las generaciones literarias de 1898 y 1927.
Prologando el libro del sacerdote Víctor Manuel Arbeloa, AQUELLA ESPAÑA CATÓLICA, Lorenzo Gomis dice que
cuando religión y política se combinan de una manera íntima y duradera, la religión aparece poco religiosa y paga un tributo terrible, degradándose y dando lugar al anticlericalismo del pueblo.
El
refranero español, más de antes que de ahora, pone ante nuestros ojos la visión de un pueblo que protesta contra la clase religiosa.
Al abad que se pone hueco
soga nueva y almendro seco
Al abad que aquí tenemos
¿cómo lo pelaremos?
Los frailes tienen ocho manos:
Siete para tomar, una para dar.
Ladrillazo al fraile
que lo descalabre.
Con curas, frailes, monjas y beatos
pocos tratos.
Cervantes nos brinda en El Quijote esta bella definición del refrán:
“----No hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la misma experiencia”.
El propio Arbeloa, comprometido con la clase obrera, afirma que en España ha habido desde tiempos atrás un anticlericalismo de izquierdas y un anticlericalismo de derechas. Los primeros siguen viendo en la Iglesia católica un enemigo secular; el nuevo anticlericalismo de derechas responde agresivamente a la postura mayoritaria de la jerarquía.
Julio Caro Baroja perteneció a una familia de intelectuales vascos. Nació en 1914 y murió en 1995. En la Universidad de Madrid se doctoró en Historia Antigua. HISTORIA DEL ANTICLERICALISMO ESPAÑOL es de 1962. Ahora, la editorial madrileña Caro Raggio ha publicado una nueva edición, con prólogo de Jon Juaristi.
Falta hacía.
Juaristi, nacido en 1951, fue discípulo de Julio Caro Baroja en los cursos que éste impartía en la Universidad de Deusto, en Bilbao. En el prólogo aclara que entre los varones de la familia Baroja prendió el anticlericalismo desde los lejanos tiempos del abuelo Serafín Baroja, y especialmente cultivado por su tío Pío Baroja, fallecido en 1956.
A lo largo de 27 capítulos cortos Caro Baroja repasa la historia del anticlericalismo en España desde la crítica medieval hasta el inicio de la guerra civil que duró desde 1936 a 1939. En su opinión, la pasión anticlerical no es de hoy, ni siquiera de ayer, viene dada desde la Edad Media. Ya entonces se solían representar en su forma más escabrosa todos los vicios y corruptelas del clero. “La sátira violenta contra determinados clérigos, frailes y prelados nos suministran unos índices de espantable magnitud”, escribe Caro Baroja.
El anticlericalismo español resurge feroz entre los años 1931 y 1939.
El autor dedica dos capítulos a la exposición y discusión del tema. Para Baroja el llamado “Alzamiento Nacional” fue una guerra que rompió, para mucho, las líneas de los acontecimientos públicos de España. En este católico país –sigue Baroja- durante la guerra hubo una fuerte ola de anticlericalismo que se tradujo en matanzas de curas y monjas, quemas y profanación de templos. Las cifras que dio el sacerdote Antonio Montero Moreno cuando era director de la revista ECCLESIA allá por los años 60, de ser ciertas, resultan escalofriantes: Un total de 4.184 sacerdotes y seminaristas, 2.365 religiosos y 283 religiosas asesinados en el bando de la República. Dios estaba siendo perseguido en su hija la Iglesia, diría el cardenal Gomá, Obispo Primado de Toledo.
Miremos en otra dirección: ¿A qué se debió semejante furia anticlerical en un país que entonces pasaba por ser el más católico del mundo? Cuesta trabajo explicar la violenta reacción anticlerical de un pueblo donde la iglesia católica dispuso de siglos de libertad para catolizar a su antojo. Si los españoles hubieran estado enseñados en cristiano, o siquiera en católico, ¿se habrían producido esos excesos, esa rabia, ese deseo de venganza en las masas? Que la Iglesia católica razone. Si esas manifestaciones de anticlericalismo que llegan al asesinato se producen, es porque siglos de predicaciones a lo católico no sirvieron para nada. “En plena persecución –anota Antonio Montero- cuando todo signo de religión era arrasado, el Padre Thió, jesuita, se preguntaba: “¿No habremos vivido alegremente porque teníamos suficiente movimiento en nuestras iglesias y suficientes elementos para organizar una procesión sin tener en cuenta las continuas decepciones que se iban produciendo en nuestro campo?”.
HISTORIA DEL ANTICLERICALISMO ESPAÑOL concluye con estas palabras de su autor: “Acaso hay en este libro demasiada sal, demasiada pimienta para ciertos paladares. No es mi culpa. Los datos que manejo son como son. El lector es el encargado de juzgarlos”.
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