Lo compré en el aeropuerto al iniciar un reciente viaje por cinco países de Asia. En el trayecto Madrid-París-Singapur leí medio libro. La otra mitad la completé en el viaje de regreso.
Cruz escribe con amenidad y elegancia. Son unas memorias de empaque que permiten al lector rememorar desde dentro mucho de lo que ha sido actualidad literaria en los últimos 40 años.
Juan Cruz nació en Puerto de la Cruz, Tenerife, en 1948. Desde muy joven practicó el periodismo. Primero en “El Día”, de la capital tinerfeña, y desde 1976 en “El País”. Entre 1992 y 1998 fue director de la Editorial Alfaguara. En la actualidad ejerce como adjunto a la dirección del diario “El País”. Es autor de varios libros. “Egos revueltos”, que tiene como subtitulo “Una memoria personal de la vida literaria”, obtuvo el XXII Premio Comillas 2009.
Cuenta Juan Cruz que el título del libro tuvo origen en el otoño de 1994 en Chile, en la casa habitada por Pablo Neruda en Isla Negra. Estaba en un almuerzo en el que además del poeta y su esposa participaban Arturo Pérez Reverte y otros escritores. En una discusión sobre la falta de limones en la mesa, que enfadaba a Marcela Serrano, surgió la frase: “Los escritores desayunamos egos revueltos”. Toda la mesa, “incluida la escritora que reclamaba limones, prorrumpió en una carcajada”.
Razonando el nombre dado al libro el autor dice que no ha visto a ningún escritor sin ego, “no existe, ninguno, todos tienen (lo tienen incluso quienes no parecen tenerlo), alguna dimensión de esa luz interior, oscura, que se enciende con un reflector distinto, pero no siempre, el reflector de la envidia”.
El ego forma parte de la personalidad del escritor. “Si no hubiera ego no habría escritura”. Ante la página en blanco o la pantalla del ordenador, quien escribe se pregunta: “¿Servirá para algo lo que hago? ¿Qué dirá el editor, y los lectores?”. La ansiedad es otra cara del ego. El escritor necesita el ego para caminar, para respirar. “La literatura es el ego escrito”.
Cruz narra lo ocurrido con un célebre escritor “que estaba sentado en una mesa de diez, cenando, y cuya mujer pasó entre todos un billete escrito de su puño y letra: “Hace rato que no hablan de él y se está deprimiendo”.
Pablo Neruda era de este género, opina Cruz. “Pinochet había silenciado al poeta, y éste caminaba triste hacia su final, la mano inerte avanzando hacia el mar”.
Juan Cruz, quien como editor de Alfaguara tuvo la oportunidad de conocer y acompañar a muchos escritores célebres, divulga los egos literarios de algunos famosos, entre los que cita a Borges, Bowles, Cortazar, Benet, Susan Sontag, Günter Grass, Jorge Semprún, Cabrera Infante, Francisco Ayala, Rafael Azcona, Severo Sarduy, Eduardo Haro, Manuel Vázquez, Francisco Umbral, Camilo José Cela y otros.
Dice de Cela que “tenía un ego grande, desmesurado, acaso el más grande de los que haya conocido”. Juan Carlos Onetti consideraba a Cela “fatuo y egocéntrico, un burlón de los débiles”. Decía que Cela representaba “la actitud arrogante, racial, española, del escritor que se cree la última Coca Cola del desierto”.
Con Camilo José Cela, su amigo, Francisco Umbral constituía “la metáfora más ajustada del ego del escritor en todas sus facetas”. Umbral tenía a flor de piel una sensibilidad “del tamaño de su ego, y tú valías para él en función de la abundancia de tu solidaridad o de tu elogio”.
Al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante Juan Cruz lo visitó en su casa de Londres cuando iniciaba la etapa de entrevistador, muy joven. “¿Ego de Guillermo?”, pregunta el autor. Y añade: “Lo tenía grande, como los egos de los escritores solitarios, que son todos; no conozco escritor alguno que se introduzca el ego en la parte del alma que se llama humildad”.
Del uruguayo Mario Benedetti dice Cruz que tenía “el ego inevitable, el ego sin el cual sería imposible crecer y desarrollarse”. El argentino Julio Cortazar “era de una vanidad tremenda”. El también argentino Ernesto Sábato, al que la historia ha puesto al lado de los humildes, también tenía “su ego instalado en el alma”. Si los escritores desayunan egos revueltos, los del mejicano Octavio Paz “eran egos muy abundantes y muy revueltos”. De otro mejicano célebre, el pintor José Luis Cuevas, dice Cruz que poseía “un ego desmesurado, acaso de los egos más grandes del mundo de la cultura”.
Entre los escritores a quienes Juan Cruz conoció y trató personalmente se encontraba Jesús Aguirre, “con un ego inmenso”. Aguirre era un jesuita muy inteligente que un día decidió despojarse del uniforme eclesiástico, vestir ropa civil, hacer la corte a la duquesa de Alba y finalmente contraer matrimonio con la aristócrata más famosa de España. Aquél exsacerdote jesuita, “que había sido el pivote de la progresía madrileña de los últimos años del franquismo, y aún antes… era muy egocéntrico… muchas veces soberbio”.
A lo largo de cuarenta años de relación con escritores “tuve el privilegio de comprobar qué mueve a los escritores –dice el autor de “Egos revueltos-“. “Los mueve la pasión, y los mueve la vocación, pero el motor principal es el ego”. Cuando acaba un libro el escritor cree que ha producido una obra maestra. ¿Y qué espera? “Que después de ese esfuerzo haya mimo, coronas de flores, páginas de premio, que le rindan culto a su ego”.
Para justificar este libro basta el hecho de que se lee en un suspiro, en ocasiones emociona y otras veces asombra al conocer las debilidades de hombres que creíamos más allá del bien y del mal. Si hay libros que deslumbran y se quedan a vivir con nosotros, este es uno de ellos.
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