Orihuela, próxima a la desembocadura del Segura, en la sierra alicantina, era en tiempos de Miguel Hernández una ciudad eminentemente católica y conventual. Sus calles olían a sacristía e incienso. Josefina Manresa, esposa del poeta, recordaba así el espeso clericalismo que lo invadía todo: “Me llamaba la atención ver a las señoras siempre puestas de mantilla. Iban a las funciones de la Iglesia y, aunque fueran a hacer una visita, se la ponían. Se oían las campanas de cerca y de lejos que decían: ven, ven, ven.
Parejas de monjas de varios conventos, con diferentes hábitos. Frailes de color marrón y sus cabezas antonianas. Un cura, dos curas y tres curas juntos. Seminaristas sueltos y en largas filas. El clamor de la gente porque había vuelto de sus viajes el obispo, cuyo anillo nos “amotinábamos” a besar. Otro revuelo de gente y campaneo, porque había venido el nuncio”. Agustín Sánchez-Vidal comenta que “en realidad, Orihuela entera era en potencia una iglesia”.
En este ambiente de clericalismo asfixiante creció Miguel Hernández y marcó sus primeros escritos. Era inevitable.
El colegio donde el futuro poeta estudió las primeras letras era, naturalmente, católico. Los jesuitas tenían en Orihuela un colegio “de pago”, llamado de Santo Domingo, y anexo al mismo estaban las escuelas del Ave María, para alumnos pobres. Allí se le enseñó a leer, a escribir, a hacer cuentas….y, a la edad de 15 años, Miguel dijo definitivamente adiós a la enseñanza reglamentada. Los jesuitas hicieron gestiones para que continuara los estudios, incluso le propusieron costearle la carrera eclesiástica, pero el padre quería al hijo cuidando cabras y no ensimismado en los libros.
En sus años de juventud Miguel Hernández entabló amistad con José Marín Gutiérrez, tres años menor que él, hijo de una familia acomodada. La vocación literaria de José Marín se manifestó cuando, a los doce años, ganó un premio literario por su artículo “España, la de las gestas heroicas”, publicado en la revista madrileña HÉROES. En 1930, cuando Miguel contaba 20 años y José 17, se formó un grupo de teatro que constituyó la base de la llamada “generación oriolana de los 30”. A partir de entonces José Marín firmó todos sus trabajos literarios con el seudónimo de “Ramón Sijé”, anagrama formado por las letras de su nombre y primer apellido.
Sijé era católico practicante. En junio de 1934 fundó la revista EL GALLO CRISIS. El proyecto salió a la luz impulsado por el monje franciscano Buenaventura de Puzol. Pablo Neruda dijo de EL GALLO CRISIS que era una revista “sotánica-satánica”. La clara tendencia católica de la revista era indudable. Sijé y su grupo creyeron poder renovar doctrinas y prácticas de la Iglesia católica española anclada en los siglos. Pero la suya fue una labor breve y poco eficaz.
Miguel Hernández colaboró desde el primer número en el proyecto de su
amigo del alma. EL GALLO CRISIS publicó varios trabajos del poeta pastor. Esta revista, y el círculo católico de Orihuela, abrieron para Miguel importantes horizontes en sus primeros años de poeta.
Otro personaje que ayudó a Miguel Hernández desde sus comienzos fue el cura Luis Almarcha, canónigo de la catedral de Orihuela y más tarde obispo de León. Almarcha pagó las 425 pesetas que costó la impresión de los primeros 300 ejemplares de PERITO EN LUNAS, uno de los más hermosos libros de Miguel Hernández, publicado en enero de 1933.
Sin embargo, Almarcha le falló cuando Miguel más lo necesitaba. Enfermo de muerte en la cárcel de Alicante, el obispo tuvo la delicadeza de hacerle una breve visita. El poeta, a quien se le escapaba la vida por minutos, le pidió que intercediera para lograr su traslado a un hospital penitenciario. El obispo contestó que le mandaría a un jesuita para que le orientara espiritualmente.
Dice Ramón Pérez Álvarez: “No creo que nadie en su sano juicio pueda pensar que don Luis Almarcha, procurador en Cortes por designación directa de Franco, Consiliario Nacional de Sindicatos, no tuviera influencia para mandar, no pedir, que simplemente Miguel fuera trasladado a un sanatorio antituberculoso penitenciario. Podía más. No se quiso. Una vez casado y considerada salvada su alma, Miguel podía morir en la cárcel o donde fuera”.
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