Carta a Helena

Tal vez tendría que haber pasado directamente al texto pero eso hubiera quedado muy seco. Empiezo con “querida” no por cortesía sino porque de verdad te quiero, y mucho. Me gustaría acertar en el tono, ni muy sentimental ni muy frío, con su dosis justa de almíbar. Fíjate tú, tanto tiempo llevando dentro lo que te quiero decir y, ahora que me pongo, en lugar de dejarlo salir a borbotones aquí me tienes seleccionando el tono y las palabras. Parece mentira.

Cuando está por nacer el segundo hijo uno se pregunta cómo se va a relacionar con él pues sólo tiene la referencia del primero. Esa duda en tu caso se desvaneció muy pronto porque traías tu propia personalidad incorporada y enseguida me di cuenta de que contigo la relación sería otra, muy otra.

Traías de serie una antena parabólica tan invisible como grande y potente. Asimilabas todo lo que entraba en tu radio de acción con una eficacia incomparable. Lo que no traías era mando a distancia porque había que atarte muy corto si no queríamos -tu madre y yo- que al menor descuido te tuviéramos que ir a buscar en medio de la calzada con peligro de que te atropellara un coche. No te puedes ni imaginar lo feliz que me hiciste desde antes del primer día.

Tienes el honor de haberme proporcionado los peores momentos de mi vida y también los mejores. Con nadie he disfrutado como contigo y nadie me lo ha hecho pasar tan mal como tú. ¿Te acuerdas de aquella época en que pensabas que tu madre y yo éramos los peores padres de este mundo? Si que te acuerdas. Yo sé que te acuerdas. Justo entonces me hiciste pasar miedo de verdad y en cantidades industriales. No te diré que nunca más en mi vida he sentido miedo porque eso sería mentir pero para mí el miedo tiene nombre propio y coincide con el tuyo.

Pasado el tiempo, me hubiera gustado ser abuelo cuando sólo era un padre novato e impulsivo pero eso no pasa de ser una fantasía porque se es padre cuando toca y lo mismo pasa con lo de abuelo. Me pesa no haberte defendido en aquella ocasión que me puse de parte de tu adversario para buscar no sé qué equilibrio inútil y absurdo. Sé que hice mal el día en que fuimos a lavar el coche con la idea de que lo hicieras tú sola con mi ayuda y acabé haciéndolo todo yo, y tú de simple observadora. Te tienes que acordar cuando salimos a montar en bicicleta y tuve una lipotimia ¡cómo disfruté del beneficio secundario de tus cuidados! Ahora me siento corresponsable de tus problemas y espectador satisfecho de tus éxitos.

Me gustaría que si un día Dios te da hijos -porque los hijos los sigue dando Dios- llegaras a tener con ellos una relación parecida a la que tú y yo tenemos en la actualidad. Por cierto, a ver cuándo tienes un rato libre y te vienes por aquí, nos damos un paseo, nos tomamos un café y nos ponemos al día.

Un besazo. Luis.