El verdadero nombre de Mark Twain era Samuel Langhorne Clemens. Nació el 30 de noviembre de 1835 en la ciudad de Florida, estado de Missouri, y murió en Redding, Connecticut, el 21 de abril de 1910.
La familia se trasladó a Hannibal, a orillas del río Mississippi, cuando Mark tenía 4 años. Allí creció y cursó las primeras letras, aunque no llegó muy lejos. Era uno de los que creían que a nada conducen los estudios si nunca sabemos nada.
Sus novelas contienen abundantes trozos autobiográficos, porque toda su vida fue una aventura. De mayor trabajó como tipógrafo, piloto fluvial, buscador de oro en minas arruinadas, soldado en la guerra, periodista, hasta que después de su matrimonio en 1870 con Olivia Langdon decidió dedicarse plenamente a escribir libros. Sus novelas humorísticas y satíricas hicieron vibrar nuevas notas en la literatura americana.
La primera novela que publicó Mark Twain fue “La rana saltarina” en 1865. La historia de un minero propietario de una vaca tuerta que guardaba entre sus ropas una rana que ganaba saltando a cualquier otra rana. Los primeros pobladores del Oeste sintieron como cosa propia el humanismo del escritor, todo vivacidad y color. El italiano Luigi Bettinelli escribió que “desde aquél momento Mark Twain quedó atado a su fórmula y nunca logró librarse de ella: la de un hombre que divertía al público, incluso cuando no se lo proponía”.
A lo largo de sus 65 años en la tierra Twain escribió muchos y buenos libros. La Universidad de Oxford publicó en 1933 26 volúmenes de sus Obras Completas. Fue tan buen escritor como mal financiero. En varias etapas de su vida se declaró arruinado como consecuencia de inversiones erradas. Artículos de viajes enviados a periódicos de Estados Unidos y sus muchas conferencias le proporcionaron el dinero suficiente para pagar a sus acreedores. Según Samuel Geist, una conferencia humorística pronunciada en Nueva York al regresar de uno de sus viajes a Europa “le convirtió en el más divertido conferenciante de la nación”. Por entonces ya se decía de él que era el héroe fabuloso de la cultura norteamericana.
Una mayoría de sus biógrafos considera que las novelas más célebres de Mark Twain son “Vida en el Mississippi” (1883), “Huckleberry Fin” (1884) y “Tom Sawyer” (1876). Las tres están basadas en recuerdos de infancia y adolescencia. Las dos últimas narran las peripecias de dos jóvenes en un mundo complejo, duro, divertido y siniestro a la vez. En opinión de José Martínez Cachero, con estas novelas Twain “devolvió la espontaneidad a la prosa de su generación. Su lenguaje riquísimo, salpicado de dialectismos, claro, vivaz y lleno de humor, permite a cada uno de los personajes hablar con voz propia con enorme eficacia cómica y expresiva”.
Los últimos años del escritor, no exentos de penalidades, fueron recompensados con galardones literarios. Tres grandes Universidades, Yale, Missouri y Oxford le otorgaron títulos Honoris Causa entre 1901 y 1907.
Se ha escrito que Mark Twain era ateo. Yo no lo creo. Cierto que fue engendrado por un padre agnóstico. Pero fue educado por una madre de profundas creencias calvinistas que lo llevaba todos los domingos con ella a la Iglesia. El niño creció en la Escuela Dominical, aprendiendo la Biblia y familiarizándose con las oraciones. De la Iglesia no guardó buenos recuerdos. “El Libro de Mark Twain”, que forma parte de “La Biblia del Ateo”, publicada por la Editorial Barral el año 2008, sólo recoge los pensamientos negativos del escritor referidos a Dios y a la religión. Se trata de una selección muy parcial, que ignora otras manifestaciones suyas en sentido contrario. Aquí aparece un Mark Twain anticlerical en el sentido protestante, pero no ateo. Sus malos recuerdos de la Iglesia calvinista le hacen decir: “La Iglesia siempre intenta que los demás se reformen. No sería mala idea que se reformara ella un poco, para dar ejemplo”. Más adelante: “Un hombre es aceptado en la Iglesia por lo que cree y es expulsado por lo que sabe”. Y algo en lo que millones de cristianos estamos de acuerdo: “Si Jesucristo estuviera aquí ahora, hay una cosa que no sería: cristiano”.
Su hija Clara, en “My Father, Mark Twain”, asegura que la tragedia familiar que le tocó padecer le alejó de Dios. Una de sus hermanas murió cuando él tenía cuatro años. Un hermano de diez años murió cuando el escritor tenía apenas siete. Al cumplir 11 años sufrió el fallecimiento de su padre. Hubo de soportar además la muerte de su hija predilecta, la locura de otra, la invalidez impotente que acabó con la vida de su esposa.
Es en estos últimos años, movido por una sed de pureza y de fe, es cuando escribe el libro que más incide en lo religioso. Una biografía de Juana de Arco (1895). Aquí se plantea el destino del hombre en la tierra y el destino de la Humanidad. Esta obra no tiene equivalente en la literatura americana. Aquí el autor encarna a fondo las fuentes de la debilidad, los conflictos interiores, la búsqueda de lo eterno en lo heroico. Antonio R. Rubio Plo pregunta dónde obtuvo Juana de Arco sus habilidades de estrategia y su valor en el combate. “No –responde- en el ambiente de la aldea de Domrémy. Hay detrás un milagro, en el que cree el escritor, y en el que se combinan la pureza y la llamada divina”.
Al recordar el primer centenario de su muerte bueno es evocar la figura del hombre que iluminó nuestros años jóvenes con libros como “Aventuras de Huckleberry Fin” y “Aventuras de Tom Sawyer”.
José Antonio Gurpegui señala que en el curso de una conferencia dada en Japón en 1955, William Faulkner afirmó que Twain “es el padre de la literatura norteamericana… el primer escritor verdaderamente norteamericano, y todo nosotros somos sus herederos”.
Ernest Hemingway, otro autor influenciado por la escritura de Mark Twain, emitió este juicio en “Las Verdes Colinas de África” (1935): “Toda la literatura norteamericana viene de un libro de Mark Twain titulado “Huckleberry Fin”…. El resto es un simple engaño. Pero es el mejor libro que tenemos. Toda la literatura norteamericana empieza con él. No había nada antes. No hay nada tan bueno después”.
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