Los claroscuros de Samaranch

Estuvo en vigilancia intensiva en la UCI con respiración asistida y tratamiento farmacológico intenso pero a mediodía del miércoles fallecía a los ochenta y nueve años de edad.

El funeral fue prácticamente de Estado y lo presidieron sus majestades los Reyes. Asistieron deportistas de élite, periodistas de prestigio, representantes de casa reales, empresarios y políticos. Fueron masivas las muestras de adhesión de la ciudadanía en la despedida de este verdadero barcelonés y catalán universal que hizo del deporte la gran dedicación de su vida.

Durante el franquismo fue concejal del ayuntamiento de Barcelona, diputado provincial y presidente de la Diputación de Barcelona; más tarde embajador de España en Moscú. Presidió del Comité Olímpico Internacional desde 1980 hasta 2001 y posteriormente fue su presidente de honor.

Artífice de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92 apoyó decididamente y hasta el final la candidatura de Madrid como sede olímpica.

El hombre de la castaña —como le conocían algunos por su costumbre de llevar una entre las manos para controlar el temblor de sus dedos— fue reconocido, respetado y admirado por su trabajo intenso a favor del olimpismo moderno y la concordia de los pueblos.

Destacó por su habilidad en buscar el pacto interno y evitar que afloraran las discrepancias. Tuvo gran capacidad de influir y la usó para bien. Tuvo visión de futuro y dejó como legado un estilo propio de hacer del que el actual presidente del COI quiere ser continuador. Aunque sufrió acusaciones de corrupción procedentes de sectores anglosajones que no veían con simpatía su presidencia del COI nunca se probó nada.

Vivió una vida plena hasta casi el mismo momento de su muerte, lo cual siempre es envidiable.

Nos gustaría que en su caso fuera cierto aquello de “Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Si —dice el Espíritu— para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos” – Apocalipsis 14:13