El adolescente

Estaba casi siempre inquieto sin motivo aparente y entendía sus cambios en el estado de ánimo. Cada día estaba más incómodo en todos los sitios y es que en realidad no se aguantaba a sí mismo.

Los cambios en el cuerpo le recordaban que estaba creciendo pero le gustaría seguir siendo niño aunque, bien pensado, lo que de verdad quería era ser mayor ya. Decía que le importaba un pito el futuro y le daba miedo que fuera tan nebuloso. Le gustaban las chicas y a la vez les tenía miedo; tal vez por eso no sabía cómo comportarse con ellas.

Le gustaría vivir en una cabina desde donde poder ver sin ser visto y pasar completamente desapercibido a los demás aunque necesitaba más que nunca el contacto con otros y la aceptación de todos.

Era feliz cuando alguien la decía que ya era más alto que su padre y no tenía ningún interés en disimular su satisfacción. Ponía especial interés en hacer todo lo que desaprobaban sus padres y luego se sorprendía de que ellos se molestaran tanto. Había dejado de ser un niño obediente para practicar la oposición sistemática —muchas veces con argumentos irritantes por ilógicos— a cualquier cosa que ellos afirmaran.

Quería comerse el mundo pero consideraba que era de los mayores, sólo de ellos y que no estaban dispuestos a dejarle entrar. Veía la sociedad como algo impenetrable nunca le daría un lugar en su seno.

Mentía de manera escandalosa y se enfadaba con los demás cuando lo descubrían. Pensaba que sus mentiras no tenían por qué quebrar la confianza en él.

Aspiraba a ser libre pero no se atrevía a tomar decisiones. Quería para él toda la libertad sin el más mínimo compromiso ni asumir responsabilidades. Le gustaban los logros pero no el esfuerzo. Necesitaba cariño a la vez que rechazaba la más mínima expresión de ternura. Todavía dependía de sus padres pero le estorbaban.

Aunque no se sentía comprendido tuvo la oportunidad de hablar, discutir y gritar hasta extenuación y canalizar así su agresividad. Tuvo el amor incondicional de los suyos y unos padres dispuestos a implicarse hasta el final asumiendo el riesgo de que ese final fuera malo. Tuvo la seguridad de que la unión con sus padres era sólida y que su comportamiento podía generar mal ambiente pero nunca que se desentendieran de él.

Tuvo normas fijas —rígidas a veces— pero pocas y siempre muy claras. Tuvo vigilancia a la medida con sabiduría no exenta de errores que le acompañó en todo el proceso de maduración. Tuvo valoración equilibrada y positiva en cada ocasión. Tuvo principios y valores basados en las enseñanzas de Cristo. Tuvo una estructura familiar que aguantó.