Cosas pequeñas

Felicidades por ello. Aunque pueda haber quien piense lo contrario lo importante no sólo requiere tiempo, esfuerzo y superación personal sino también una buena dosis de constancia.

Tal vez —sólo tal vez— vas con tantas ganas tras las grandezas que no te detienes en las pequeñeces. Por si no lo sabías, a tú alrededor hay un sin fin de cosas normales, en su estado natural que son la verdadera salsa de la vida. Sin ellas la existencia se vuelve incolora, inodora e insípida y, una vida falta de aromas, hay que reconocer que es muy aburrida.

Lo trivial, lo cotidiano, lo insignificante juegan un papel esencial en el disfrute de la vida y sería un error dejarlo pasar, sin más.

No hay que perseguirlo, es suficiente con ser receptivo y dar tiempo a que las cosas ocurran. Sólo hay que estar atento, sentarse a verlas como se producen y valorarlas en su justa medida. A partir de ahí ellas solas se encargan de subirse al carro de tu experiencia para darte satisfacciones sencillas pero profundas. Así es, hay cosas que no requieren tiempo, ni esfuerzo ni superación personal para ser buenas en si mismas y beneficiar a quien se deje.

Más allá de los cuidados maternos uno se queda muchas veces con aquella calcomanía que nos pegaba en el suéter recién lavado y planchado. Un rato de jugar en medio de la calle sin asfaltar a la puerta de casa con una pelota hecha de papel de periódico atada con cuerdas se convierte en toda instantánea de referencia paterna.

La sensación de coger la mano y pasear en silencio con la mujer a la que uniste tu vida puede disparar, si lo piensas, las más intensas emociones. La cerveza helada compartida bajo una sombra un mediodía de verano tras una larga caminata llega a ser, de pronto, todo un símbolo de amistad.

Cuando te satisface más un rato con tu hijo que la grandeza de la paternidad es que has entendido lo que es ser padre. Cuando disfrutas las vacaciones mientras las haces y no sólo al ver las fotografías es que has ajustado el calendario de tu vida.

Cuando disfrutas en tiempo real, en vivo y en directo, mientras las cosas están pasando, es que has madurado. Cuando, sin esconder la cabeza a la dura realidad del mundo en el que vives, eres capaz de disfrutar de las pequeñas cosas es has aprendido a vivir.