Wenceslao Gómez, pastor de la Iglesia a la que pertenece Martorell, dice en el prólogo que este libro es “un reto a los jóvenes, a la renovación, a volver a tomar los fundamentos del Evangelio en su primer estado para vivirlos, a desestimar las adaptaciones del mensaje evangélico a culturas pasadas”. Y el propio autor, en una cuidada y sincera introducción, añade que se trata de “un libro escrito desde el corazón de un joven. Tiene algo de autobiográfico, íntimo y personal, pues hablo de las enseñanzas espirituales que han guiado mi vida”.
Tenemos frente a nosotros a una generación de jóvenes que está creciendo más sola que nunca en el camino de la vida. Jóvenes buscadores de vivencias destructivas con las que llenar el vacío de su existencia. Conciben la vida como una mercancía de valor escaso. En el aspecto religioso se trata de una juventud descreída, que huye de cualquier forma de religión y nada quiere saber de Dios ni, mucho menos, de Iglesia.
Israel Martorell es un autor joven, ha cumplido 34 años. Es apasionado de la comunicación y domina la técnica moderna. En este su primer libro no es sólo el contenido lo que cuenta. El arte de la forma como desarrolla la escritura conduce al fondo del mensaje que quiere transmitir. Y lo hace con claridad y convicción. La estética y el esmero que pone en la compaginación constituyen por sí mismos los primeros mensajes al lector.
Las 78 páginas que forman el libro se dividen en 15 luminosos capítulos. Los reproduzco aquí en la convicción de que cada título constituye, en si mismo, un mensaje a los jóvenes: Conformistas; responsabilidad, valor y perseverancia; el mundo poco original; la amistad que cambia el mundo; comparte tu fe; metamorfosis; el motor del cambio; renovarse o morir; el poder de la mente; pensamientos divinos; pensamiento positivo; es real; la voluntad de Dios; falsa espiritualidad; diversión y pureza.
El título del libro se sostiene en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
“Para ser diferentes hay que cambiar –dice el autor-. Somos llamados a transformarnos, mutarnos, a sufrir una auténtica metamorfosis”. Israel apela a la razón, al sentimiento, a la voluntad. Escribiendo a corazón abierto, aconseja: “Se trata de cambiar mis hábitos, mi forma de vida, mi carácter, el enfoque que doy a todas las cosas. El cambio que Dios nos pide no es un cambio pequeño ni a medias, sino algo realmente complicado”.
Las palabras finales del libro no son palabras de un místico, aunque se asemejen, son palabras de un cristiano joven seguro de que todo lo vitaliza el espíritu. La belleza parece más bella cuando está adornada por una espiritualidad no fingida. Israel Martorell busca esa espiritualidad, la quiere para sí, la desea para todos los jóvenes cristianos. “Una espiritualidad –concluye- más cercana al modelo de persona que Dios quiere que seamos, el modelo que vemos en la vida de Jesús, el modelo de persona que realmente puede cambiar el mundo, el que no se ha conformado, ha decidido transformarse, renovar su mente, ser diferente”.
Martorell califica su libro de “humilde trabajo”. No estoy de acuerdo. No estamos ante un libro humilde.
Estamos ante una obra de pensamiento profundo, de ideas inspiradoras basadas en el Libro de Dios, de retos que todos necesitamos para evitar la apatía y el sueño del espíritu.
Si bien enfoca el libro hacia los jóvenes, sus capítulos hablan a creyentes de todas las edades. Hay en ellos aire nuevo, viento fresco, desafíos a encarar los problemas de este siglo XXI que ha nacido con un hueco en el alma. Es posible. “¡Atrévete y confía, y Dios hará!”, es el aliento que pone final a uno de los capítulos.
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