En la cárcel

Al pasar por la carretera que llevaba desde el núcleo urbano al centro penitenciario vieron cómo alguna mujer hacía ese recorrido a pie cargada con una bolsa llena de enseres para depositar en la ventanilla correspondiente con destino a su familiar preso. Nadie —ellos tampoco— se paró para llevarla en el último tramo.

Habían ido otras veces pero no las tantas como para no sorprenderse de lo que veían y no inquietarse por los muchos trámites. Primera cola para identificarse y recoger el número para la siguiente cola. El funcionario —como todos los que encontrarían después— era una mezcla entre amabilidad y corrección por un lado con frialdad y contundencia por otro.

Hablaba con frases cortas y secas que les inquietaban «DNI» «Ahí no se deja el coche» «Vis a vis o comunicar» «¿Módulo?». Les sorprendió la gran cantidad de periódicos gratuitos para los visitantes y que la ventanilla donde ingresar dinero para los internos tuviera el título de “Peculi”.

Ya en el recinto se dieron cuenta de que no llevaban ninguna moneda de un euro para la taquilla donde dejar sus pertenencias antes de la visita. No se podía entrar nada ni el DNI que se lo quedaba el funcionario correspondiente, sólo por vía de concesión el reloj y el cinturón. En la ventanilla de “Peculi” no les dieron cambio, nadie se salió del guión, no estaban allí para cambiar monedas.

Por fin el encargado de recoger los DNI les solucionó el problema que les podía haber supuesto regresar sin ver al interno.

La ropa de los visitantes indicaba una reducida economía y sus modos sugerían escasa formación académica. Recelosos, desconfiados y quejosos. A muchos de ellos ya los habían visto la vez anterior, algunos se movían por allí con gran soltura y los funcionarios hasta los llamaban por sus nombres de pila.

Sus caras transmitían constancia pero no ilusión, más bien resignación. Se veían risas sin alegría incapaces de ignorar el drama humano que concentraba aquel lugar. Madres que querían ver a sus hijos. Mujeres jóvenes que, acompañadas de sus niños y niñas, se proponían ver a su esposo y padre en una cabina metálica separados por un cristal hermético y hablándose por un deficiente interfono.

Ferran y Agnès asimilaban con dificultad todo aquello mientras seguían el protocolo de la visita…

Continuará...