Desde Gonzalo de Berceo al final del siglo XII hasta el gaditano Carlos Murciano, nacido a la vida y a la poesía en 1933, España se ha honrado con un universo de poetas que cantaron glorias a la vida, al amor, a la muerte, a Dios.
Hoy se les encuadra por generaciones. Las más citadas son la de 1898 y la de 1927. Pero no fueron las únicas.
En el primer tomo de HOMBRE Y DIOS, Antonio Blanch afirma que “el tema de Dios está en la poesía, en unos casos para afirmarse, en otros para preguntarse por Él con inquietud, y en otros para negarlo”.
Las generaciones de poetas que he mencionado transitan a través de la fe y a través de la duda en busca de la luz que ilumina y quema.
GENERACIÓN DE 1868
Treinta años antes del 98 surge la generación de 1868. A ella pertenecen
Juan Varela, Pedro Antonio de Alarcón, José María Pereda, Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas “Clarín” y Emilia Pardo Bazán, entre otros menos conocidos.
Estos autores
no fueron poetas en el sentido absoluto del término, pero los incluyo aquí como precursores de otras generaciones. A mi entender, sólo dos de ellos, Alarcón y Pereda, mostraron interés por el tema religioso sumándose a las filas católicas una vez repuesta la Iglesia del susto que le supuso la revolución de 1868.
Valera, Galdós y Clarín fueron desde muy pronto tenidos por anticlericales, especialmente el canario. En cuanto a Pardo Bazán, no obstante pertenecer a una familia de la burguesía católica tradicional, no llegó a comprender a Dios ni aún ignorándolo.
GENERACIÓN DE 1898
Siguiendo la cronología entró en la Generación del 98, llamada por algunos la generación del desastre, por las tormentas políticas que aquel año cayeron sobre España.
Una primera cuestión: ¿Quiénes componen, exactamente, la Generación del 98?
Azorín, la primera vez que escribe sobre el grupo, lo reduce a seis nombres. Además de él incluye a
Valle-Inclán, Benavente, Baroja, Unamuno y Maeztu. Laín Entralgo, en su obra ya clásica LA GENERACIÓN DEL 98, añade a
Manuel Bueno, Zuloaga y Antonio Machado. Julián Marías amplía considerablemente la relación. Para éste discípulo de Ortega son también del 98:
Ganivet, Arniches, Blasco Ibáñez, Gabriel y Galán, Gómez Moreno, Asín Palacios, los hermanos Álvarez Quintero, Villaespesa y Manuel Machado, hermano de Antonio.
Entre tantos desacuerdos interviene José Luis Abellán. En su libro VISIÓN DE ESPAÑA EN LA GENERACIÓN DEL 98 deja al grupo casi en la nada. Sólo reconoce como del 98 a siete almas: Azorín, Baroja, Antonio Machado, Maeztu, Unamuno y Valle -Inclán.
Polémica al margen, un hecho destaca. Entre los escritores del 98 hubo grandes pensadores, ensayistas, novelistas, dramaturgos, pocos poetas. Menos que en el 27.
Estos hombres no vivieron precisamente con el espíritu abrazado al Espíritu de Dios. La dimensión religiosa de una persona incluye materias tales como su postura frente al hecho religioso, la concepción de la vida humana, el problema de Dios, la figura de Cristo, la naturaleza espiritual, la realidad e inmortalidad del alma, la escatología ultraterrena, el ateísmo, la creencia, la fenomenología de la religión, el valor humanizador de la fe, la aceptación o rechazo del dogma cristiano, la experiencia personal en el mundo del espíritu y otras cuestiones. Estos temas no fueron muy tratados por los hombres del 98.
Francisco Giner de los Ríos, citado por Juan López Morilla en HACIA EL 98: LITERATURA Y SOCIEDAD, dice que en el siglo del 98 “la vida entera parece radicalmente divorciada de la religión católica, en la ciencia como en el arte. No son católicos sino muy pocos de sus grandes poetas, ninguno de sus insignes filósofos, por todas partes se enciende una cruzada formidable contra la Iglesia”.
Con algunas excepciones, como la de Ramiro de Maeztu, la del 98 fue una generación anticlerical.
Anticlerical tal vez, pero no atea. Algunos de sus componentes, de los que voy a citar solamente tres, a manera de ejemplo, subieron la escala de Jacob y llegaron hasta el tercer cielo de San Pablo para captar a Dios en sus habitaciones íntimas.
Lo veremos la próxima semana.
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