¿Otra vez con los jubilados?

Por su número, por su potencial económico y por actuar de cuña en más de un desequilibrio familiar. ¿Por qué no vamos a hablar de ellos aunque sea más de una vez?

No se acaba de entender la marcada tendencia de aparcarlos en edades cada vez más tempranas. Si alguien empezó a trabajar en serio a los 25 años, mas o menos recién acabados los estudios y lo jubilan o prejubilan —que para el caso es lo mismo— a los 51 ó 52 su vida laboral habrá tenido una duración de unos 27 años.

Sobre una expectativa de vida de 80 años resulta que su etapa productiva es del 33 %. No hace falta tener muchos estudios para entender que eso no hay nación que lo aguante si es que quiere progresar de verdad.

El prejubilado es expulsado de la vida laboral sin ser preguntado, y si alguien le pregunta se encarga de darle a entender que no hay más que una respuesta aceptable. Puerta. Así las cosas el jubilado puede enfrentar los años que le quedan —de los cuales 15, 20 o más pueden ser todavía muy productivos -¿casi tantos como los pasados en la vida laboral?— dedicado a vivir de su pensión sin darle un palo al agua y pegado al televisor. Del “¿Dónde estás corazón?” a “La Noria” suma y sigue, que es una versión actualizada del rico de la parábola.

También puede, dado que se le han acabado los años en que sus ingresos dependía del trabajo diario, a aprovechar su tiempo libre en cosas productivas sin ánimo de lucro. Por ejemplo voluntariado de muy diversos tipos.

Hay cientos de instituciones evangélicas que los están necesitando y que los recibirían con los brazos abiertos sacando provecho de sus habilidades en el servicio a Dios. No es necesario que estén en primera línea —eso hay otros que pueden y saben hacerlo— se trata de ser útiles en cosas que los más jóvenes no pueden hacer. Si hubiera algún interesado yo me ofrezco a ponerlo en contacto con más de un líder que en tiempo récord le encontraría una ocupación a su medida, ajustada a sus posibilidades y tiempo libre. Un traje a medida. Conozco uno cuyo nombre no pienso revelar al que Dios ha dotado de una capacidad especial en esto y la ejerce como un especialista.

Por su lado las instituciones evangélicas debieran estar atentas a este gran potencial humano. Formados en las empresas para las que trabajaron y dotados de esa serenidad que dan no sólo los años sino las pruebas por las que Dios permitió que pasaran en su proceso de maduración. No vaya a ser que, mientras pedimos al Señor que envíe obreros a su mies, ignoremos que el Departamento Celestial de Recursos Humanos pone a nuestra disposición un verdadero ejército a coste cero.

Algo así como aquellos cristianos tan espirituales que, en medio de unas inundaciones y mientras el nivel del agua subía, oraban a Dios fervientemente pidiendo salvación. Mientras oraban llegaron de protección civil, luego una lancha y por último un helicóptero pero ellos rechazaron siempre la ayuda bajo el argumento de que esperaban en Dios. Se ahogaron, claro.