Abraham Álvarez deja trabajar al óxido durante décadas. Es un escultor autodidacta al que le gusta el hierro y el plomo, pero a veces invita a su estudio a metales como el latón, el cobre, el estaño. Dibuja con soldaduras en la propia obra, repleta de texturas y formas siempre distintas, siempre únicas.
Le gusta Rodin. Le gusta examinar (que no controlar o analizar) su propia creación al milímetro. Algunas de sus obras las explica, otras necesitan más tu ayuda. Algunos de los títulos: Ida, El Guerrero, Corazón #1, El Ángel, El Impaciente, La Semilla, El Paso…
Quede claro de antemano mi total incultura en cuanto a la escultura se refiere: me senté una vez sobre una obra de Chillida pensando que era un banco. Pero he visto lo suficiente para saber que la escultura con metal es en primer lugar difícil, y después frío; que jugar con el soldador es jugar en el patio de los niños mayores, y que no hay ningún escultor que yo sepa que haya renegado de la técnica. Es más, la escultura en hierro suele producir admiración entre los que entienden del tema. A muchos les gusta hablar de esculpir en el vacío por medio del metal pesado, pero Abraham Álvarez esculpe directamente en la materia.
El sevillano es un tipo sensible, de espaldas anchas y brazos espartanos. He visto sus manos: cortes, quemaduras, moratones y durezas. No puede doblegarse una escultura sin que queden cicatrices. Abraham Álvarez quiere mover montañas a golpes de martillo. Y en mi opinión de visitante medio de galerías, que se rige principalmente por lo que Tatarkiewicz denominaba “experiencia estética”, puedo decir que es posible que las montañas se muevan.
En la exposición que puede verse durante todo el mes de Septiembre en Barcelona, podemos ver nueve de su medio centenar de obras; algunas son muy recientes, y otras pertenecen a sus comienzos, trabajadas en una minúscula habitación de 1m² de la casa familiar, pero con la mente puesta, ya desde muy joven, en la idea de dedicarse a la escultura.
Sin embargo, más que en la indudable nobleza y sinceridad de su trabajo; dejando a un lado que pueda gustar o no, que puedan parecer temas más o menos sugerentes; obviando que es un artista de tan sólo veinticuatro años en una especialidad atribuida a individuos canos y con ganas de olvidar, que aún tiene mucho por equivocar; fuera de todo esto,
el mayor valor que tienen sus esculturas reside en un aspecto: el carácter de lo insólito.
En su propuesta existe el denominador común de un empeño pocas veces visto por acercarse a los más duros y densos materiales y cambiar su constitución más allá del aspecto externo. Concentrar un esfuerzo titánico en cada movimiento de creación para arrancar o doblegar unas pocas moléculas pesadas, pero que éstas sean cambiadas de verdad. Aliarse con otros metales, otras materias, y un soldador, y cambiar lo que parece inmutable y lejano.
A Abraham Álvarez le gusta acercarse a las mejillas el hierro enfriado después del trabajo y sentir que la materia muerta va regresando a la vida.
Creo que, aunque sea de modo simbólico, el corazón metálico podría albergar algo parecido a la carne. Una insólita relación con la escultura que ya los hebreos tenían incorporado a su imaginario colectivo, desde los tiempos del Antiguo Testamento. Los judíos de la época, expertos con el hierro, observaban la escultura como medio de supervivencia material, pero también era el elemento del que tenían que aprender, el utilizado como herramienta de aprendizaje, para convivir con su complejidad interna, y con el invasor de turno: armarse de hierro (
2 Sam. 23:7), cincel de hierro y plomo (
Job 19:24), columnas de hierro (
Jer. 1:18), piernas de hierro (en el sueño descifrado por Daniel con un significado directo y claro,
2:33). La escultura era el modo de entender que su historia y su esencia podían ser cambiadas por muy permanentes que parecieran.
Parte de esta cualidad de la escultura está en el hierro insólito, donde incluso se ven semillas de aspecto plateado y quietas columnas porosas, enroscadas como nubes que se recubren de aspereza. Un consejo: si tienes la oportunidad de ver alguna de sus obras, tócalas. Es casi una condición para entender su arte.
ABRAHAM ÁLVAREZ [ESCULTURAS]
Del 3 al 30 de septiembre
La Crème: Plaza Espanya, 6-8; Barcelona
Organizado por: zruH, La Crème
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