Calvino, y con él todo calvinista genuino, son gentes tristes, graves y secamente austeras, hostiles al goce, como ha escrito Max Scheler. […]Nótese que Aranguren no tiene piedad a la hora de usar adjetivos para referirse a la espiritualidad calviniana, y uno no sabe, al leerlo, si lo alabando o lo enjuicia sin remedio, pero eso no lo aleja de su objetivo: indagar en qué consistió el contradictorio atractivo que hizo que generaciones enteras de creyentes europeos y más tarde de otras latitudes, se acercaran a Cristo a través del filtro del autor de la Institución de la Religión Cristiana. Aranguren, que se deshace en elogios para su coterráneo Servet, no cierra los ojos ante la grandeza teológica de quien consintió en su muerte. Acepta, por ejemplo, el impacto positivo de la doctrina calvinista de la predestinación en sociedades que de otra manera no habrían encontrado mucho sentido para vivir, en medio del horizonte burgués que se comía todo.
Su forma de religiosidad no es irracional, como la de Lutero, sino racionalista. Ha hecho del protestantismo lo que más podía contrariar a su fundador: un sistema. Su obra fundamental es intitulada summa pietatis, Somme de piété. Y de hecho, y por más que exhorte una y otra vez a “inquirir sobriamente acerca de los Misterios” y a que no sean espeluchées por los hombres las cosas que Dios ha querido mantener ocultas, él ha destruido los misterios del Cristianismo. El de la Predestinación divina y la libertad humana, evidentemente, pues que su doctrina, absurdamente lógica, si cabe expresarse así, consiste en negar esta última de raíz y afirmar la reprobación positiva, la predestinación al mal. Nada digamos del misterio sacramental, que es negado, según veremos, en todos los sacramentos. […]
La religiosidad calvinista no es, pues, “irracional” a guisa luterana, pero continúa siendo “patética”; más patética, tenebrosa y tétrica que ninguna otra. La extraña combinación de “lógica”, “sobriedad”, “fanatismo” y “terror”, es específicamente calvinista. Y, no obstante, notábamos arriba que Calvino se esfuerza en hacernos ver que su “prudente” doctrina preserva de la desesperación. La explicación es obvia. Se siente «elegido» y habla a “elegidos”, a gentes seguras de su salvación. Que se acongojen, pues, “los otros”. Él y los suyos no tienen por qué.(2)
Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el conocimiento de Dios produce. Porque mientras que los hombres no tengan impreso en el corazón que deben a Dios todo cuanto son, que son alimentados con el cuidado paternal que de ellos tiene, que Él es el autor de todos los bienes, de suerte que ninguna cosa se debe buscar fuera de Él, nunca jamás de corazón y con deseo de servirle se someterán a Él. y más aún, sino colocan en Él toda su felicidad, nunca de veras y con todo el corazón se acercarán a Él (IRC, I, ii, 2).Por todo esto, alguien tan poco sospechoso de practicar tendencias hagiográficas o apologéticas como Gabriel Vahanian, antiguo teólogo de “la muerte de Dios”, encuentra la actualidad del pensamiento calviniano precisamente en el aspecto más abismal de su teología, el que propone la posibilidad de un Dios que predestina y pone en funcionamiento una dinámica complementaria entre el innegable pre-conocimiento divino y la innegociable libertad humana:
Frente al determinismo, que tiende a confundir a Dios y el hombre en provecho de un inmanentismo absoluto, Calvino sostiene, aunque la realidad de Dios y la del hombre coexistan, que la elección precede a la fe; con lo que quiere decir que no hay existencia auténtica sino en ruptura con la existencia inauténtica que la precede: a pesar de todo, la existencia auténtica permanece siempre accesible a aquel que dice «no» a su pasado (Consensus Genevensis, p. 273: “Si alguno desea oírla de una forma más rotunda: la elección es muy anterior a la fe, pero solo puede ser conocida por medio de la fe”.). La salvación no es un acto que se sitúa en el pasado, sino que depende de un acto constantemente renovado. El Dios que predestina es así el Dios que salva constantemente, y cuya decisión no podría estar afectada por el uso que el hombre después hace del don que Dios pone y vuelve a poner constantemente a su disposición. El hombre es salvado a pesar de su bondad lo mismo que a pesar de su pecado. Así el prefijo «pre» de «predestinación» no se refiere a cualquier anterioridad cronológica de Dios, sino a su anterioridad escatológica, a la identidad del Dios que es, que era y que viene, a la identidad del Alfa y de la Omega, cuyo espejo es Cristo. Recíprocamente, el hombre elegido es aquel cuyo destino es idéntico a la existencia que él ha de poder improvisar e inventar, a la libertad.(3)
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