Quienes dicen una y otra vez, como el canto monótono del grillo, que en Cuba no hay libertad religiosa, deberían haber estado del 22 al 26 del pasado mes de junio en la ciudad de Matanzas, 98 kilómetros al oeste de La Habana. Allí tuvo lugar el
Segundo Congreso Evangélico Hispanoamericano de La Habana, cuyo lema fue “misión y evangelización en América Latina y el Caribe para el siglo XXI”. El primer Congreso tuvo lugar en la capital de la isla el año 1929.
Los organizadores de este segundo Congreso fueron Miguel Hernández, presidente del
Consejo de Iglesias de Cuba, Raúl Suárez, director del
Centro Martin Luther King, Carlos Emilio Ham, del
Consejo Mundial de Iglesias, Reiniero Arce, presidente del
Seminario Evangélico de Teología de Cuba y Rodolfo Suárez, abogado del Consejo de Iglesias de Cuba.
Las reuniones, que se iniciaron el lunes 22 y concluyeron el viernes 26, tuvieron lugar en las amplias instalaciones del Seminario Evangélico.
Además de la holgada representación cubana, asistieron al Congreso 61 líderes religiosos de 16 países. Allí estuvo también este periodista, quien vivió directamente la libertad y la alegría del Congreso.
Los participantes, miembros de denominaciones evangélicas encuadradas entre el conservadurismo pentecostal y el liberalismo episcopal, hablaron a una sola voz al denunciar la crisis espiritual que están atravesando los países llamados cristianos en esta encrucijada del siglo XXI y abogaron por un despertar espiritual, un llamamiento profético a los huesos secos para que renazca en ellos la vida y la fuerza del espíritu.
En este Congreso nadie preguntó a su hermano a qué denominación pertenecía, de qué país venía ni cuáles eran sus ideas políticas. Las ponencias, las oraciones, los cánticos tuvieron una sola dirección: La unión de mentes y corazones en un mismo cuerpo espiritual para dar satisfacción al Maestro de Galilea en la oración que registra Juan en el
capítulo 17 de su Evangelio.
Quienes niegan la realidad de la libertad religiosa en Cuba escriben de oídas y argumentan sus escritos en rumores, en informaciones parciales, prejuiciadas, condicionadas, intencionadas.
¿No es signo de libertad religiosa que una personalidad política de altura, Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular se hiciera presente en el Congreso y pronunciara una conferencia de una hora de duración?
¿No es libertad religiosa que el Gobierno cediera el magnífico teatro Souto para la clausura del Congreso?
Inmediatamente después del Congreso tuvieron lugar en ciudades y pueblos de la isla celebraciones evangélicas. Reuniones de evangelización, de edificación, de exaltación de la fe cristiana en templos, teatros, salas de conciertos, plazas y parques públicos y otros lugares. Todo esto, ¿no es signo de libertad religiosa?
Estas celebraciones tienden a conmemorar las organizadas hace ahora diez años. En la amplia plaza de la Revolución se congregaron entonces unos cinco mil evangélicos llegados de diferentes ciudades de la isla. Fidel Castro estuvo en la primera fila de sillas dispuestas. Yo estuve sentado exactamente a cinco sillas de distancia de la ocupada por el entonces presidente de Cuba. Y quedé impresionado con su comportamiento. En silencio y respeto aguantó una reunión de tres horas y media. Los actos eran, casi todos, estilo pentecostal. Música, sermones pronunciados con voces que rompían los micrófonos, invocaciones a gritos al Espíritu Santo. Si esto no es libertad religiosa, que venga el diablo y lo vea, porque Dios lo ve todo, el diablo ignora lo que no le conviene que se divulgue.
Estos días he leído la protesta de un pastor pentecostal de Camagüey llamado Bernardo de Quesada Salomón. Ha enviado a medios internacionales un comunicado en el que afirma que la Policía Nacional frustró una convención que estaba programada en Macareño. ¿Por qué no cuenta toda la verdad? A Cuba puede ir cualquier líder religioso, de cualquier país, con visado de turista. Nadie le impedirá que asista como espectador a la Iglesia que desee. Pero si lo que pretende es predicar a congregaciones, entonces ha de entrar con un visado especial que se concede a religiosos. Me he informado antes de escribir lo que escribo. A la Convención de Macareño habían llegado pastores y misioneros norteamericanos con visado de turista y pretendían hablar a las personas congregadas. Por este motivo, sólo por este, intervino la Policía Nacional. Cada país tiene sus leyes y hay que respetarlas.
Yo soy testigo de que en Cuba hay libertad religiosa. Fui a la isla por vez primera en 1984. Desde entonces viajo a Cuba cuatro o cinco veces al año. Cuando llegué a este país mi familia denominacional, la Iglesia de Cristo, contaba unos 200 miembros reunidos en cinco pequeñas congregaciones. Hoy son tres mil. No soy hombre encadenado a una forma de doctrina. En Cuba he predicado en iglesias pentecostales, bautistas, bautistas libres, hasta en la catedral episcopal. En coche alquilado recorro la isla desde Pinar del Río hasta Guantánamo exponiendo la Palabra de Dios. Jamás he sido molestado. Al contrario, se me han dado facilidades cuando las he necesitado.
Un apunte más: ¿No es signo de libertad religiosa el hecho de que el Gobierno costeara la edición de ocho mil ejemplares de un libro escrito por un autor protestante español con el desafiante título “Frank País, un líder evangélico en la revolución cubana?
En medio de este siglo repleto de cobardías y de mentiras elevadas a rango de modelos humanos, los idealistas, los románticos, hemos de seguir cumpliendo el mandato de Jesús a Pablo: “Habla y no calles”.
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