Dice Antonio Cruz que “no existe otro pasaje de la Escritura que haya sido tan escudriñado como este y haya marcado tanto las diversas corrientes teológicas dentro del cristianismo a lo largo de la historia”.
El autor se refiere a las bienaventuranzas, que ocupan gran parte del capítulo cinco en el Evangelio escrito por Mateo. Cruz cambia el sustantivo “bienaventuranza” por el adjetivo “bienaventurados”. Lo hace así en el título de portada, porque el triple mensaje de las bienaventuranzas lo dirige al individuo, a la persona. Por todas partes se ven corazones dolientes, almas en tinieblas, vidas marchitas, mujeres y hombres que arrastran su cansancio físico y su muerte espiritual por los caminos del mundo. Las bienaventuranzas contienen un mensaje de redención y de esperanza.
Mateo introduce el sermón de las bienaventuras diciendo que Jesús, al ver las multitudes en la cercanía, abrió su boca para enseñarles. No que antes la tuviera cerrada. Hasta entonces había abierto la boca de los profetas, ahora abría la suya propia. Esto es, hablaba por sí mismo. Lo que iba a proponer eran asuntos grandes y divinos. Misterios que hasta entonces había callado.
En este sermón llama bienaventurados a los que lo son, no en la posesión del día a día, sino en la esperanza; a los que ascienden como por grados a la felicidad. Es esto lo que lleva al autor a subtitular su libro “descubra los secretos de una vida cristiana feliz”.
Él lo es. Antonio Cruz es un cristiano feliz. Treinta y cinco años siguiendo su trayectoria espiritual me autorizan a esta rotunda afirmación. La felicidad no consiste en la risa ni en la alegría, sino en la firmeza y constancia de las convicciones cristianas.
Es un hombre de gran cultura, doctor en Biología. Ha recibido distinciones por su aportación sobre genoma y clonación humana de universidades en Honduras, México y Guatemala. Ha publicado artículos científicos en revistas de varios países. Si su pasión es la Biología, su devoción y su compromiso son el ministerio de la Palabra. No es pastor profesional, pero ejerce como tal en una Iglesia de Tarrasa.
Si mis cuentas no me fallan, “Los bienaventurados” constituye el número once de los libros escritos y publicados. Dos de ellos fueron premiados en la América hispana: EL CRISTIANO EN LA ALDEA GLOBAL y DARWIN NO MATÓ A DIOS.
El libro que estoy comentando tiene once capítulos y una introducción. Aquí desvela el contenido de la obra.
Después explica el sentido de las bienaventuranzas y a continuación las comenta una por una.
Cuando inicia la exégesis se adentra en las complicadas creencias y tendencias de la teología de la
prosperidad. Esta sarta de herejías encadenadas conduce a la conclusión de que la pobreza es un pecado, consecuencia del fracaso espiritual. Sin embargo, Cristo pone la corona de la bienaventuranza en la cabeza de los pobres.
A nadie le gusta
llorar, menos aún cuando el llanto es consecuencia del sufrimiento. No obstante, Cristo afirma que quien es capaz de llorar por los males del mundo y por la condición espiritual de los pecadores es un ser feliz.
¿Puede un cristiano imitar la
mansedumbre y humildad de Cristo? Imposible por medios propios. Sin embargo, la gracia divina tiene poder para elevarnos hasta la meta más próxima. La práctica de esas virtudes en el marco de nuestra naturaleza condicionada merece el premio de la bienaventuranza.
Hambre y sed de justicia proporcionan al cristiano una felicidad plena y permanente. La voluntad de Dios para sus hijos es que busquen en primer lugar la justicia que viene de lo alto. Todo lo demás llega por añadidura.
En la lengua hebrea, dice Cruz, hay una misma palabra para referirse a la
misericordia y a las entrañas de una persona. Cuando Jesús afirma que los misericordiosos son bienaventurados equivale a decir que a uno se le conmueven las entrañas ante una necesidad o problema del prójimo.
La
limpieza de corazón, tema de la sexta bienaventuranza, está relacionada con la sinceridad, la justicia, la honestidad. Los limpios de corazón verán a Dios. La finalidad última de la fe cristiana es conducir al ser humano a la visión de Dios.
En “
bienaventurados los pacificadores”, el Señor se dirige no sólo a los que actúan para resolver conflictos entre pueblos y naciones, sino también a los que promueven la paz entre los individuos, incluyendo los creyentes en el seno de la congregación.
El sermón de las bienaventuranzas se cierra con una nota alentadora: Son seres dichosos
aquellos que sufren persecuciones por causa de un compromiso personal con Cristo. A la sociedad humana cuesta reconocer a los bienaventurados, pero Dios les concede la entrada al reino de los cielos, igual que a los pobres que nada tienen.
“Bienaventurados los hombres” es un libro de lectura devocional. Al mismo tiempo es un caudal de ideas que pueden ser eficaces en la preparación de sermones. Tal como escribe el editor, este libro “puede ayudar al cristiano a caminar en este mundo de gloria en gloria y de victoria en victoria”.
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