Tenemos un problema (I)En el cielo, más allá de estas nubes que ven nuestros ojos y del azul intenso que, si nos detenemos en medio de nuestros quehaceres, en ocasiones nos es dado contemplar, más allá incluso de nuestro sol y las estrellas, allí donde moran los siervos puros del Creador, se respira un ambiente especial. Se acerca uno de esos días grandes que, curiosamente, afecta a algunos de los habitantes de nuestra Tierra. Y la excitación allí es grande aunque contenida, la emoción intensa y las sonrisas en los rostros de los ángeles apenas disimulada de tanta que es la alegría.
¡El Señor va a recoger a los suyos! Ha llegado el momento esperado por todos sus hijos durante tantísimos años. Los ángeles, que siempre anhelaron mirar Su intervención redentora en nuestra tristísima historia, se gozan y alaban a Dios porque se ha cumplido el tiempo, y vamos a ser llevados a su presencia, librados definitivamente del poder y la presencia del pecado.
Miguel, uno de los arcángeles más renombrados, se ha ocupado de la distribución de las tareas. Ha encargado a especialistas la preparación de las salas de recepción de los creyentes y para ello ha requerido la ayuda de los ángeles más dotados en artes plásticas, con ayuda de carpinteros y artesanos diversos, para la decoración del lugar. Un gran coro estará dispuesto para cantar en directo mientras los hijos del Gran Rey de todo el mundo vayan llegando, y sus himnos serán un bálsamo para el corazón que ha sufrido, una confirmación de que todo a lo que se renunció, todo lo que se entregó o perdió por amor al Salvador, mereció la pena. Los ángeles cocineros llevan semanas elaborando menús deliciosos para las Bodas del Cordero, y preparando poco a poco todos los ingredientes necesarios: en el cielo nada se estropea. En un primer momento, sin embargo, ofrecerán un gran refrigerio a los peregrinos cansados que han llegado por fin a la patria celestial.
TENEMOS UN PROBLEMA
Pero, casi en el último momento, un asunto de suma importancia requiere la presencia del Todopoderoso en otra de sus creaciones, de manera que llama a Gabriel, uno de sus más allegados servidores, y le encomienda la supervisión de la tarea.
Éste, una vez comprendido todo lo que se debe llevar a cabo, se dirige diligentemente al departamento de administración para informar a los ángeles de los cambios de última hora.
- ¡Cómo! –exclama uno de ellos-. ¿No va a estar el propio Señor supervisando el arrebatamiento? –las piernas le flaquean y necesita sentarse.
- No hay por qué preocuparse –responde con calma el arcángel Gabriel-. ¿Creéis que esto es más grave acaso que cuando entró el pecado en el mundo? -pasea la mirada sobre todos los ángeles de la sección.
- Nnno… no, claro que no –contesta uno de los ángeles, sin apenas voz.
- Si para aquello, que parecía el final, nuestro Dios encontró la solución de enviar a su amado Hijo para morir en lugar de ellos, ¿no vamos a encontrar una solución para algo tan sencillo? –aquí Gabriel sonríe: le parece mentira que nadie caiga en la cuenta de lo fácil que es resolver esta pequeña dificultad.
- ¡Claro! –exclama un ángel menudo, de cabello negro y liso, dando una sonora palmada-. ¡El Libro de la Vida!
- Eso es –confirma Gabriel.
El ángel que se había sentado suspira aliviado, mientras procura darse aire a la cara con las alas.
- ¡A mí no me deis estos disgustos, que tengo ya una edad y estoy delicado! –añade.
- No sufras, que en el Libro de la Vida viene la lista de todos los que hemos de recoger. Esto va a ser coser y cantar –le consuela otro compañero del departamento.
- ¡Yo preferiré cantar! –dice el ángel menudito- ¡Que cosan los del departamento de túnicas!
Todos sonríen, incluso alguno ríe aliviado, mientras relajan las alas y Gabriel concluye:- Pues bien: preparadlo todo. De un momento a otro recibiremos la orden de partir a recoger a los redimidos y debemos estar listos.
Los ángeles asienten contentos mientras Gabriel se va, y dos de ellos se dirigen al archivo a buscar el Libro de la Vida. Al cabo de un buen rato, que allí en el cielo a veces lo cuentan como horas terrestres pero otras no, salen los dos ángeles con cara de preocupación.
- ¿Alguien ha tocado el Libro de la Vida? ¡No está en su sitio! –dice uno de ellos.
- Cada día lo tocamos, gracias a Jesús, pues tenemos que añadir los que van siendo salvos –contesta levantando la cabeza de sus papeles uno de los ángeles de la sección.
- Vale, de acuerdo. ¿Quién ha sido el último en tenerlo? ¿No se debe dejar una ficha en el lugar del libro que indique quién lo tiene? ¡Allí no hay nada! –responde el otro compañero que ha entrado en el archivo.
- A ver, no puede ser. Os acompaño y miramos otra vez –se ofrece.
Transcurre otro buen rato y los tres ángeles salen, ahora mucho más preocupados que antes.
- ¿Qué te decíamos? ¡No está!
En este punto toda la sección se para y se acerca a los que salen del archivo.
- ¿Ya habéis mirado bien? –pregunta uno, al observar sus túnicas inmaculadas y sin apenas arrugas.
- ¿Qué miras? –replica casi ofendido el ángel- ¡Recuerda que aquí todo está limpio y no hay ni siquiera polvo!
- ¡Perdona! Es que me estoy poniendo un poco nervioso con esto de que no está el Libro…
- ¿Qué os parece si dejamos lo que estamos haciendo y colaboramos todos? Que esto es importante… -sugiere uno muy alto y delgado-. Yo miraré bien en los estantes de arriba, no sea que esté traspapelado…
- Sí, sí, vayamos todos. Venga, a buscar…
Pero ese día, en el departamento de administración del cielo, incomprensiblemente ha desaparecido un documento. Y no un documento cualquiera, sino precisamente el Libro de la Vida, y en el momento justo en que es más necesario.
Después de mucho, mucho, muchísimo tiempo, salen del archivo todos los ángeles de la sección, con los rostros llenos de alarma los unos y de aflicción los otros, las túnicas arrugadas y las alas… hechas un desastre. Se dirigen en silencio cada uno a su mesa, se sientan y permanecen abatidos durante unos largos instantes. Finalmente, aquel ángel menudo y de pelo negro y liso dice:
Compañeros, tenemos un problema.
Continuará…
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