Fray Justo Pérez de Urbel, quien fuera Abad en el Valle de los Caídos en tiempos de Franco, escribió una admirable biografía de Pablo. En ella dice que a raíz de su conversión y como consecuencia de la ceguera que padeció, el apóstol sufrió de la vista el resto de su vida. Esto explicaría el texto de
Gálatas 6:11,
“mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano”. Pérez de Urbel apoya su doctrina en otro versículo de la misma epístola, el
4:13.
“Vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio”.
Si a Pablo le torturaba o no la vista es difícil saberlo con certeza. Sólo caben hipótesis. Pero a Pablo Martínez Vila, autor del prodigioso libro que estoy comentando, sí. Este hombre, escritor profundo y exquisito, psiquiatra de prestigio reconocido a nivel nacional e internacional, uno de los grandes líderes en la España evangélica del momento, ha sufrido y está sufriendo la enfermedad que se le atribuye a Pablo.
Martínez, por quien siento una debilidad especial, lo confieso, poseedor de una oratoria aplaudida, nos abre su corazón en la introducción. Leamos: “No he escrito este libro desde la postura cómoda y teórica de la persona que apenas ha sido tocada por el zarpazo del dolor. Casi toda mi vida he luchado contra un duro aguijón. Una enfermedad en los ojos, glaucoma juvenil, me ha “abofeteado” desde que tenía dieciocho años. He sufrido catorce operaciones en los ojos. Las dificultades de visión, con todas sus consecuencias, me acompañan cada día. Aún hoy, al terminar este libro, la perspectiva de una nueva operación planea en mi horizonte. El aguijón sigue ahí. Sin embargo, al mirar mi vida a lo largo de los años, puedo discernir con claridad la fidelidad de Dios guiando y proveyendo en medio de la prueba. En Cristo, mi debilidad es su fuerza”.
He querido transcribir aquí tan largo párrafo, no para ahorrarme trabajo, sino porque,
en mi opinión, esas líneas constituyen el auténtico valor de la obra. Pablo Martínez no escribe desde la mesa de un estudio confortable, con ventanas abiertas al jardín, libros en las paredes y frente a un ordenador que facilita la información deseada. No. Las suyas son palabras que salen de entrañas heridas, ideas originadas en el dolor, conceptos que han doblegado todo en él, excepto el espíritu, dejando inmaculada el alma.
EL AGUIJÓN EN LA CARNE se compone de seis capítulos: El aguijón de Pablo y el nuestro. El aguijón duele. La aceptación del dolor. Cuando soy débil, entonces soy fuerte. Ángeles en mi camino. Recuperando la ilusión de vivir.
El lector de estos capítulos ha de tener en cuenta que están escritos por un psiquiatra. Su autor es licenciado en Medicina y especialista en Psiquiatría. Por lo mismo conoce bien las alteraciones y anomalías de la persona que sufre, el sentimiento y las emociones que acompañan al dolor, las reacciones ante las penalidades. Y como cristiano ferviente y comprometido explica el sentido del sufrimiento desde la perspectiva bíblica.
En manos de Dios, el aguijón deja de ser una maldición para convertirse en fuente de bendición. La acción de Dios en el sufrimiento contiene a la vez misterio y consuelo. Dios nos parece lejano y mudo. Pero su lejanía y su silencio son sólo aparentes. Al contemplar la vida como un tránsito hacia una “patria mejor” podemos estar gozosos en la esperanza y sufridos en la tribulación.
Este es el sentir y el lenguaje de Pablo Martínez.
Sufrir a manos llenas, sufrir a cada minuto, a cada instante, es el misterio de la existencia humana. ¿Cuándo nos abandonará? Cuando abandonemos esta tierra de dolores y entremos al lugar donde no habrá más llanto. Una vez nacidos somos los seres más desvalidos de la creación. Sin embargo,
el Evangelio es una noticia de alegría. Jesús fue el varón de dolores porque había sido en la misma medida un pozo de alegría. Esta es la conclusión del último capítulo escrito por Pablo Martínez, “cuya vida guarde Dios muchos años”: “Con la encarnación y la muerte de Cristo, Dios le ha puesto fecha de caducidad al sufrimiento haciendo posible uno de los mayores deseos de la persona sufriente: “que esto acabe pronto”.
¡Qué bello libro! ¡Qué libro tan profundo! ¡Qué libro tan sincero y de tanta ayuda para quienes sufrimos por una u otra causa!
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